Rolando Alvarenga
El sonado escándalo de violencia estudiantil ocurrido recientemente en un Colegio “Light” capitalino, en el que un estudiante se habría aprovechado de sus conocimientos de artes marciales para dejar medio muerto a otro, se constituye en un hecho censurable y condenable.
Tanto que las autoridades judiciales deben ir al fondo para descargar todo el peso de la ley sobre este moderno troglodita
y sus protectores. Una cobarde agresión y bofetada a los derechos humanos.
Aunque este tema es para grandes titulares en las noticias amarillistas, hoy se gana un espacio en esta columna porque se menciona la palabra “artes marciales” y, en consecuencia, se amarra al deporte. Y es que un atleta no puede abusar y aprovecharse de sus conocimientos deportivos para causar daño a un civil, ya que legalmente comete un delito mayor.
De acuerdo a nuestras leyes -y eso lo saben o deben saberlo los jueces- “cuando los puños, pies y cabeza de un atleta golpean a un civil, pasan a ser considerados como una especie de armas contundentes”. Es que el atleta es entrenado para minar físicamente al rival hasta imponerle una superioridad técnica que le permita sacarlo de combate.
Por tal razón, entrenadores, preparadores físicos y federativos, deben hacer permanente conciencia entre los atletas que el deporte no es para hacer daño, ni sacar alevosa ventaja sobre gente indefensa. Es como que un panzón se valga de su “peso tripal” para abusar y golpear a un tipo flaco.
Hay que saber distinguir que el deporte es cultura, respeto y disciplina integral. Saber distinguir entre lo que es competencia deportiva y lo extra deportivo.
Por ello, es inaceptable que algún “troglodita light” mal mate a un cristiano, solo porque perdió los estribos y la dimensión de la realidad con respecto a su alevoso poderío para hacer daño. Y obvio, cuando ya rebasas lo deportivo y caes en lo delincuencial, debes enfrentar la justicia como un delincuente y no como deportista. No más trogloditas, suficientes tenemos ya en todo el territorio nacional.