Renán Alcides Orellana
Los frecuentes casos de ofensas y malos tratos a la niñez (golpes, stuff insultos, site explotación laboral, drugstore abuso sexual, incesto…), son reflejo en gran parte de la creciente descomposición social que, particularmente en este caso, afecta al sector más vulnerable y también el menos estimado de la sociedad. Entre los muchos y dolientes casos, el reciente suicidio de una menor de 11 años, en una ciudad periférica de San Salvador, lo confirma. ¿Por qué lo haría…?
No se ignora ni se subestima la situación de riesgo de los demás sectores; pero, si bien es preocupante la compleja realidad de riesgo personal que, individual y colectivamente, vive a diario la población entera, dentro de ella preocupa también la situación particular de la niñez, víctima inocente de este drama de inseguridad, por ser persona indefensa, desprotegida y más vulnerable. Pareciera que sobre el niño marginal salvadoreño, y del mundo, gravita una sentencia al sufrimiento, evidenciada en el ultraje verbal y físico, violación, explotación laboral, mendicidad y toda clase de abusos y, lo peor, hasta el riesgo de su propia vida; además de otros peligros y perjuicios que, aunque de menor grado, le hacen sentir marginado y disminuido en su condición humana.
Seguramente, hay planes y programas en movimiento hacia la protección del niño, pero parecieran de insuficiente acción -el caso ya dicho del suicidio de una infortunada niña, por ser noticia reciente, mueve a pensar- y en esto, es imperativo incrementar el accionar conjunto entre el Gobierno y el binomio familia-escuela. Sobre la responsabilidad hacia la niñez de estos tres sectores de la sociedad, es interesante la sabia expresión del ex presidente del Uruguay José Mujica: “No le pidamos al maestro que arregle los agujeros que hay en el hogar”, significando que el buen trato y educación del niño debe empezar en el hogar, sin desestimar el papel de seguimiento que toca al maestro; desde luego, si éste cuenta con las condiciones didácticas adecuadas, que sólo compete al gobierno otorgarlas.
Pero, claro. Estas expresiones son coherentes -palabra/acción- de un estadista de veras como José Mujica, símbolo real del político/ funcionario/ ex presidente de la República, que siempre antepuso el bien común a sus propios intereses y los de su partido. De esos estadistas, no hay por estos lados. Al contrario, en estos países pareciera que la consigna es la inmediata “compostura”; y así, los programas sociales (educación, salud, vivienda…), son desestimados, porque el cáncer de la corrupción corroe las entrañas de la Nación. Y surgen las componendas, protegiéndose los unos a los otros. No hay invento en esto, los archivos y la realidad periodística lo dicen, a pesar de los velos de impunidad que cubren los ilícitos de “los de arriba”. Sin embargo, es satisfactorio decir que hay excepciones de personas y funcionarios valiosos, honestos y capaces. Pocos; pero, por eso, muy apreciados. El pueblo los conoce… ¡y conoce a los otros también!
La expresión del ex presidente Mujica, un estadista ejemplar, subraya la urgencia de motivar a los hogares a preocuparse por los tiernos hijos, como medida preventiva que seguirá desarrollando el maestro para que, con el respectivo apoyo oficial, se formen desde el hogar las futuras generaciones, aunque ya los niños no son, como antes se decía, el futuro, ahora son el presente de un país. Por lo menos, de esa manera debe verse. Sólo así se irá previniendo que mañana el país no sea castigado con dirigentes, funcionarios y ex funcionarios anti patria, como los que ahora están en la vitrina popular, juzgándoseles acremente por corrupción: malversación de fondos públicos, desvío de donativos y enriquecimiento ilícito, entre otros. Y esto, dijo un investigador, sólo es la punta del iceberg…
Quien maltrata a un niño “toca a Dios con las manos sucias”, repitió un juzgador de casos de menores. Y no se diga si -como ocurre casi siempre- el depredador o castigador o agresor, está oculto, como parte del mismo hogar o de la familia. O acaso particulares, que se convierten en energúmenos, cuando -según su decir- se sienten “ofendidos” por algún niño. Y la emprenden contra él que, indefenso y temeroso, no tiene a quien recurrir, considerándose a si mismo como “un estorbo” para los adultos, tal como cierta vez entre sollozos lo expresaba un niño, mientras sus mugrientas manos acariciaba las partes adoloridas de su cuerpo, manoseadas y lesionadas “por un hombre así de alto… y todo porque vendo cosas que él también vende aquí, como si fuera suya la calle…”. Realidad del niño de cada día. Una realidad anti infantil, como doliente drama sin fin. Sin embargo, si quisiéramos los adultos, este octubre, Mes dizque del Niño, podría significar, como oferta para la niñez salvadoreña, el inicio de una nueva vida, llena de amor, alegría y esperanza…! (RAO)