Sao Paulo / AFP
Rosa Sulleiro
Desde que llegó a la prisión de Curitiba el 7 de abril de 2018, Luiz Inácio Lula da Silva solo ha salido dos veces. Una de ellas para ir al velatorio de su nieto, el peor momento de un año en el que su enemigo Jair Bolsonaro llegó a la presidencia y su horizonte judicial no dejó de oscurecerse.
Pero, a los 73 años, el exmandatario (2003-2010) no se deja abatir, se ejercita todos los días en la cinta que tiene en su celda de 15 metros cuadrados y está obcecado en probar su inocencia ante lo que considera una «farsa judicial» para apartarle del poder.
«Obviamente quedó destrozado, muy triste, con la muerte de su nieto», el pequeño Arthur, de 7 años, que falleció repentinamente el 1 de marzo, cuenta a la AFP Gleisi Hoffmann, presidenta del Partido de los Trabajadores (PT).
«Pero desde el punto de vista político, de enfrentamiento de todas estas injusticias, sigue muy firme», agrega Hoffmann, visitante frecuente en la cuarta planta de la sede de la Policía Federal de Curitiba (sur), donde Lula cumple su pena de 12 años y un mes por corrupción.
El patriarca de la izquierda pasa gran parte del tiempo leyendo, escribiendo las cartas que después publica el partido, informándose y viendo a su querido Corinthians por televisión.
Las noticias que le traen sus abogados en sus dos visitas diarias no pueden ser peores. Ningún recurso ha conseguido liberarle, y el jueves el Supremo Tribunal Federal (STF) aplazó sin fecha las discusiones de la próxima semana sobre un cambio de jurisprudencia para los condenados en segunda instancia, que podría conducir a su excarcelación.
El nuevo revés deja todo en manos del Superior Tribunal de Justicia (STJ), una suerte de tercera instancia, que podría examinar su recurso en los próximos días. Algunas voces han pedido concederle la prisión domiciliaria, pero todo está en el aire en un caso sin precedentes, que despierta pasiones.
«El escenario para Lula pasa a ser el STJ», aunque «los índices de alteración y revisiones de condena son bajos, estadísticamente hablando, tanto en el STJ como en el STF», explica Silvana Batini, fiscal y profesora de Derecho en la Fundación Getúlio Vargas.
«Pero, obviamente, la cuestión de Lula es excepcional», agrega.
El expresidente fue condenado en primera y segunda instancia por corrupción pasiva y lavado de dinero, como beneficiario de un apartamento puesto a su disposición por constructoras para obtener contratos en Petrobras.
En febrero de este año, fue sentenciado a otros 12 años y 11 meses, al considerar que obtuvo reformas en una hacienda, igualmente a cambio de contratos en la petrolera estatal. La primera vez que fue sacado de prisión, en noviembre, fue justamente para prestar declaración por este caso.
Si esta pena es ratificada en segunda instancia, sus condenas sumarían 25 años, aunque bajo la ley brasileña podría gozar de un régimen semiabierto con cuatro cumplidos, un sexto de la sentencia. Siempre que no sea condenado en otro de los procesos que tiene abiertos.
– Derrota –
A los golpes personales y judiciales, se sumaron los políticos, cuando el pasado 28 de octubre un 55% de los electores eligió al ultraderechista Jair Bolsonaro, un exmilitar que había prometido que, si ganaba, el líder de la izquierda iba a «pudrirse en prisión».
Días después, el juez anticorrupción Sérgio Moro, enemigo frontal y autor de su primera condena, fue nombrado ministro de Justicia.
Su sustituto de último momento como candidato del PT, Fernando Haddad, quedaba fuera del mapa y su derrota cerraba también la agitada oficina política en la que se había convertido la celda de Lula en campaña.
– Falsa esperanza –
Todo pudo cambiar el 8 de julio, cuando un juez de guardia aprovechó la calma de un domingo para ordenar su liberación, arrancando un cruce de decisiones que solo se resolvieron con una última orden que le mantenía preso, tras horas de fuerte tensión.
Fue la vez que más cerca ha estado de salir.
«Llegamos a creer que sería liberado», recuerda Hoffmann.
Según Folha de Sao Paulo, Lula llegó a recoger sus cosas e ir hacia el ascensor. Desde entonces se ha tomado con más distancia las decepciones, como la discusión judicial que impidió que llegara a tiempo a despedirse de su hermano Vavá, fallecido de cáncer en enero.
El aniversario de su prisión traerá los focos de vuelta a Curitiba, con una serie de actos el domingo que pretenden relanzar la desgastada campaña «Lula libre».
Se espera que los pesos pesados del PT vuelvan a reunirse a las puertas de la cárcel, donde las decenas de fieles que siguen en la vigilia desde el día de su detención le cantan todas las mañanas a las nueve «Buenos días, presidente Lula» y se despiden a las 19H00 con un «Buenas noches» coral.
Solo ellos no se han movido de allí en todo el año.