El mundo colonizado es un mundo cortado en partes.
La línea divisoria, medical salve la frontera está indicada
por los cuarteles y las delegaciones de policía
Franz Fanon
Oscar A. Fernández O.
En momentos en los que la política extranjera y de seguridad de Washington hacia Latinoamérica y el Caribe se ve fuertemente incidida por la guerra contra las drogas y la inmigración, vale la pena recapacitar acerca de los escenarios presentes en que se desarrolla esta política hacia Centroamérica.
Se suele decir y se acepta de buena gana, que existe un amenazador “triángulo” de países, que constituyen un gran desafío en materia de narcotráfico e inmigración para Estados Unidos, como si los países formáramos realidades idénticas y homologables.
La política exterior de Centroamérica está íntimamente relacionada con su diversidad cultural, su historia y sus carencias, que han estado marcadas por una dependencia estructural a economías más poderosas, donde la influencia Estados Unidos ha delineado una parte importante de las limitantes y los retos de la subregión.
La heterogeneidad de los Estados nacionales que componen a Centroamérica impide una mirada unilineal a la historia y la proyección exterior de esta subregión, de manera que deberían precisarse las amenazas y ventajas que se aprecian en el horizonte, sin desconocer que en la práctica pueden existir variaciones ajustadas a las peculiaridades de cada país.
Han sido precisamente la heterogeneidad y las precariedades económicas las que obligan a realizar esfuerzos conjuntos, sin que estos hayan avanzado como se requiere. Se pretenden estrategias de desarrollo que provean a la subregión de una mejor situación económica, comercial, financiera y de seguridad social. Para ello, debe buscarse la concertación de una serie de acuerdos en materia económica, político-diplomática y de seguridad, que propicien un futuro más defendible a esos pueblos, sin que extraños nos convoquen. Debemos hacer el esfuerzo de equilibrar los intereses nacionales con los intereses regionales, pero no supeditar los primeros a los segundos, ni mucho menos especular con homologaciones forzadas.
El CAFTA-DR creó una zona de libre y desproporcionado comercio entre los países firmantes; acentuando las asimetrías existentes, que deformaron más la estructura económica-comercial de los miembros más débiles; lo que dejó en una posición desventajosa a Centroamérica. El atractivo mercado estadounidense, dificultó la búsqueda de alternativas que diversificaran el comercio y fortalecieran la economía de la subregión, de manera que le permitiera encaminarse hacia estrategias de desarrollo verdaderamente sustentables.
Con ello se perjudicaba también los esfuerzos que pudieran realizarse desde Centro América los cuales se veían soslayados por los montos comerciales provenientes del primer mercado mundial, a lo que se suman las lógicas asimétricas del comercio con la Unión Europea (UE).
Históricamente, las sucesivas estrategias de política exterior de los Estados Unidos han sido el resultado del consenso de los sectores y grupos de poder prevalecientes dentro su clase dominante. Han sido, por tanto, bipartidistas y responden a los intereses y objetivos de largo plazo definidos por el Estado imperialista. De manera que no se trata si hoy es Presidente Obama y mañana un republicano.
En las condiciones de la segunda posguerra, los Estados Unidos pudieron plantearse el objetivo de la hegemonía global, frustrado por la rápida emergencia de una superpotencia nuclear rival. El fin de la Guerra Fría condujo a lo que un comentarista neoconservador llamó un “momento unipolar”. Desde ese momento, hasta nuestros días, la estrategia norteamericana ha estado dirigida a perpetuar esa hegemonía global.
Recordemos que hace veinte años fue filtrado a la prensa un documento del Pentágono que planteaba descarnadamente el objetivo de impedir, por todos los medios posibles, la emergencia de alguna nación o grupo de naciones con la aspiración de desafiar el liderazgo militar y económico norteamericano. Hubo una rápida desautorización pública de dicho documento y fue reformulado con un lenguaje eufemístico. Sin embargo, la evidencia empírica y el propio discurso oficial evidencian que ese ha seguido siendo el principio rector de la política exterior norteamericana.
La tradicional, multidimensional y persistente estrategia de dominación y sometimiento sobre las naciones latinoamericanas y caribeñas, con su trágico saldo en términos de vidas perdidas y sufrimientos humanos de todo tipo, cobró un nuevo sentido, así como una importancia aun mayor que la que ya tenía, con esa pretensión de hegemonía global, percibida como viable al finalizar la segunda guerra mundial.
El dominio sobre nuestra región es uno de los soportes fundamentales de la estrategia global norteamericana. Desde su propia percepción, los Estados Unidos no pueden pretender mantener una posición de primacía global si no es capaz de controlar en lo fundamental al hemisferio occidental.
La política exterior imperialista hacia América Latina y El Caribe busca, como bien apunta el Profesor Roberto Yepe (Cuba) pretende: mantener una superioridad aplastante en el plano estratégico-militar en el continente americano; preservar, reproducir y renovar los mecanismos estructurales de dependencia e inserción subordinada de las economías latinoamericanas y caribeñas en el sistema económico mundial; garantizar el acceso, en condiciones ventajosas, a los recursos naturales estratégicos presentes en la región, con una estrategia extraccionista para llevarse en condiciones de ventaja, la materia prima que se produce; maximizar su participación en el sistema de propiedad, la base productiva, los mercados y los sistemas financieros de los países latinoamericanos y caribeños, en particular su participación relativa vis a vis otras potencias extra regionales. (Yepe: 2012)
Además, conservar la preponderancia de los valores norteamericanos en los circuitos mediáticos y de la cultura popular y contrarrestar los fenómenos transnacionales percibidos como amenazas para la sociedad estadounidense, referido claramente al narcotráfico que termina en ese país del norte, calificado como el más grande consumidor de droga del mundo y la cada vez mayor inmigración hacia la búsqueda “del sueño americano”, convertido hoy en pesadilla.
Igualmente, continuará el estímulo a la división entre una “América Latina del Pacífico”, supuestamente bien dispuesta para recibir los beneficios de la globalización neoliberal, frente a la “América del Atlántico”, limitada por supuestos prejuicios neoproteccionistas y nacionalistas anticuados. Y, finalmente, deberá seguir el discurso para dividir a las fuerzas y gobiernos progresistas entre la “izquierda responsable” y la que supuestamente no lo es.
¿Qué hay entonces detrás de la estrategia de triangularnos? ¿Somos aún para Estados Unidos la zona estratégica de contención para todo lo “malo” que hay en América Latina? ¿Es una nueva forma de desarrollo estratégico por zonas, del Plan Puebla Panamá? ¿Por qué Estados Unidos mantiene y moderniza la base militar en Honduras en lugar de invertir contra la pobreza? ¿Por qué Estados Unidos ahora que vivimos en paz, nos envía “pírricas ayudas” mientras en la guerra gastaron en el ejército de la Dictadura Militar, un millón de dólares diarios durante diez años? ¿Será que les asusta grandemente la presencia China en Nicaragua, Costa Rica y Panamá? ¿Por eso son ellos el otro “triángulo”?
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