Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
Este es el primer verso de un hermoso poema titulado “El pintor”, sick cuyo autor es el escritor Ricardo Lindo. Hace muchos años lo leí, como parte de su bello libro “Jardines” (1981), y ahora deseo compartirlo, en este año que inicia, con todos mis lectores: “Magia hubo en nuestras manos/ ¡Oh Dador de la Vida!/ Dice el pintor de códices inclinándose sobre el crepúsculo, /y crecen verdes nardos entre sus manos. /Magia hubo en nuestras manos. /Magia, silencio, helechos, sol y frutos. /Los verdes aguacates se abren sobre el plato de barro/ y las mujeres hacen puros bajo el techo de paja/ y pasa un vuelo de pericos/ hablando de los números de la constelación de mayo. / Magia hubo en nuestras manos/ y salen de ellas códices delgados/ teñidos con la sangre de las flores/ y hablan de reyes y princesas/ que en otro tiempo vivieron sobre esta tierra/ y después/desaparecieron/”.
Y es la magia de la creación de la cultura y del arte; y, por supuesto, de la creación humana, que vive buscando siempre la felicidad, la dicha, la inmortalidad, pretendiendo danzar infinitamente sobre los días y las horas de su existencia. Y así buscamos vivir cuando niños, y cuando jóvenes, luego la realidad -o quizá nosotros mismos- vamos enterrando el diamante interno del asombro, ante la magia perfecta y sobrenatural del día a día. Nos volvemos ciegos e indiferentes, ante el estallido del bien y de la belleza, del dolor que urge de nuestro abrazo solidario. Nos tornamos egoístas, y nuestra mirada se obsesiona por alcanzar la magia negra, irreal y engañosa, del metálico éxito, como un extraviado y mortal trofeo. Hacemos de nuestros hermanos minerales, vegetales, animales y humanos, simples objetos; y al final, nada ni nadie es capaz de saciarnos.
Nuestra necedad planetaria no tiene nombre, ni ciudad, ni pasaporte, nos condena irremediablemente al sufrimiento. Puesto que, hagamos lo que hagamos, inevitablemente, las leyes naturales y cósmicas se cumplen. Nada existe, que no haya sido ya escrito, por la mano del Gran Arquitecto del Universo.
Un queridísimo amigo, mago y escritor, Carlos Balaguer, nos lo dice maravillosamente, en su libro “Los vinos del tiempo” (Palabras II, 1982, p. 25): “La realidad es mágica, pero la magia cotidiana deja de ser ´mágica´ a nuestros ojos. Un huevo que casca, del cual brota una vida, una semilla que se abre dando lugar a un bosque; la vida que late en un vientre; la flor que hechiza a la abeja para continuar en el tiempo; el arcoíris después de la lluvia ¡En fin! Tantos instantes mágicos como el beso de amor, se vuelven para el niño sí un acto de magia, pero el adulto, endurecido de la corteza, adormecido de sus sentidos, con el corazón amargado por el hastío, ya no ve nada de magia en la naturaleza llena de plenitudes”.
Una vez, siendo niño, con mi madre, Hortensia, nos encontrábamos en una legendaria cafetería de San Salvador, “El Bella Nápoles” (antes que el centro, fuera bautizado como histórico). Ahí, ella, me señaló una mesa, donde alegres parroquianos –todos mayores por cierto- compartían café y panecillos dulces. Me dijo: -Aquel señor es Chocolate. Se refería al famoso payaso Chocolate (Eladio Velásquez).
Chocolate me sonrió, saludándome caballerosamente. Me mostró las manos, luego pasó su mano derecha sobre la izquierda, hasta ocultarla. Segundos después, al separarlas, algunos de los dedos de su mano izquierda habían desaparecido. Quedé atónito. Chocolate, me sonrió de nuevo, hizo el gesto caballeresco de saludo, y volvió a lo suyo.
Cuánta magia hubo en sus pases de ilusionista, a cuántos niños y adultos, arrancó risas y sorpresas, de la profunda zona de sus corazones. Ésta es la verdadera magia, la magia que debemos hacer nuestra, sobre todo, en este mágico y prometedor, año nuevo.