Iosu Perales
Cada diez horas una mujer es asesinada en El Salvador por feminicidio, según cifras publicadas. Una crítica extendida en la sociedad señala, no sin razón, que ni las instituciones, ni la judicatura, ni los partidos políticos, hacen lo suficiente para acabar con la matanza. Tal vez si las víctimas fueran de otro signo las respuestas serían más eficaces.
En este escenario abominable surgen preguntas recurrentes: ¿Qué les pasa a los hombres? ¿Por qué actúan de este modo?
Como muy bien puntualiza la veterana feminista española Paloma Uría, es interesante poner atención en tres problemas conceptuales: el de patriarcado, el de poder y el de violencia. Y es que si bien es verdad que en cada asesino podemos encontrar hechos que señalen un comportamiento individual, lo cierto es que pervive una estructura social que mantiene una relación de poder entre hombres y mujeres, no sólo expresada en la patente presencia desigual en los grandes ámbitos de decisión, sea en la economía, sea en la cultura, sea en la política, sea en la vida social, sino que también en la vida cotidiana donde el micromachismo se cronifica muchas veces de manera encubierta como parte de una cultura aceptada.
Sin entrar en los debates feministas de tipo conceptual que vienen evolucionando, podemos decir que el patriarcado representa el dominio de los hombres sobre las mujeres, consagrado por costumbres, leyes, en el marco de una construcción social hecha cultura. Esta realidad conecta con el ejercicio del poder que trasladado a lo más cotidiano se expresa desde las maneras más sutiles a distintos tipos de violencias. Por eso, cada hombre que maltrata y asesina a una mujer, más allá de la importancia de una historia de vida que interesa a la psicología y a la psiquiatría, es la manifestación de un machismo que atraviesa toda la estructura social y se reproduce de continuo. El combate contra ello requiere de la transformación colectiva e individual, que a su vez necesita de una transformación social y política.
Se plantea un problema de fondo cuando los pilares de la estructura social y política fallan. Cuando la justicia, empapada de cultura machista, aplica la ley de modo deficiente; cuando las instituciones políticas, incluidos los partidos, no se toman en serio su responsabilidad; cuando medios de comunicación acuden sistemáticamente al amarillismo sacrificando lo que debe ser una comunicación para la educación y nuevos valores. Para estos poderes la violencia lo es cuando hay abuso de fuerza y lesiones graves o muerte de la víctima, obviando que violencia es también el maltrato sicológico, la discriminación, el desprecio, la explotación, la sumisión, ante todo lo cual hay demasiada benevolencia.
Pero el asunto se hace más complejo con la incorporación al análisis del micromachis
mo que es una forma invisible del modelo masculino.
Es sutil y se desvela en los roles cotidianos de género, en el lenguaje masculinizado, en la publicidad, en las tareas domésticas, en el cuidado de mayores y de menores, en la presión moral, psicológica, económica, etc, y tiene su fundamento en las relaciones de poder propias del patriarcado. El micromachismo, muy estudiado por el psicólogo argentino Luis Bonino, esconde prácticas machistas, algunas consideradas normales, de tal modo que la desligitimización se da sobre lo evidente, sobre lo máximo y lo trágico, pero no se actúa de igual modo contra machismos veniales. El micromachismo no es sólo una expresión individual, encajable en lo doméstico. Se da también en la esfera más general de la sociedad. Por ejemplo la cadena española de hipermercados Hipercor cometió un gazapo que revolucionó las redes sociales: puso a la venta dos camisetas para bebés, una en color azul y otra en rosa. En la azul, se podía leer: “Inteligente como papá”, y en las rosas, “Bonita como mamá”.
El micromachismo plantea un problema en el ámbito de las percepciones de hombres y mujeres sobre lo que es y no es tolerable. Así por ejemplo el mundo del whatsapp facilita a cada momento un ingente tráfico de mensajes. Muchas personas reaccionamos con justa beligerancia cuando recibimos mensajes claramente machistas, pero si lo que recibimos es clasificable en el micromachismo como por ejemplo un chiste blanco que reproduce estereotipos de género, entonces las reacciones son muy tímidas o simplemente no se dan. Ocurre asimismo con el lenguaje masculinizado que se da por bueno de un modo acrítico. Esto quiere decir que nos hace falta una educación que nos permita detectar el machismo en cualquier versión dura o blanda, y saber cómo actuar.
La educación es tan necesaria y urgente como que los jóvenes de hoy en día reproducen las relaciones de dominación y una violencia que es aprendida. Una investigación del sociólogo andaluz Díaz Aguado nos revela que entre los jóvenes españoles se piensa que en la pareja lo normal es que el hombre proteja a la mujer y no la mujer al hombre; están de acuerdo el 43,2% de chicos y el 40,2% de chicas, y muy de acuerdo el 20,8% de chicos y el 12,9% de chicas. No hace falta decir que con frecuencia la línea que separa a la protección del sentido de propiedad es muy fina. Y este sentimiento es muy peligroso, pues genera espacios de control de chicos sobre chicas y como paso siguiente distintas violencias.
Me inclino a pensar que en El Salvador no serán mejores las cifras. No se trata en todo caso de crear alarmas sobre los comportamientos juveniles pero sí de ser conscientes que los cambios de valores que nos permitan avanzar hacia la igualdad real de género no será fruto de un proceso espontáneo o del curso de la historia. Será o no el resultado de un esfuerzo consciente de combate contra toda expresión grande o pequeña de machismo.
Pero la educación no es sólo un asunto familiar y de la escuela. Debe darse también en las relaciones sociales, educarnos entre nosotros y nosotras mismas. Ahora bien la escuela si puede ser el centro generador de un impulso que involucre a profesorado, madres y padres, y alumnado. ¿No sería interesante la creación en centros escolares de Foros de Igualdad de Género que fomenten el intercambio, la reflexión y planes educativos compartidos? Otra idea básica es que la educación debe empezar desde que la niña y el niño nacen. El aprendizaje de lo bueno y de lo malo empieza desde el primer día de la vida.