Río de Janeiro (Brasil)/Sputnik
El expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2011) parte como favorito de cara a la segunda vuelta electoral que Brasil celebrará este domingo, en la que enfrentará al actual presidente Jaír Bolsonaro, y lo hace con una campaña que más que hacer promesas subraya los buenos recuerdos de sus años en el poder. En los mítines de la izquierda, es común ver gorras y camisetas con la frase “Make Brasil 2002 again”, una reinterpretación irónica de la conocida frase del exmandatario estadounidense Donald Trump (2017-2021) que evoca la primera victoria electoral de Lula. En sus discursos, el expresidente promete volver al Brasil en que millones de personas abandonaron la miseria y los hijos de los albañiles o las limpiadoras empezaron a entrar en la universidad.
Pocas promesas de futuro y muchas apelaciones a los recuerdos de la bonanza económica de los primeros años 2000. Lula no tiene problemas en recordar que dejó la presidencia con más del 80 por ciento de aprobación y dice estar dispuesto a reconstruir Brasil, a pesar de que el país y el mundo han cambiado y los desafíos ahora son diferentes. “Ya lo hicimos una vez y lo volveremos a hacer”, suele repetir.
El líder del Partido de los Trabajadores (PT) está en campaña prácticamente desde que dejó la cárcel a finales de 2019 por presuntos delitos de corrupción. El pistoletazo de salida definitivo se dio en abril de 2021, cuando el Tribunal Supremo anuló las condenas que pesaban contra él, le devolvió los derechos políticos (o sea, la posibilidad de presentarse a unas elecciones) y reconoció que el juez que le había condenado (Sérgio Moro, después ministro de Bolsonaro) no actuó de forma imparcial.
Para Lula, eso fue un gol en toda regla, un capital político que supuso el triunfo de su relato de que había sido víctima de una persecución política que tan solo buscaba apartarle de las elecciones de 2018. Ya en la calle y aclamado por sus seguidores, Lula se enorgullece de no haber cambiado su “dignidad” por la “libertad” y se esfuerza en repetir que no guarda rencor y que lo que quiere es unificar el país.
AMOR Y ODIO
Lo tendrá difícil, en un Brasil extremadamente polarizado, donde muchos le aman y otros tantos le odian. Los adversarios de Lula le llaman “expresidiario” y recuerdan los escándalos de corrupción que marcaron los gobiernos del PT. Lula intenta esquivar las críticas afirmando que todos esos escándalos sólo salieron a la luz porque el propio PT cuando estuvo en el poder dio libertad total a policías y fiscales, al contrario de lo que hace ahora Bolsonaro.
En todo caso, el ahora candidato prefiere no enzarzarse en discusiones sobre corrupción (ese tema estuvo muy presente en las elecciones de 2018, pero menos este año, donde el hambre y la inflación dominan entre las preocupaciones de los brasileños) y centra buena parte de su discurso en atraer a los votantes de centro o incluso derecha descontentos con Bolsonaro.
Sin embargo, en lo que fue la segunda parte de la campaña, durante los 27 días que hubo entre la primera y la segunda vuelta, surgieron mensajes del equipo de Lula que apuntan a hechos de corrupción del propio Bolsonaro, muchos de ellos, vociferados por el diputado federal por Minas Gerais (este), André Janones.
Dentro de la estrategia original tuvo una importancia vital el fichaje del exgobernador de São Paulo Geraldo Alckmin como candidato a vicepresidente. Antiguos rivales (llegaron a enfrentarse en las elecciones presidenciales de 2006) la unión entre ambos es el principal símbolo que esgrime el PT de la necesidad de unir a todos los demócratas frente al bolsonarismo.
Lula ha ido sumando apoyos importantes fuera del espectro progresista más obvio, y lleva meses liderando las encuestas de intención de voto, aunque las pesquisas quedaron algo desprestigiadas tras el resultado de la primera vuelta el 2 de octubre, que otorgó 48,43 por ciento al expresidente y 43,20 al actual mandatario.
Horas después del escrutinio, Lula cosechó los apoyos de los principales candidatos que quedaron fuera del balotaje: el laborista Ciro Gomes y la senadora de centro-derecha Simone Tebet.