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si pero mándemelo por escritora cotizaciones nueva y de usada

René Martínez Pineda *

La coyuntura -premonición del futuro y eco del pasado- puede ser estudiada a través del discurso oficial si sabemos descifrar sus silencios, venias, entrelíneas y renglones torcidos. Entonces hablemos del discurso, como instrumento político-ideológico originario, tomando de ejemplo el leído por el Presidente de la República -a raíz del tercer año de gobierno de la segunda gestión del FMLN- y la ignota reacción de los reaccionarios. En mi opinión, tratando de seguir las ideas de la sociología marxista, el discurso es un medio de acción social en el territorio hostil y sinuoso de la conciencia de clase; de mediación política en la temporalidad relativa de la utopía y su Quijote; y de acercamiento ideológico en el vecindario vocinglero de la identidad cultural a través de la palabra y, por tanto, escoger con pinzas cada palabra es una labor esencial, ya que es la decisión del público al que se va a dirigir el discurso, lo cual queda establecido en la primera línea, no importa, en este caso, si se rompe un protocolo formal (que es válido y legal para algunos) para construir el protocolo popular (que es válido y legítimo para otros) que no necesitará cadenas de televisión forzosas para tener gran audiencia porque todos se sentirán receptores especiales y significativos del mensaje y, por tal razón, cada palabra tendrá valor.

Si eso es así, considero que el discurso presidencial debió aludir primero al pueblo (pero no como rancia demagogia o caudillismo nostálgico, sino como estrategia de acercamiento que busca conciencias más que aplausos) y luego a los diputados (y otras hierbas políticas) y, con ello, el calibre, textura, color y orden de las palabras habría cambiado. Ya sé que eso parece un cambio baladí para quienes son sojuzgados por lo tradicional (y sería un insulto de clase para los reaccionarios y burócratas), pero si consideramos que las palabras son la conciencia de la intención, entonces no lo es, ni desde el imaginario colectivo de ese pueblo que espera que “platiquen coloquialmente” con él para sentir confianza y para sentirse incluidos, ni desde la función hegemónica del discurso. La palabra y su discurso (el discurso y su palabra) no son un simple micrófono (guiado por un teleprompter) empotrado para transmitir ideas coherentes en busca de aplausos (la coherencia, en última instancia, depende de la capacidad de deducción del público y del autor, además de estar mediada por intereses de clase que esperan y tienen su propia lógica discursiva) sino factores hegemónicos que permiten construir-modificar la correlación de fuerzas internas y las relaciones sociales con los oyentes, sean estos individuos o grupos socioeconómicos definidos.

La palabra y su discurso han sido estudiados por varias escuelas de pensamiento social, desde la filosofía del lenguaje del sentido común instruido por los dichos populares, a la hermenéutica, la semiótica, la sociología de la comunicación, la etnografía y la pragmática de lo cotidiano, las que han puesto de relieve el hecho de que el lenguaje (como la articulación sistemática de recuerdos, olvidos, palabras y silencios) no solo es un conjunto de signos que describen el mundo a la imagen y semejanza del emisor, sino, también, un medio a través del cual los individuos actúan e interactúan para darle pertinencia a su mundo socio-cultural y así sobrevivir en él.

Considerando que la manipulación del imaginario colectivo ha sido llevada a un nivel profesional y consuetudinario por la publicidad (de la mercancía a la política para hacer de esta otra igual, en todo sentido) es conveniente analizarlo tanto como modo de intervención subliminal o de acción burda sobre la conciencia (optar por un candidato sin considerar el proyecto de clase que representa, de la misma forma en que se opta por una marca sin considerar sus características; optar por un público como destinatario del discurso de la misma forma en que se opta por una forma de plusvalía), pues, en la superficie y en el fondo, es un mecanismo de presión directa, de violencia simbólica o de seducción alegórica que se ejerce sobre un público previamente establecido, un auditorio efímero montado por el protocolo o una clase social: “Se ha llevado a cabo la más grande renovación del parque cafetalero con la entrega de 33 millones de plantas de café… firmamos el acuerdo para la reactivación de la caficultura, que fortalece el Fideicomiso del Café por un monto de 300 millones de dólares”. “Ahora seremos reconocidos en el mundo por nuestra: “Marca” País, El Salvador: Grande como su gente”, es decir el país como mercancía.

De ahí que el poder intrusivo, transformador y seductor del discurso revele, de inmediato, su relevancia política, ideológica, sociológica y social en función de la idea que se tenga de gobernabilidad, ya sea por las omisiones o las inclusiones en su constructo (con conocimiento de causa o no, eso es lo de menos) razón por la cual forma parte de la propuesta metodológica de la investigación social moderna. Eso se debe al hecho de que, comparada con otras técnicas de investigación social (historia de vida, sondeo, entrevista en profundidad, investigación cualitativa, análisis de contenido) ofrece más viabilidad para captar en su texto y contexto (como hermenéutica de la palabra) las dimensiones políticas, ideológicas y culturales de la realidad.

El análisis del discurso, concebido desde una perspectiva teórico-metodológica, nos permite conocer y describir no solo lo que dice su emisor sino, también, el contexto y la situación coyuntural en que se da. El discurso no nos proporciona por sí solo toda la información necesaria para conocer la realidad, pero sí nos permite buscar claves que nos llevan a su reconstrucción desde una posición de clase, por lo que no puede ser dado para todos como si fueran iguales. ¡Oh, madre mía! Todas cosas dejadas aparte –dijo, Sempronio-, solamente sé atenta e imagina en lo que te dijere y no derrames tu pensamiento en muchas partes. Que quien junto en diversos lugares le pone, en ninguno lo tiene: sino por caso determina lo cierto. Y Celestina responde: Pero di, no te detengas. Que la amistad que entre ti y mí se afirma no ha menester preámbulos ni correlarios (corolarios) ni aparejos para ganar voluntad. Abrevia y ven al hecho, que vanamente se dice por muchas palabras lo que por pocas se puede entender. Gramsci lo dice en palabras depuradas por la lucha de clase: “sólo la verdad es revolucionaria”… y el FMLN representa, todavía, la verdad perdida de una revolución inconclusa.

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