Walter Palacios Vinces
LUIS DE LA PUENTE UCEDA, el revolucionario que nació en Santiago de Chuco, la tierra de César Vallejo, cayó un día como hoy (23 de octubre 1965) combatiendo por la revolución y el socialismo en el Cuzco, la tierra de Túpac Amaru.
De esto hace 54 años, tenía entonces 39 años de edad, era secretario general del MIR y comandante general de las fuerzas guerrilleras rurales que se habían organizado para actuar en el sur, centro y norte del país.
Lucho de la Puente fue un líder de dotes singulares que empezó a destacarse desde muy joven, especialmente durante su intensa actividad estudiantil en la Universidad Nacional de Trujillo y su militancia política en la juventud aprista.
Su singular personalidad ha sido muy bien destacada en importantes semblanzas biográficas publicadas, por dos de sus compañeros y amigos íntimos: Sigifredo Orbegoso Venegas y Manuel Pita Díaz.
De igual manera, el talentoso y galardonado escritor liberteño, Eduardo González Viaña quién también conoció y fue amigo de Lucho de la Puente, escribió en la revista CAMBIO, en octubre de 1990 con motivo de recordarse el 25 aniversario de la caída en combate del guerrillero mirista, un emotivo y bello artículo del que trascribimos algunos fragmentos: .
A veinticinco años de su última batalla, Luis Felipe de la Puente Uceda no tiene partida de defunción ni sepultura conocida. Tampoco existe un parte militar que de cuenta oficial del hecho de armas. Y, por fin, no quedó uno solo entre sus compañeros –herido o prisionero- que pudiera narrar la verdadera historia de Mesa Pelada.
En vista de todo ello, solo tienen dos caminos quienes reflexionen hoy sobre el tema. El primero es olvidar que hubo una última batalla, y asumir el raciocinio mítico según el cual los héroes no mueren jamás. En virtud de la leyenda, que los campesinos ya han estado narrando. Lucho se transformará, con el correr de los tiempos, en un cerro con alma o en una estrella que brillará para su pueblo aun en los tiempos más oscuros.
La otra forma de ver este asunto es inferir que la batalla del guerrero De la Puente no ha terminado todavía. Ello significa que ahora como ayer, o peor aún, sigue vigente en el Perú una sociedad basada en la discriminación, con una economía cuya primera dimensión es el hambre y con un cínico orden estatal que se proclama constitucional y democrático, pero que se impone por el miedo y sus masacres impunes.
Si en 25 años, las cosas no han cambiado, o han cambiado para mal, bien podemos deducir que las banderas del revolucionario ni han envejecido, ni se han tornado obsoletas como lo quisiera el raciocinio de algunos izquierdistas profesionales. Por lo tanto, el héroe no muere, y la batalla es inacabable.
Un poco antes de lanzarse a la lucha armada, el líder del Movimiento de Izquierda Revolucionaria convocó en la Plaza San Martín a un mitin en el que habría de explicar las razones de su decisión, al tiempo que llamaba a fundirse en una gran unidad popular a todos los hombres y partidos que aspiraran al cambio socialista en el Perú.
No lo escucharon. O tal vez sí. El pueblo sí, pero no las élites de la izquierda urbana. Lo malo es que el pueblo ya estaba muy acostumbrado a escuchar proclamas candentes, que generalmente eran falsas, y no le creyó. En cuanto concierne a la izquierda, cualquier historiador de mañana podrá anotar que esa formación política siempre fue hábil para formar alianzas electorales, pero nunca para hacer verdad su proclama. Y por eso fue que esa invitación al heroísmo tan solo recibió la respuesta de que las condiciones objetivas para la revolución todavía no estaban dadas.
(…)
Lucho de la Puente no logró formar la unidad de la izquierda a la que había aspirado. Hay que entender la reticencia de los revolucionarios limeños que escucharon en la Plaza San Martín a este extraño provinciano que no ofrecía alcaldías ni diputaciones sino puestos en el frente de combate.
(…)
De la Puente y el MIR no se levantaron contra un orden, sino contra un sistema. Eso es lo singular de su alzamiento al igual que su vigencia hasta ahora. Lo siguieron espontáneos grupos de estudiantes y campesinos, artesanos y profesionales, cristianos y agnósticos, antiguos apristas y marxistas nuevos. Tal vez faltaron en la ciudad la organización y el apoyo. Tal vez sobraron la valentía y el amor.
Recuerdo que a la caída de Mesa Pelada, Alfonso Barrantes me dijo que eso había ocurrido porque De la Puente era un pequeñoburgués aventurero. Y agregó que la muerte en combate no justificaba los errores ideológicos. Yo no le respondí porque me dominaba el asombro: nunca había visto a Alfonso tan entusiasmado.
Y sin embargo, unos meses después, Mario Vargas Llosa me presentaba en París a Jean Paul Sartre. En el café “Deux Magots” el filósofo se mostró feliz de integrar el Comité de Apoyo a la Revolución Peruana cuando le conté que Lucho había sido exactamente como las malas lenguas del marxismo oficial decía: exaprista, de ancestro terrateniente, católico y muy valiente. –Tienen ustedes razón de creer en él- nos dijo, y añadió que ese tipo de hombres suelen cambiar la historia. Y yo creo que así será porque la batalla de Lucho no ha terminado. Además, él no ha muerto, su bandera está entera y mi corazón no se ha rendido.
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