Eduardo Badía Serra,
Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua
Estamos en la era post-moderna. Este es un término que, aunque pareciera difuso y poco concreto, es todo lo real que permite la más nuda realidad. Poner en duda que el mundo se mueve dentro de los cánones de la post-modernidad es no estar situado dentro de la realidad. Y más aún si reconocemos que este cambio de lo moderno a lo post-moderno ha provocado cambios drásticos e irreversibles en el modo de ver y vivir la existencia y la vida. Unos de los más drásticos de estos cambios se ha dado, precisamente, en el mundo de los valores.
El paso de la modernidad a la post-modernidad provoca en el hombre y en las sociedades una verdadera mutación: La persona cartesiana racional da paso a la persona emocional, estética; dentro de una confianza casi absoluta en la razón, el hombre pasa a desconfiar de ella y a guiarse más bien por los sentimientos, la razón sentiente cede ante el sentimiento afectante. El hombre, ahora, debe sentir más que pensar, lo que significa pasar de un lenguaje conceptual, lógico, abstracto, secuencial, riguroso, a la comunicación a través de la imagen, del gesto, de la luz, de los colores, de los sonidos, de la música, del movimiento. El hombre, de una actitud pasiva, pasa a una propuesta de revalorización de la vida, de la naturaleza, de la misma persona, de las culturas, de las relaciones afectivas, del mundo simbólico, del misticismo, del esoterismo, del placer, del deseo, del imaginario, de lo irracional y del vivir intensamente el momento presente. El hombre, así, niega los valores absolutos. Como consecuencia, se privilegia una sociedad individualista, narcisista, hedonista. Lo científico-positivo cede ante lo afectivo-emocional-individual. Hay apatía frente al compromiso social, y el hombre se condiciona, vía los medios de comunicación, en el contexto de la llamada aldea planetaria.
Sin embargo, al ceder la razón frente al sentimiento se promueve un retorno hacia lo religioso, se privilegia la vida, se establece el concepto de libertad-de y de libertad-para.
Este post-modernismo, que en su respecto más propiamente teórico y abstracto, irradia de Francia, se transforma en un modernismo práctico y conceptualmente difuso cuando es retomado y dominado por los Estados Unidos de Norteamérica. Inicialmente con los franceses, con un sentido cultural y estético, es ahora actualmente, con los norteamericanos, un entorno práctico y de neto provecho material y político. Es, pues, una corriente cultural de neto raigambre europeo pero capitalizado en el mundo por el sentido y la visión pragmática del mundo anglosajón.
Una forma de conocer el post-modernismo es compararlo con el modernismo. Según Félix Duque, (Duque, Félix, Oscura la historia y clara la pena: Informe sobre la post-modernidad, en La filosofía hoy, Muguerza y Cerezo, editores, Barcelona: Crítica, pp. 213-227), lo post-moderno es olvidarse de la historia, del pasado y del futuro, del tiempo real; es un verdadero culto al presente, la negación de las utopías, el culto al cuerpo y la sobrevaloración de lo hedónico, la primacía de lo estético, de la moda, de lo efímero, es el hiperobjetivismo deformado y la relativización más absoluta; en él predominan los sistemas de información como ejes de vida, lo simbólico, el lenguaje desdeña lo sintáctico y lo semántico y se realiza en la pragmática. Mientras el modernismo es romántico, jerárquico, fálico, genital, metafórico, dice D. Harvey en The condition of the postmodern, el post-modernismo es anárquico, dadaísta, metonímico, polimorfo, andrógeno. Es, dice E. Silva, (Silva, E., Ética, post-modernidad y globalización), polisémico, provoca una época de nostalgia, el nihilismo, una casi total crisis de paradigmas y un amplio espectro de pluralismos como epistemes. Es, continúa, la vivencia de la intersección entre pasado y futuro. Deleuze, (Deleuze, Pilles, 1989, Lógica del sentido, Barcelona, Paidos Studio, p. 170-175), lo llama el tiempo del instante sin espesor. Hay en él una actitud epicúrea y horaciana, una estimulación hacia el retorno a lo sagrado, una liberación de las racionalidades y de las diversidades, el tiempo del reinado de una ética light, de la pérdida de validez de los valores supremos, del descrédito de los absolutos, de la desaparición de los referentes históricos, políticos y religiosos, de la vivencia de las crisis humanas irresolubles. La verdad es sólo relativa y nada puede ser fundamentado con seguridad. Hay una pérdida de fundamento de la ética y la promoción de una ética hedonista.
Cabe en lo post-moderno, el poema de Darío:
Cojamos la flor del instante;
¡La melodía
De la mágica alondra cante
La miel del día!
Elzo Imaz, (Elzo Imaz, Francisco Javier, L´educació del futur i els valors, cicle debate d´educació, Barcelona: Fundación Jaume Bofill i la UOC, 2004), expone la alternativa ante el post-modernismo así: Pugnar por continuar con una sociedad moderna con su proyecto global, holístico, con una idea madre siempre, con un norte claro, con una acción social; o girar hacia lo post-moderno y su incerteza, su duda, su replegamiento a lo cotidiano, sus emociones, lo efímero, lo diverso. Para este autor, el paso de lo moderno hacia lo post-moderno es un período de mutación histórica asentado sobre la revolución tecnológica, la mundialización y la inserción de la mujer, período este arrebatado, locuaz, y de unos efectos increíbles para la humanidad, repentino, irreversible, que nos hace genéticamente nuevos, continúa diciendo este autor.
Pero, ¿Cómo debe entonces verse al post-modernismo? ¿Todo deberá ser crítica, oposición, inducción al combate, a la resistencia?
En una entrevista que María Isabel Irarrázabal Prieto le hiciera al jesuita Giandoménico Mucci, uno de los más prestigiosos y profundos estudiosos de la relación entre la Iglesia y la cultura contemporánea, y particularmente con la postmodernidad, publicada en Humanitas Nº 16 bajo el título Post-modernidad, jaque a la libertad, Mucci señala que la post-modernidad es simplemente la máxima radicalización del paradigma moderno, y a la vez su consecuente disolución. El paradigma cartesiano, dice, resulta ser puramente intelectual, pero frustrante a nivel práctico: No ha producido el «tercer hombre» sino más bien el «cuarto hombre». Para Mucci, el hombre debe asumir ante el post-modernismo una posición crítica y reflexiva ante lo que reconoce son sus peligros, esto es, la pérdida radical y general del significado en el hombre, el privilegiar lo contingente, su nihilismo, el peligro de caer en el libertinaje y de absolutizar la libertad. Pero debe a la vez verlo como signo de los nuevos tiempos, en lo sacro, en recuperar el puesto de Dios, en lograr el respaldo en una fe sólida. Giandoménico Mucci asume, pues, una actitud reflexiva soportada en la historia y en la realidad, aunque habría que preguntarse si su actitud podría ser reproducida en el hombre común y corriente que sólo vive el post-modernismo sin interpretarlo y sin conocer el alcance de su significado. Porque lo cierto, y aquí recogemos de nuevo a Imaz, es que el post-modernismo ha provocado ya cambios que son señaladamente comprobables. En su obra citada nos lo dice: Es un paso, de lo holístico a lo fragmentario, de lo absoluto a lo relativo, de lo unitario a lo diverso, del grande al pequeño relato, de lo universal a lo particular, del Estado a la ciudad, la región, el país, de lo objetivo a lo subjetivo, del esfuerzo al placer, del pasado/futuro al presente, de la razón a la emoción, de la certeza a la duda, de la auto responsabilidad a la responsabilidad diferida, de la secularización de la religión a la espiritualidad versus religión, del día a la noche, del trabajo a la fiesta, de la utopía a la quimera, de la construcción a la reconstrucción, de la familia versus comuna a la familia versus pareja, de lo masculino a lo femenino, del leer y el hablar al ver, del papel a la pantalla, del clan a la red de viejos. Este cambio se traduce sincrónicamente en una radical modificación en la jerarquía de valores en estas sociedades, que con una clara identidad finalista ponen ahora en primer lugar las buenas relaciones familiares, luego la búsqueda del bienestar concebido este como la satisfacción de las necesidades naturales, (salud, trabajo, vida sexual), luego una vida cotidiana gratificante, posteriormente el orden social, la preocupación por los otros, la autonomía, el presentismo, y finalmente, la religión y la política. De ahí los intentos para nuevas propuestas de valores políticos europeos, que, en una especie de vuelta a las viejas formas de valoración, reaccionan, colocando, como lo hace Todorov, (Todorov, Tzvetan, El nuevo desorden mundial. Reflexiones de un europeo, París, Robert Laffont, 2003, p. 91), a la racionalidad en la máxima jerarquía, seguida por la justicia, y esta por la democracia, y luego la libertad individual, la laicicidad, y finalmente, la tolerancia. No, precisamente, una vuelta a lo eterno, pero sí a lo duradero, podría decirse.
Mucci, pienso, parecería orientado en la línea de, como dice Alejandro Llano, rescatar a la modernidad de su interpretación modernizante, es decir, rescatar todo lo bueno que dicha época le ha aportado al hombre, y separarlo del paradigma de la certeza para reinterpretarlo por el paradigma de la verdad, del que habla Mc´Intire.
Estamos en la post modernidad. Los valores, decía Reynaldo Galindo Pohl, son la cultura. Y la cultura es, sin más, el producto de la historia. Los pueblos se mueven al ritmo de los hechos que van generando, y estos van tejiendo esa red fáctica que son los valores, campo de la moral y no de la ética, que sólo cuando se confunden en el reino de la idealidad, el ser y el deber ser, se identifican. La post modernidad ha modificado el ser de los valores, privilegiando en su jerarquía aquellos que corresponden al individuo sobre los que corresponden a la colectividad. Ya no el bien común, que es, para Lara Velado, el valor de mayor jerarquía, porque por ser bien es moral y por ser común es social, sino el bien individual, espontáneo, particular, único. La post-modernidad ha modificado el comportamiento de las sociedades; ello, necesariamente ha provocado la correspondiente modificación en los valores. La visión del mundo ha cambiado, y lejos de una visión unitaria y racional, se ha pasado a tener siete mil millones de visiones del mundo, y con ello, siete mil millones de la vida y del hombre.