Luis Armando González
Vivimos en una época en la cual la manipulación y pérdida de sentido de las palabras alcanza niveles extremos. Sería exagerado decir que tal cosa nunca antes había sucedido; sin embargo, doctor illness lo que parece ser novedoso es lo extendido del fenómeno y su capacidad de imponer su lógica, prácticamente, sobre cualquier palabra y sobre cualquier construcción discursiva.
Según las coyunturas y los contextos, así son las palabras que entran al ruedo de la manipulación y pérdida de significado. Palabras como “democracia”, “política” y “sociedad civil”, “ética” y “transparencia” han sido y son manoseadas hasta la saciedad; antes de ellas, lo fueron –y lo vuelven a ser, cuando las circunstancias lo ameritan— “desarrollo” y “crecimiento” y “progreso”. Y una de las palabras que siempre se presta para los peores usos, en el pasado y en el presente, es “terrorismo”, de connotaciones siempre preocupantes.
No es sólo que las palabras se desgasten por el paso del tiempo. Lo grave es que se desgatan a propósito; es decir, porque intencionalmente se las somete a una cirugía que lleva a su depreciación. Esa depreciación comienza con la erosión de su significado: se pone en circulación la palabra que se quiere manipular, pero se le atribuyen significados que le son ajenos violentando su definición básica.
Por ejemplo, terrorismo deja de significar “violencia ejercida sobre personas inocentes e indefensas con el fin de atemorizarlas” y se convierte en “violencia ejercida por un grupo con determinadas creencias religiosas (o ideológicas), determinada edad, determinada forma de vestirse y determinada adscripción étnica”. Es claro que, entendido así, el terrorismo se convierte en atribución exclusiva de un grupo (país u organización particular), con lo cual se justifica aplicarle la mayor violencia. Y otros grupos (o países) en virtud de esa cirugía inmediatamente se convierten en antiterroristas, aunque sus prácticas violentas digan lo contrario.
Se trata de un empobrecimiento en el significado de una palabra que, de ser entendida en su sentido fundamental, nos permitiría calificar como terrorismo determinadas prácticas violentas (que generan terror en personas inocentes e indefensas) al mismo tiempo que nos ayudaría a no calificar como tales prácticas que –aunque sean desaprobadas por nosotros e incluso sean ilegales e inmorales— no tienen la finalidad de generar terror en personas inocentes e indefensas.
Una vez que se erosiona el significado de una palabra, se puede proceder a asociarla con otras palabras antes las cuales incluso puede ser contradictoria.
Volviendo a la palabra terrorismo, una vez que se ha manipulado su significado, se la puede asociar con las palabras y expresiones como “el terrorismo merece una respuesta contundente de los Estados”, “en la lucha contra el terrorismo usaremos toda la fuerza militar a nuestra disposición”, “no tendremos compasión con los grupos (países, organizaciones) terroristas”, y otras del mismo calado.
Si se ve bien, se trata de un discurso que, en términos reales, está anunciado un uso indiscriminado de la violencia –que seguramente generará terror entre sus víctimas—, pero que se sitúa, a priori –y gracias a la manipulación de las palabras— del lado del no terrorismo.
Esta lógica se ve completada cuando las palabras manoseadas en su significado son usadas arbitrariamente, fuera de contexto o según las conveniencias del momento o los intereses particulares de quienes se sirven de ellas. De nuevo, la palabra terrorismo, en los usos que se le está dando en estos momentos en el plano internacional, es un buen ejemplo de lo que se dice aquí. En nuestro país, no puede dejar de mencionarse el uso abusivo (fuera de contexto y según la conveniencia de algunos grupos de poder económico, mediático y político) de expresiones como “Estado fallido”, “aliados por la democracia”, “sociedad civil”, “transparencia” y “corrupción”.
El uso manipulador de esas y otras palabras permite que, por ejemplo, quienes sistemáticamente han rechazado los valores democráticos o han sido enemigos acérrimos de la sociedad civil, astutamente se apropien de la democracia (o se asuman como los baluartes de la sociedad civil) torciendo la realidad de manera francamente perversa. O que se apropien de la Constitución de la República, a la cual han pisoteado en distintos momentos –y no dudarían en pisotear de nuevo si las circunstancias lo ameritaran.
De donde se sigue lo importante que es reivindicar el significado de las palabras y de oponerse al uso abusivo de las mismas. Eso hace parte de la batalla por las ideas y del fomento de una cultura de debate crítico de altura.