“Rojas las palabras” es el nuevo libro de Lya Ayala, bajo el sello de la Editorial del Gabo que realizó durante el 2015 un reclutamiento de las voces más representativas de Centroamérica. En esta entrevista la autora nos revela su propuesta retomando temáticas como la memoria histórica, la visión de la mujer en la poesía salvadoreña y de posguerra.
Fredy Yezzed
Editor, escritor colombiano
P-Es muy grande, aunque poco conocida la tradición poética de El Salvador en el resto de Latinoamérica.
R-La poesía centroamericana en general es poco conocida y, de alguna manera, los países centroamericanos están desconectados. Poetas de los años cincuenta y sesenta se conocían más y se leían más que ahora. Y eso es terrible y trágico por la facilidad para comunicarse que hay con las redes y otros medios. Los poetas que deberían de usar la palabra en el sentido total de entrega, no lo hacen. Se leen poco entre ellos, es decir, en ese sentido de explorar con cuidado su obra y saber que al leerse con reflexión se encontrarán inevitablemente. La palabra es un punto de encuentro que suele abrir miles de posibilidades: el diálogo, por ejemplo.
P-¿Cuáles son los autores de su canon que más te han influenciado?
R-Trato de buscar un poeta salvadoreño que me haya influenciado y no logro recordar. He leído nuestra poesía, tenemos muchos poetas muy buenos: Alfonso Kijadurías, David Escobar Galindo, Claudia Lars, Roque Dalton, Roberto Armijo, Alfredo Espino, Raúl Contreras, Rolando Costa y Hugo Lindo que son mis más cercanos y apreciados. En esa tradición podría ser que Roque Dalton, nuestro más conocido poeta en el mundo, hubiese tenido algo de influencia, pero no fue así, muchas veces me lo he preguntado, lo siento distante en casi todo, creo que la mayoría de poetas nos hemos preguntado eso, yo lo hice hace muy poco, pero Dalton no fue un poeta recurrente en mis lecturas. Sí lo fueron otros poetas y no creo que hayan influido demasiado tampoco. Pienso que todos hicieron que sus voces me llegaran y me tocaran de alguna forma y lo veo más en el concepto estético que formé de la poesía donde hay muchos elementos: poética, música, filosofía, pintura, cine. No sé, creo que hay muchas expresiones que marcan mi poesía, más que la obra de un poeta en especial.
P-¿Y de las mujeres poetas puntualmente?
R-Esta pregunta me parece interesante, porque me permite decirte que la poesía actual salvadoreña la escriben mujeres. Lo ha sido por mucho tiempo, pero sospecho que sigue siendo poco difundida su obra, menos publicada.
Algunos poetas suelen ser despectivos con la obra de las poetas por la temática que según ellos abordamos. Pero si uno mira con cuidado, la obra que despierta más interés por su densidad, diversidad y originalidad la escriben mujeres en su mayoría.
Te menciono poetas salvadoreñas que leo y encuentro asombro, delicadeza, uso de la técnica y fuerza en su obra: Claudia Meyer, Francisca Alfaro, Miroslava Rosales, Elena Salamanca -que leí hace poco- y Krisma Mancía. Te menciono algunas, aunque son muchísimas, por eso me atrevo a decir que la poesía salvadoreña la escriben mujeres. Todas profesionales, docentes, con mucha lectura y conceptos literarios suficientes para debatir y proponer. No encuentras en la mayoría de poetas todos estos elementos, en las poetas, sí. Me gusta porque ellas abren rutas temáticas que involucran la política, la ideología, la memoria histórica, el erotismo, el amor, la maternidad, diversidad de formas de abordar la palabra.
La poesía salvadoreña desde principios de siglo pasado está poblada de poetas mujeres, se puede hacer un recorrido largo e interesante. Hay poca información en mi país cuando se hacen listas de poetas, trato de rehuir a eso, porque cuando las hacen me parece que se margina a otros poetas. Las que menciono son las que me mueven a mí y las que están escribiendo con esa fuerza y limpieza que me gusta como poeta y lectora.
P-Hay una gran diversidad temática y de estilo en las voces jóvenes de El Salvador, ¿Cuál sería la línea estética en la que más te identificas y cómo te ubicas allí?
R-Se menciona a la generación del 90 como de la posguerra, luego de la guerra civil salvadoreña, los que fuimos niños durante la guerra, se supone tendríamos que escribir sobre las secuelas y los trastornos que nos dejó, pero esta generación o grupo lo hace de otra manera: no creo que negara en su poesía ese momento histórico que marca, porque la guerra hace eso en los seres humanos, les talla una marca, los hiere y los convierte en esclavos o libres: a la generación de posguerra simplemente la liberó, y digo esto porque cada quien escribió lo que le dio la gana. Hay un debate en mi país sobre ese tema, un debate que queda en mera especulación: si nos ensimismamos o nos valió aquel momento. Ningún artista puede pasar por una guerra sin haberse desgarrado, la sensibilidad con la que, supuestamente, vive le imposibilita ausentarse de tamaña catástrofe humana. Lo que sucedió con nosotros es que quisimos ver de otra manera, sabíamos que había sucedido eso, la vivimos; pero estábamos cansados, persistía el panfleto poco después de la guerra. Quisimos hacer lo que nos dio la gana y eso no implicaba alejarse de la realidad, sino decidir hacer otra reflexión con otra mirada. Y ahí seguimos, porque jamás se publicó mucho, ejemplo es este reciente libro, después de quince años de trabajo la Editorial del Gabo publica mi libro. En los noventa se publicó a gente muy joven que no tenía oficio ni obra, pero nunca a la generación de posguerra, lo tuvimos que hacer solos o con editoriales artesanales. Me parece que hay mucha obra inédita. Y si eso es así ¿cómo saber la visión estética histórica que acuñó esta generación o grupo?
Recientemente, Vladimir Amaya, un joven poeta e investigador de la poesía salvadoreña, lanzó un proyecto muy interesante y atrevido: Torre de Babel, donde compila a casi todos los poetas salvadoreños desde 1950 hasta 2014, te imaginas, una maravilla, un esfuerzo sorprendente porque lo ha hecho con pocos recursos y solo. Ahí encuentras, por primera vez, un panorama donde ubicar la tradición de la poesía salvadoreña, la cual muchos desvalorizan, pero existe y la prueba es esta antología monumental. Ahí Amaya dice algo que me interesa sobre mi trabajo: “una poesía desinhibida, fresca (…) vuelta a inquietudes líricas”, añado que en mi caso busqué poetas de otros países y de otros tiempos. Luego no me ubico en ningún lugar, fui siempre muy solitaria para escribir, hasta hace poco empecé a publicar e interactuar más, porque es necesario. Un libro necesita su lector.
P-Luis Alvarenga en la antología “Poetas salvadoreños del nuevo milenio” advierte de un desplazamiento de la poesía por parte de la narrativa, ¿existe tal aspecto que parece ser constante en toda Latinoamérica?
R-La poesía debe procurar seguir su fuerza original, el poeta debe escribir sobre la pulsión que lo habita, no sobre lo que es moda escribir. Pasa mucho en la poesía salvadoreña de la que te puedo hablar, se necesita una voz, decir algo desde las entrañas, no puedo leer una poesía que no me golpee de entrada o no me acaricie, debe producirme algo, erizarme o hacerme ver distinto. Eso hace falta en la poesía. La tradición de la poesía salvadoreña es sólida, continua, importante; pero si no la leemos los salvadoreños seguiremos ignorando parte de nuestra memoria. En la poesía se recoge esos destellos, esas fisuras, esas remembranzas que son orales y que sin darnos cuenta escuchamos y ahí es donde la poesía cumple su labor de “recoger” para contar.
Me parece no es posible desligar al poeta de la vivencia histórica, siempre será rasguñado, herido por ella y el poeta, inevitablemente, será traspasado por la palabra. Por ejemplo, la palabra que utilizó Roque Dalton para nombrar la injusticia es ahora otra palabra, una palabra novedosa, distinta, cargada con significados que revelan otro momento violento de nuestra historia. Por eso veo en la palabra que el poeta elige, más que una realidad momentánea, más que centrarnos en un solo poeta o una sola corriente o una influencia, lo que veo es el asombro, esa chispa que luego se hace fuego. No podemos despreciar nuestra tradición, se nutre de la realidad pacífica o violenta, se nutre y vivifica la realidad, eso hace la poesía en el tiempo. En este sentido, la narrativa no desplaza a la poesía porque son dos modos totalmente distintos de mirar, aunque puedan converger en algún punto creativo, más como recurso. La poesía revela; la narrativa, propone.
P-Al igual que en Colombia y México, existe en tu país una literatura de la violencia, al parecer un tema superpoblado por la narrativa en particular, pero en el caso de El Salvador también abarcado por la poesía ¿Cuáles son las voces y los libros de poesía que destacas en este aspecto?
R-El Salvador es un lugar fantástico para el arte, así como lo lees, yo lo creo así, cada sitio, cada esquina, cada gente, cada gesto te cuenta sobre las emociones humanas: el dolor, la tristeza, la alegría, la pasión, la muerte. El salvadoreño es un nudo de creación. Uno camina por la calle y sabes que algo sucederá, jamás la realidad salvadoreña te defraudará si eres artista, pero de eso no se han enterado la gente que maneja las políticas culturales, y el artista necesita el apoyo, condiciones para hacer su obra. Y hacemos nuestra labor en condiciones muy difíciles ¿pero qué momento ha sido fácil para un poeta salvadoreño? Sobre todo para el que busca el espíritu de la palabra, la voz propia y original. Sí, El Salvador es violento, pero la mayoría de países lo son. A mí me causa suspicacia que sean los políticos, los medios, el poder en suma, los que dirigen algunos de los discursos estéticos, me preocupa que los poetas, sobre todo, se dejen llevar con tanta facilidad por eso. Cuando son quienes debe romper y quebrar el discurso, quienes están llamados a revelar algo. Entonces, la violencia se ha convertido en todos los ámbitos de la realidad salvadoreña en un lema, más que en una visión reflexionada de lo que ocurre. La poesía refleja esa violencia en parte, la poesía lo que hace en este momento, es escupir la muerte que vemos todos los días. Lo hace primorosamente y puedes leer a poetas escribir sobre ello, pero le dan la vuelta: escriben de la violencia como si fuera el amor. Es interesante, porque las palabras que eligen tienen esa carga del discurso político ideológico que los partidos y el poder mantiene. Hay indignación en los poetas por la violencia, sí, pero todavía lees sin hondura. Yo quisiera leer una poesía que quiebre ese discurso y revele la esencia de la violencia. Porque la violencia y la muerte que vivimos en El Salvador sigue siendo la de matar el cuerpo, pero hay otra, nos quieren matar lo esencialmente humano. El poeta debe escribir sobre eso, porque uno puede escribir sobre la violencia sin necesidad de mencionar las tripas en el suelo o la bala abriendo una cabeza, el acto creativo para nombrar y denunciar esa violencia es la originalidad de la visión personal. A eso apelo.
Te cuento lo que reflexiono sobre los poetas de mi país: el poeta Alfonso Fajardo, tiene dos poemarios Negro y Fusibles Fosforescentes donde revela esa violencia, pero tiene una forma propia de decirlo y eso no ha sido analizado, también, otros poetas más jóvenes Francisco Alfaro, te dice ácidamente que la violencia le traspasa el amor, pero sigue amando; Edenilson Rivera- lo leí hace poco-, propone esa realidad violenta pero con dulzura; Noé Lima, una poesía sarcástica, muy cuidada, también evidencia de la desolación del engaño de la posguerra; Roberto Deras, dibuja con figuras muy bellas, la soledad humana. Miramos con superficialidad la realidad que vivimos, muy marcados por posiciones cerradas y fanáticas, puedo asegurarte, porque trabajo con jóvenes en la universidad, que sí les importa lo que sucede, pero no saben cómo enfrentarlo. Ahí la labor del poeta es esencial, pues podría motivar con la palabra verdadera y esencial a los más jóvenes para cambiar, desde la reflexión que quiebren el sistema corrupto e injusto que tenemos. La palabra poética puede ser una espada.
P-Por tu edad y, en extensión a tu generación, es fácil inferir que tus primeros años de formación están en el marco de la guerra. ¿Cómo actúa esta situación histórica en tu sensibilidad y en tu lectura del mundo?
R-Lo que te comentaba antes, me hiere e indigna profundo como a muchos, pero mi personalidad es reflexiva, mi formación lo es, por eso los acontecimientos luego de la guerra no me fanatizaron, o no lograron hacerlo, tuve muchas cosas que lo impidieron. Ahora puedes ver jóvenes muy fanatizados y es una lástima, porque eso es el peor obstáculo para romper el sistema que tenemos. Los políticos, aunque la gente los trate con epítetos, siguen estando detrás de muchos jóvenes y los manipulan. A mí, como a otros poetas de mi generación que nos alejamos, no logró atraparnos y por eso se dijo que hicimos poesía “sin compromiso”, cuando el compromiso es la misma acción de decir sobre el mundo lo que vivimos a pesar de lo difícil del medio para escribir y publicar, porque publicaron más otros poetas durante la guerra.
Lo que nos dejó y nos cambió a nuestra generación de posguerra fue la indiferencia de esta gente que hizo la guerra y luego olvidó o jamás recordó nada. Eso da rabia, porque puedes verlos sentados teniendo la posibilidad de cambiar aquello por lo que murió tanta gente, esa es la reflexión que tuve siempre de esos supuestos cambios, nunca pude integrar un grupo ideológico de izquierda, pero escuchaba a esta gente con atención, a estos “líderes” y supe que aquello era necesidad de poder y así fue. Así es como actúa en mí la reflexión de la situación histórica de mi país: decidí escribir y jamás implicó que no me tocara esa realidad. Mi sensibilidad como poeta la agudizó esa realidad violenta para resistir seguir el sistema. Mi poesía es una poesía que busca la palabra más verdadera y ahí yo no he podido traicionar mis temas, escribo sobre lo que me importa.
P-¿Hay en tu poesía una preocupación estética que meta los pies en lo político puntualmente?
R-Siempre es así, el poeta es el artista más político de todos, porque su arma es la palabra. Yo no comprendo porque se confunden los términos. En El Salvador uno tiene que ser de eso que llaman izquierda o derecha para existir como ser político, pero va más allá. Somos personas políticas continuamente. Sí, mi poesía tiene una posición clara, porque yo tengo una posición clara como ciudadana y persona. Mi compromiso es con la palabra, con la realidad injusta que existe, mi compromiso es con lo humano. Me rehúso a escribir lo que no es verdad para mí, eso es falsear la poesía y la poesía es ante todo verdad, como la llames: verdad estética, verdad personal, verdad histórica, no hay forma de falsear eso.
P-¿Desde tu primer libro “Verde” del 2001 a “Rojas las palabras” ha mudado la voz poética tuya?
R-Sustancialmente. He procurado entrar y vivir en la poesía. Ha mudado, sí; se ha transformado; sí, pero todos los sucedáneos de las batallas por encontrarme y encontrar a los otros, persisten. Mi poesía es una suma de experiencias, de lecturas, de contrastes y vacilaciones. Escucho que se dice que el poeta revisa y revisa, es probable. Yo reviso, pero la poesía es un instante, uno sabe que debe escribirlo o se marcha. Por eso, insisto que no puedes mentir con la poesía, se nota.
P-Con respecto a “Rojas las palabras” ¿Bajo qué circunstancias especiales de tu vida lo escribes y cuánto tiempo te llevó su escritura?
R-Escribí este libro durante un año y las circunstancias son de rupturas para mí como mujer, como poeta. Un poeta me dijo durante una conversación algo así: las poetas lo que hacen es escribir una lista de los amantes que han tenido. Yo escuché a este poeta y guardé silencio, porque en estos casos el silencio es una respuesta. Escribí “Rojas las palabras” cuando asumí toda una vida independiente, una visión totalmente distinta de mis necesidades como ser humano y como mujer, pero más allá de mis propias rupturas, quise adentrarme en la de otras mujeres, aprendí con ellas que todavía somos tratadas con desprecio, y eso, justamente, es lo que te digo: romper ideas que oprimen al otro. Ahí expongo mi visión particular de la mujer salvadoreña, lo que dice a solas, lo que grita, pero lo digo lejos del feminismo o desde el machismo, lo digo desde mí misma.
P-“Ven/ Comeremos en el sitio de mi alma”, dice el epígrafe de Eunice Odio que eliges para comenzar tu libro y que anuncia su matiz intimista… ¿es clave la influencia de Odio en este libro?
R-Leí a Eunice Odio hace unos quince años cuando trabajaba en un suplemento cultural, el poeta Álvaro Darío Lara la publicó un día y yo no sabía de ella. Me quedé leyéndola muy despacio a solas en la redacción, la leía una y otra vez. Ahí empezó a revelarse ese germen escondido que oculté en las palabras que eran mías, claro, pero necesitaba liberarme de ellas, yo quería decir esto que digo ahora, quería decirlo con pasión como soy sin dañarme ni mentirme. Con Eunice Odio aprendí la fuerza de la energía femenina, más que el estilo o la técnica, siempre volvía a ella, aunque estaba la Pizarnick, Loynaz, Sexton, Szymborska, muchas poetas maravillosas que me llenaron con su fuerza. Pero Eunice Odio seguía y sigue sonando en mí fuerte como un recordatorio de que la mujer poeta es una voz devastadora que no debe temer decir lo que debe decir.
*Entrevista cortesía de Editorial El Gabo
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