Por Mauricio Vallejo Márquez
Torear carros es un deporte nacional. Nadie lo declaró, simplemente se hace. La gente está acostumbrada a correr con todas sus fuerzas para evitar que un cafre termine con sus vidas o su integridad.
San Salvador tiene horarios pico en los que vehículos se mueven a vuelta de rueda, despacio como una carroza. Pero, aún en ese momento la posibilidad de torear un carro surge. Existen temerarios que los evaden y salen ilesos, pero siempre existe alguno que no discrimina entre peatón, agente de autoridad o gestor vial: nada se escapa.
Incluso hay motoristas que al verlo a uno cruzar la calle aceleran obligándonos a correr y brincar. Seguro es el caso de los que hacen lo mismo cuando ven un animalito. Por eso es común ver cadáveres en las calles.
La gente no nace mala, sin embargo, sus circunstancias llegan a erradicar los valores y el respeto a la humanidad y la naturaleza. El que es cruel con un animal. Seguro lo será con una persona.
No existe una cultura vial sana, nuestro tráfico vehicular es un reflejo de cómo somos como sociedad. El abuso de los poderosos se refleja en los carros más caros recorriendo las avenidas como un juego de video y por los poderosos autobuses y vehículos pesados, sin olvidar los carros que emulan transportes de Rápido y furioso.
El ruido y el smog lo cubren todo, empañan las paredes junto al inclemente sol. La suciedad y la herrumbre con sus baches es parte del ambiente, del paisaje.
Total, son palabras sin sentido, porque una persona no puede cambiarlo. Es necesario que el colectivo despierte y transforme esto, después la cultura y la política. Entonces, tal vez, dejemos de torear carros.
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