CLARABOYA
LOS ÚLTIMOS POEMAS DE CLAUDIA LARS
Álvaro Darío Lara
Hace unos años, visitando la formidable librería “La Casa del Libro”, ubicada en el centro histórico de San Salvador, justo frente al legendario Parque San José –fijado en mi memoria con aquellos cortés blancos y lleno de bandadas de palomas, a quienes los niños del ayer, alimentábamos- encontré una joya de nuestra bibliografía nacional, me refiero al libro “Poesía última” (1970-1973), de nuestra máxima cantora Claudia Lars, publicado en 1975, en una bellísima edición, por una iniciativa muy especial del poeta David Escobar Galindo.
Ya enferma, y con motivo de su viaje a Estados Unidos para tratarse médicamente, Claudia, dirigió una sentida misiva a David, que reproducimos a continuación: “Amigo de toda mi confianza: Pongo en sus manos una serie de cartas-poemas, inéditas y salidas de mi corazón. La persona a quien se las envié, no me ha dicho hasta hoy si las recibió. Ojalá que no se hayan perdido en el correo. Saldré el jueves 28 para Nueva Orleans. Tengo una seria enfermedad. No me he deprimido, pues la muerte es para mí el Gran Sueño de un rato o la Otra Casa de la Vida. Ojalá pueda volverlo a ver en este mundo (cuando hago recuento de lo vivido) he sido muy feliz. Lo quiere y lo admira, Claudia Lars”.
Ese día fue luminoso para un servidor. El libro en cuestión, lo había extraviado inexplicablemente hace años, causándome gran tristeza, ya, que, como buen bibliófilo, resentía su perdida. Para mi satisfacción, no sólo pude recuperar ése, sino también “La pintura en El Salvador” de nuestro gran poeta Ricardo Lindo. Más no podía solicitar a los dioses.
“Poesía última” se encuentra dividido en tres partes. La primera consta de catorce poemas, que testimonian a una Claudia que incursiona en el verso libre, adoptando el tono conversacional y con impresionantes visos sociales, en un lenguaje poético que se vuelve desenfadado estilísticamente, muy fresco y moderno. Luego, la segunda, intitulada “Cartas escritas cuando crece la noche”, dirigida a ese imposible amor de juventud. Es una confesión dramática, que revela el fuego maravilloso del sentimiento incólume, a pesar del tiempo transcurrido.
Leyéndola no pude dejar de recordar a mi profesor de la UCA, el escritor Francisco Andrés Escobar (1942-2010), cuando en los primeros años de mis estudios de Letras, nos recitaba con esa su apasionada voz, los vibrantes poemas de su amada Claudia. Paco, el abnegado maestro, comprensivo y tolerante siempre, con nuestros arrebatos juveniles, y con nuestras “cuitas” personales como él decía.
Escuchemos a Claudia: “El tiempo regresó –en un instante-/ a la casa donde mi juventud/quiso comerse el cielo. / Lo demás bien lo sabes…/ Otros llegaron con sus palabras/ y sus cuerpos, / buscándome dolorosamente/ o dejando la niebla del camino/ entre mis pobres manos. /Lo demás es silencio…”.
Y finalmente, la tercera, “Otros poemas” (1972-1973), compuesta por ocho textos, sonetos los más, labrados por la extraordinaria escritora.
Este 21 de marzo, celebramos el Día Mundial de la Poesía, fecha memorable, para festejar al divino verbo, al que Vargas Llosa, llama “el príncipe de los géneros”. La poesía tan unida a la espiritualidad primigenia de la humanidad; esa palabra perdida que los mortales buscamos incansablemente para regenerarnos, y de esta manera, reintegrarnos al cosmos, recuperando así, la armonía inicial que iluminó nuestra creación, como un soplo supremo del Absoluto.
Volver a la poesía, a nuestra poesía, a nuestros clásicos, significa, entonces, encontrar la mágica tierra, donde sopla –perpetuamente- el suave viento de la esperanza, señal, inequívoca, asimismo, de este equinoccio de primavera, que recupera al planeta de todas sus desdichas, llenándolo de luz y de energía.