Por Carlos Abrego
Padecemos ahora en El Salvador una crisis social muy profunda, quizá la mayor de nuestra historia. Sin embargo no debemos caer en el pesimismo, aunque sea por un hecho tan banal como el que una crisis es un fenómeno transitorio y casi siempre se resuelve favorablemente. Esta crisis es grave y recorre todo el tejido social de nuestro país. Nada escapa, desde la función política más alta hasta las capas más bajas de la sociedad.
Nos dirigen ahora gente muy incompetente en la gestión pública, mostrando mucha habilidad en apoderarse de riquezas usando el dinero del erario público. Nadie en la historia nacional ha aumentado su patrimonio en tan poco tiempo multiplicándolo por doce. Y estos cuarenta ladrones alibabescos han perdido toda vergüenza (si la tuvieron alguna vez) que proclaman públicamente su derecho a apoderarse de lo ajeno, de lo nuestro. El principal ladrón pierde los estribos y se pone como un patán a insultar al periodista que puso al descubierto lo mal habido en estos últimos setenta meses.
Pero la crisis es también el constante crecimiento de la pobreza, la caída persistente de la producción agrícola e industrial nacional, el creciente déficit comercial, la inflación real que conlleva a una drástica pérdida del poder adquisitivo, volviendo inalcanzable la canasta básica. El FMI le ha impuesto al gobierno su plan de austeridad para volver a darle créditos. Esto significa los masivos despidos en los ministerios y agencias del Estado, la disminución en el presupuesto de los rubros de salud y educación, el congelamiento (indefinido) del escalafón de los maestros, la anulación de los aumentos salariales de los empleados del Estado y el olvido del aumento del salario mínimo.
La crisis es también el ataque frontal que ha sufrido la incipiente democracia que teníamos: en la Asamblea ya no se deliberan las leyes, los diputados ya no pueden proponer leyes, la oposición apenas si puede expresarse en los plenos, sus propuestas son engavetadas en las comisiones. Ya no tenemos separación de poderes, todo se decide desde la cima del Ejecutivo. Los tribunales se están volviendo instrumentos de venganza del dictador.
El estado de excepción se ha vuelto perenne y ha servido para llevar presos a oponentes y otras personas inocentes. El encarcelamiento se ha vuelto una medida que no lo deciden los jueces, sino que soldados y policías a su antojo. Hay asesinatos en el interior de las cárceles, se denuncia que existen fosas comunes en el interior de la cárcel de Izalco. Cristosal ha documentado la muerte de 261 personas privadas de libertad durante el régimen de excepción en El Salvador y concluyó que el 75% de ellas, es decir, al menos 7 de cada 10, murieron en el Centro Penal de Izalco. Y la falta de transparencia es total, a tal punto que hasta el nombre del director de este Centro Penal es ocultado.
El panorama es sombrío y no se le ve ninguna salida a corto plazo, ni a medio plazo, simplemente el horizonte está clausurado. Gran parte de la población ha claudicado y ha decidido someterse a la voluntad del dictador y aceptar todo lo que quiera imponer y lo apoya con total ceguera. La otra parte de la población vive en el miedo; ya no son las maras las que infunden el terror, sino que los encargados de la seguridad pública.
La gente teme que “le apliquen” el régimen de excepción. Con esta amenaza desalojaron a propietarios de locales en el centro de San Salvador, con esta amenaza en el Oriente del país se despoja a campesinos de sus tierras o se les obliga a vender a precios bajos.
Esta descripción no es completa, Cada día organizaciones humanitarias dan cuenta de nuevos crímenes y atropellos, periodistas publican detalles de la represión, de la corrupción galopante de la clica de los Bukele. A pesar de los millones que se gastan en propaganda, su prestigio se desluce. Recientemente el profesor Oscar Picardo afirmó que en sus investigaciones llegó a contar entre cien a ciento cincuenta videos diarios, difundidos en redes sociales en favor del dictador, de buena calidad y publicados desde El Salvador, pero también a partir de países del sur americano. Esto es apenas un parte mínima del derroche del dinero público que efectúa la dictadura.
A pesar de todo esto he escrito arriba que no debemos caer en el pesimismo, pues las crisis no son de ninguna manera algo permanente, sino que son transitorias. Tampoco podemos caer en el optimismo, aun menos en la pasividad. La salida de la crisis no va a llegar sola, es necesario que la preparemos y que ayudemos a nuestra gente a reaccionar ante todos los atropellos e injusticias.
Es cierto que el miedo es real y podemos decir justificado, no obstante nos toca reaccionar pues el destino del país no es una cosa abstracta y ajena a nuestros intereses personales. La salud y la educación no son sectores secundarios, los dos conciernen a nuestra niñez y a nuestra juventud. Este es el país, nuestro país, los cipotes y los muchachos que van a escuelas e institutos inapropiados, con falta de presupuesto para funcionar.
Sabemos que hay profesores que tienen que sacar pisto de sus bolsillos para hacer frente a las necesidades. Nuestra juventud merece que sus profesores tengan mejor preparación, que su labor sea mejor valorada. Se trata realmente de elevar el nivel educacional. El estatuto social de los maestros tiene que revaluarse también económicamente.
La salud también es un sector que hay que ampliar, mejorar la atención de los enfermos, darle al personal de las clínicas y hospitales todo lo necesario para que presten el debido servicio y no tengan que cargar con los reproches de la gente ante la falta de medicamentos y servicios. Estas carencias no son responsabilidad del personal. No obstante es el personal el que recibe las protestas de los pacientes.
La dictadura y los burócratas del FMI que exigen esos recortes no se sienten concernidos por estos problemas. No obstante pensemos también que muchos de nuestros problemas, éstos y otros, no se van a resolver si la producción industrial y agrícola siguen bajando y su nivel continúe siendo muy deficiente.
Mejorar la producción va de par con la mejora de la formación de nuestra juventud. Necesitamos reformas educacionales que respondan a una ampliación de los conocimientos y de la cultura de nuestros jóvenes. Estas reformas tienen que ser elaboradas con la participación de todos.
Reactivar la economía es urgente, pues cerca o más del 40% de la población activa se dedica a labores informales que proporcionan muy bajos ingresos. Estas mejoras no llegarán por sí mismas, la dictadura es incapaz de hacerlas. Es por eso que las luchas sociales tienen que crecer. Por eso es urgente apoyar las luchas de los maestros, de los médicos y del resto del personal de la salud. Porque estas luchas pueden ser el inicio de algo mayor que logre concienciar a los que por muchas razones ahora apoyan a la dictadura. Las luchas sociales vendrán a silenciar para siempre el miedo.