René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES
Pero el escenario en el que se dispersa la acción en torno a la relación entre la felicidad y el progreso capitalista es el de una estructura social con total carencia de desarrollo humano e identidad, carencia que es evidente en todos los rubros del mundo sociocultural (empleo, vivienda, servicios básicos, educación, pensión digna, cultura, deportes, juventud en peligro sin identidad de clase y belicosa en contra de un sistema económico que la excluye deliberadamente, emigración masiva con un impacto negativo en materia social). En todo ello, es notoria e inexplicable la ausencia del análisis sociológico de la felicidad como una condición humana que no debería estar sujeta al chantaje o al engaño.
Subsumida en las falacias de la globalización indeterminada y del fin de la historia y de la ideología, la sociología deja sustanciales olvidos en la memoria del aporte de Marx como precursor del estudio crítico de lo social, a partir de lo social del conocimiento, y desde la perspectiva del vínculo real entre cuerpos-sentimientos y sociedad que complementa a la sociología de la nostalgia que readecua la noción de tiempo-espacio. Es un hecho que existen muchas investigaciones sobre exilio social y alienación; miles de análisis sobre el fetichismo de la mercancía y sobre el fetichismo político de las elecciones; y otra cantidad ingente de escritos sobre el carácter teológico del pensamiento sociológico que no puede resistir la existencia de hechos sin causas (pues eso derrumbaría la exquisita coartada de las iglesias del diezmo dios y de la felicidad como algo dado por un poder divino), pero no pasa lo mismo en relación a la sociología de los cuerpos-sentimientos que devela la existencia de lo que podríamos llamar un capitalismo con entrañas que está por detrás y por delante de la indignación, la nostalgia y la concepción del pecado como algo muy propio y aislado que merece un castigo consuetudinario, y eso explica que se acepte vivir en una sociedad que explota a granel y que privatiza la felicidad porque se apropia de todos los medios para conseguirla.
Esa merecida condena por el pecado cometido que se mira como algo muy propio y heredado, tiene sus raíces en la leyenda cívica del pecado original teologal que nos enseña, desde niños y para siempre, que el hombre fue condenado a ganar el pan y los orgasmos con el sudor de su frente para darle un toque negativo, doloso y prohibitivo a la felicidad; y la historia del pecado original económico (la llamada acumulación originaria de capital) es otro cuento tergiversado que tiene un final igual, en tanto que nos revela por qué debe haber gente que no necesita sudar para comer. Esa triste realidad es subliminalmente manifiesta en los discursos de los candidatos a puestos políticos que prometen la felicidad del pueblo y edifican el calcinante purgatorio de la pobreza.
En los debates sostenidos en distintos grupos de estudio (político y académico) he defendido tanto la existencia de una sociología de la nostalgia como la de una sociología de los cuerpos-sentimientos en los textos de Marx y Engels, y en la concepción del tiempo-espacio de Einstein, tomando como referencia El Capital, La Ideología Alemana, El 18 Brumario y los Manuscritos Económicos-Filosóficos (de Marx), el Origen de la Familia, la Propiedad Privada y el Estado (de Engels), así como la teoría de la relatividad de Einstein. Al leer a esos autores –con las distancias cortas o lejanas que tienen sus temas de estudio- encontramos que se puede construir la existencia de una sociología de los cuerpos-sentimientos desde la crítica marxista y la Física Teórica sobre los procesos históricos de despojo de las mayorías. Basado en esos segmentos analíticos, hermenéuticos y teóricos del marxismo, y sondeando la ubicación que tiene -como forma de revolución social sustentada en el desarrollo espiritual- el concepto y vivencia de la felicidad, se logra decantar la vigencia de una sociología de los cuerpos-sentimientos que, como recurso metodológico, analiza tanto la economía como la política. Desde esa lógica propuesta, la comprensión y búsqueda de la felicidad en un sistema que condena a la tristeza y que vende risas a destajo, es un constructo teórico que nos permite hablar de un capitalismo que se sufre y se disfruta como religión, y de una economía que cosifica la moral para cosificar y vender el placer de vivir. En lo anterior podemos descubrir la tríada perversa señalada por Marx como un proceso dialéctico: las reglas de la economía basada en la propiedad privada como algo dado por dios y la triste pobreza como un imperativo social que hay que aceptar para el perdón de los pecados; los mecanismos de explotación de la fuerza de trabajo para que el sudor sea un camino al paraíso prometido de la felicidad en el que, como práctica ideológica, los sentimientos se construyen o destruyen en torno a las sensibilidades de la plusvalía; y la concepción del cuerpo y las emociones fuertes (amar, odiar, fornicar, luchar) como algo que está cargado de sentimiento de culpa, por eso nos asusta o avergüenza la desnudez y el sexo, de la misma forma en que nos asusta tener una conciencia de clase beligerante o buscar la felicidad con la misma devoción con que se busca el sustento diario para los hijos.
Esa tríada perversa develada por Marx es una alusión constante en sus obras, estableciendo las conexiones pertinentes entre las necesidades básicas y reales, sentidas más allá del imaginario, y la actividad humana como un denso amasijo de cuerpos felices que hacen de su propiedad la moral, la economía, la solidaridad y los sentimientos sublimes como extensión no pecaminosa de dichos cuerpos. Con todo eso juega la política burguesa, y ello explica que, sabiendo que son mentiras probadas por la historia, el pueblo siempre crea en las promesas electorales que no se cansan de hablar de la felicidad, porque ese pueblo está convencido de que “no solo de pan vive el hombre”. De esa forma, el surgimiento fulminante de nuevos y alucinantes líderes políticos que son capaces de movilizar y hacer sonreír a miles y miles de personas con su sola presencia –eso es el poder mediático que hace que se confunda, a veces, lo popular con la popularidad- es la expresión concreta de que el pueblo ha decidido buscar, o piensa buscar, otros rumbos hacia la felicidad que no necesariamente tengan como punto cardinal la comida, lo cual debería ser una preocupación revolucionaria.