Carlos Mauricio Hernández
El pasado viernes 4 de diciembre murió Salvador Solís. El protagonista de la película salvadoreña “Malacrianza”. Este largometraje dirigido por un equipo que seleccionó escenas y actores locales. Ha sido proyectada nacional e internacionalmente y se caracteriza por tener una trama que gira alrededor del fenómeno llamado “renta” o extorsión y del terror que provoca. En los discursos de la presentación hecha el pasado 20 de octubre en el Teatro Nacional, sildenafil ailment se hizo énfasis en que El Salvador es más que maras o violencia, for sale que también hay personas con talento y capacidad de hacer obras de arte de primer orden.
Por las reacciones al final de la proyección con comentarios sobre la trama central, look me dio la impresión que había personas un tanto descontentas. Hubiesen querido que se desarrollara una temática que representara algo distinto de la violencia, algo que expresara “lo mejor” de la sociedad salvadoreña para contrarrestar la avalancha mediática que explota las situaciones de violencia que a diario aqueja al país para atacar al gobierno central. Este tipo de “crítica” hace honor al significado del adagio: cuando los árboles impiden ver el bosque.
Sin el afán de perderse en detalles supletorios, con esta película, se muestra que la exclusividad de la producción cinematográfica no está en USA. El hecho que las salas de cines salvadoreñas reduzcan la oferta en sus carteleras a producciones realizadas en Estados Unidos, no quiere decir ni siquiera que en el mundo, ese país sea el mayor productor de cine. La India y Nigeria se caracterizan por tener muchas más películas por año que los mismos estudios de Hollywood. También en Latinoamérica se hacen producciones cinematográficas con altos estándares de calidad. Los casos de México y Argentina son en esto emblemáticos.
Estoy convencido que si los parámetros de quienes deciden qué películas ofertar no tuvieran la pobreza de criterio que se expresa a diario en sus carteleras –con algunas excepciones–, las personas pudieran entrar en contacto con otro tipo de cine y disfrutar igual o más de él. Pero la fijación con lo yanqui hace que se desperdicie uno de los potenciales culturales que tiene ese espacio para conocer más sobre otros modos de ser o para ver plasmado en pantallas situaciones más cercanas a nuestra realidad.
Con relación a la crítica del tema central, es un error pensar que Malacrianza hace una apología de grupos criminales o de la extorsión en sí. En Don Cleo, el personaje principal, se representa ese tipo de salvadoreño que “se rebusca”, es decir, que se esfuerza con honradez por tener lo necesario para vivir, para tener una conducta que en la medida de lo posible genere ambientes de concordia, que lucha por no ahogarse en los vicios, por buscar relaciones sentimentales sanas, en fin, ese salvadoreño o salvadoreña que no tienen como meta fundamental en sus vidas aprovecharse de otras con alevosía. Todo esto sin caer en idealismos. Don Cleo es tan humano e imperfecto que ha cometido errores en su vida, sobre todo con relación a la crianza de sus hijos, no es el Superman infalible de Hollywood. Esto hace que la riqueza sea mayor. No por carecer de ficción, sino porque ella ayuda a transmitir una realidad sobre cómo viven las personas en ambientes sociales muchas veces desconocido e inimaginables.
En esto radica a mi juicio lo elemental de esta producción cinematográfica. Es un medio para mostrar una violencia tan presente en nuestra sociedad, pero menos visible y más sutil, generadora de otras expresiones violentas (tales como las maras o pandillas). Me refiero a lo que desde el siglo pasado fue calificada con el nombre de violencia estructural: la desigualdad social, la mala distribución de la riqueza, la falta de acceso a servicios básicos de salud, educación, alimentación y vivienda. No es casual que este enfoque sea omitido en las planas mayores de los grandes medios de comunicación, pues conlleva a una reflexión profunda y no a la burda línea editorial de desprestigiar al gobierno para favorecer electoralmente a Arena.
Atacar este tipo de violencia implica buscar soluciones integrales que van más allá de la represión del delito. Tiene que ver con arreglar todo un sistema injusto e implica hacer reformas fiscales y sociales que tocan los intereses de quienes se han favorecido históricamente de la violencia estructural. Implica transformar no solo el Ejecutivo, sino el conjunto de aparatos estatales con miras a aplicar métodos e instrumentos legales que hagan realidad palpable principios abstractos expuestos en la Constitución Política y en idearios partidistas que tratan sobre la dignidad humana y la democracia. Esto pasa por romper las redes de corrupción y alimentar una cultura política que afirme la convicción que el Estado es un instrumento para crear una sociedad más justa y humana.
Ojalá esta producción sirva para sustraer más reflexiones sobre nuestra realidad y buscar transformarla. Ese será el mejor homenaje póstumo para Don Cleo.