Oscar A. Fernández O.
El exiguo crecimiento económico sigue beneficiando, cialis con pocas excepciones, ed casi exclusivamente a las transnacionales imperialistas, ampoule la élite capitalista local y a sectores muy limitados de las capas medias; para el resto de la población el tan pregonado milagro, una vez más, se ha quedado en casi nada, a pesar de los esfuerzos de gobiernos progresistas que comienzan a marcar la diferencia en América Latina.
El abismo creciente entre el lujo del que disfruta un pequeñísimo grupo y la miseria en que vive sumida la inmensa mayoría de la población, está provocando un aumento del malestar social que ha comenzado a expresarse ya en importantes luchas obreras, campesinas y estudiantiles, huelgas generales, el inicio de divisiones en el seno de la clase dominante y el resurgir de una contestación por la izquierda en diferentes organizaciones obreras y populares del continente.
La lucha de clases ha vuelto a llamar a la puerta y ese espejismo de estabilidad política eufemísticamente llamada “gobernabilidad” y el aumento desmedido de la acumulación de capital, que los burgueses latinoamericanos soñaban eterno, comienza a romperse en pedazos. Han dejado de gobernar con la aceptación de las masas engañadas y ahora defienden su “modelo” con el uso de la fuerza y la sedición. Han pretendido reducir el Estado a un instrumento represor en esencia.
La acumulación capitalista se desarrolla siguiendo una pauta muy desigual, lo que tiene consecuencias importantes sobre la naturaleza e intensidad de la lucha de clases. Además, las reacciones concretas de los trabajadores y, sobre todo, del Estado capitalista hacia la situación general de la economía han dado forma al grado de intensificación de la lucha de clases y de la ofensiva de los dos «polos» principales (capital y mano de obra) (Petras: 2011)
La actual crisis mundial que comienza por la crisis en Estados Unidos y su agresividad guerrerista imperial, en Latinoamérica ha comenzado a erupcionar. La lucha de clases vuelve a la palestra con una recomposición en su seno pero con un proceso de concienciación que se profundiza. Ninguno de los graves problemas que arrastra el sistema que hoy les provocan espanto, ha sido atajado. La verdadera causa de la crisis es la sobreproducción, la pérdida de la capacidad adquisitiva y la corrupción del gran capital transnacional, que padece el sistema a nivel mundial.
Mientras la capacidad para producir bienes y servicios (impulsada por los deslumbrantes avances tecnológicos de las últimas décadas) es ilimitada, la capacidad de consumo de los trabajadores se ve constantemente reducida por los beneficios capitalistas (concentración de la riqueza) El boom de los 90s y principios de este siglo, se ha basado en todos los países, entre otros factores, en un incremento brutal en los ritmos y la duración de la jornada de trabajo; la precarización laboral y los descensos salariales; en general la llamada “liberalización del mercado laboral” como en la sustitución masiva de mano de obra por las nuevas tecnológicas.
De este modo lograron reducir los costes de producción y aumentaron su tasa de beneficios, reanimando por un período la inversión. Pero esto, en lugar de paliarlas, exacerba a medio plazo las contradicciones del sistema. Las caídas salariales y despidos repercuten inevitablemente en el poder adquisitivo y recortan los mercados. Más inversión y tecnología significa, en última instancia, que para reproducir y ampliar el capital invertido los capitalistas necesitan ahora extraer más plusvalía de los obreros y vender un mayor volumen de productos, a fin de realizar sus beneficios, del que los mercados pueden absorber. La explotación y los niveles de ganancia y acumulación, han llegado a límites insospechados.
Cada capitalista individual y cada burguesía nacional, intenta afrontar esta crisis de sobrecapacidad productiva compitiendo por aumentar su cuota de mercado en detrimento de los demás y rebajando costes de producción mediante nuevas reducciones de empleo, recortes salariales, más flexibilidad laboral. El resultado, no hace falta decirlo, es dar nuevas alas a la crisis. Mientras, las naciones caen en una descomunal espiral de consumismo-desempleo-alto costo de la vida-reducción de los beneficios sociales (M. Campos: 2010)
El papel adjudicado a los países del antiguo mundo colonial en la división internacional del trabajo, impuesta por el imperialismo, sigue siendo el de proveedores de mano de obra y materias primas baratas. Bajo la máscara de la tan gastada globalización, se oculta una explotación descarnada de los mercados del mundo colonial por parte de las multinacionales imperialistas. Su objetivo no es otro que encontrar nuevos campos de inversión donde colocar su excedente de capital y restaurar su tasa de beneficios mediante la explotación salvaje de las masas. Es para la generalidad de los países bajo la férula neocolonial, un regreso al modelo de importación.
A través del FMI, el Banco Mundial o la Organización Mundial de Comercio (OMC), los imperialistas dictan durísimos planes de ajuste que los respectivos gobiernos y burguesías nacionales deben acatar sin reclamo, so pena de acabar marginados en el reparto de créditos y ayudas de estos organismos y privados de la todopoderosa “confianza de los inversores”. Se han intensificado así los intercambios desiguales de productos elaborados con más valor añadido (y mayor precio) procedentes de Europa, China, USA y Japón, a cambio de materias primas -commodity- (con menos valor incorporado) salidas de la región, uno de los mecanismos imperialistas que sangra a las economías latinoamericanas desde hace décadas.
Los únicos beneficiados por estas políticas, junto naturalmente a las multinacionales imperialistas, son los sectores más poderosos de las burguesías latinoamericanas, cuyos beneficios dependen cada vez más del mantenimiento de estrechos vínculos políticos y económicos (intercambios comerciales, inversiones conjuntas) con esas mismas multinacionales.
La lucha de clases no es una cuestión inventada ni un simple aforismo ideológico de las izquierdas marxistas, es una contradicción congénita que se expresa en relación capital-trabajo-plusvalía, la cual genera la explotación de una clase dueña de los medios de producción (burguesía) sobre la otra que es la fuerza de trabajo (clase trabajadora) Una renovada protesta social –que a nivel regional ha crecido en los últimos años– y la acción de movimientos sociales y populares con características diferentes de aquellos que habían ocupado el centro de la escena en el pasado inmediato.
Este proceso, en el marco de la crisis económica que atravesó a la mayor parte de la región (y no solamente a ella) y frente a los intentos de profundizar las políticas neoliberales, se tradujo en algunos casos en “levantamientos populares, en la constitución de “mayorías electorales” críticas al neoliberalismo e incluso en la reaparición de un discurso político alternativo que propone la construcción de una democracia de esencia popular. Por eso el FMLN ganó las elecciones de forma inédita y el otro partido, representante de la más rancia oligarquía, perdió a pesar de sus desgastados trucos y amaños.
En su diversidad, estos procesos señalan la creciente crisis de legitimidad que cuestiona a las formas culturales, económicas y políticas que han sostenido la aplicación del neoliberalismo. Considerando la evolución de la conflictividad social actual en términos regionales, en El Salvador ha habido un ascenso sostenido del 2000 al 2008. Hay levantamientos y protestas espontáneas por el agua, la minería, el alto costo de la vida, etc. Sin embargo hace falta mayor organización de todos estos nuevos grupos que han aparecido a raíz del desmembramiento de la clase trabajadora. Un último rasgo que quisiéramos remarcar son las experiencias de los movimientos sociales de construir puntos de acción convergentes o coordinaciones sostenidas en espacios organizativos amplios para manifestarse contra las políticas económicas en la región o en apoyo de los gobiernos que están haciendo los cambios sociales pertinentes y avanzan en la descolonización de sus naciones.
Esta situación de protesta social, aunque todavía no es generalizada, resulta de significativa importancia para comprender los impactos políticos, económicos y sociales que las mismas encierran, además de la reconfiguración en curso de la hegemonía norteamericana y de las oligarquías burguesas locales y de sus estrategias de dominación regional, que incluye la sedición contra los gobiernos progresistas no afines a Washington, como el caso de Venezuela.
La observación y análisis de las resistencias sociales que ya están despertando estas políticas, son de una importancia decisiva para entender las dinámicas contra hegemónicas que probablemente se manifestarán con mayor énfasis en lo que resta por venir (Tadei: 2000) Finalmente creo que es importante discutir y comprobar la hipótesis que si en El Salvador están dadas las causales objetivas para arribar a un cambio histórico de rumbo, o si falta que se desarrollen con mayor celeridad los factores organizativos y de conciencia del pueblo, para lograr cambios estructurales y defenderlos.
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