Washington / AFP
Ariela Navarro
Carolina Fung Feng caminó 370 kilómetros desde Nueva York hasta Washington para asistir el martes a una audiencia en la Corte Suprema que determinará el destino de más de 600.000 «dreamers» como ella, un grupo de jóvenes indocumentados que llegaron a Estados Unidos cuando eran niños.
Carolina llegó desde Costa Rica a los 12 años y está en un limbo jurídico desde que el presidente Donald Trump -que mantiene un fuerte discurso antiinmigración- eliminó en 2017 el programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) que le permite trabajar, estudiar y conducir en el país.
Junto a decenas de «dreamers» (soñadores), familiares y activistas, Carolina caminó durante 16 días, en los que soportó llagas en los pies, lluvia y frío. El domingo, el llegar a la Corte Suprema en Washington, trotó con el cansancio a cuestas junto al resto de los jóvenes gritando «nuestro hogar está aquí».
Esta joven de 30 años impulsa una demanda que llegó al tribunal supremo y que ha permitido que el programa siguiera vigente provisoriamente.
«Mediante esta marcha queremos que la gente sepa que el programa (DACA) está en peligro de estar totalmente finiquitado y queremos recordarles que todavía estamos aquí», dijo Carolina a la AFP durante el último tramo de la marcha.
Para ella, formar parte de la causa que analizará la Corte Suprema, y cuyo resultado no se espera antes de 2020 en plena campaña electoral en Estados Unidos, significa ser la voz de otros jóvenes en igual situación, pero también de los cerca de 10,5 millones de indocumentados en el país.
Según el Servicio de Ciudadanía y de Inmigración (USCIS), hay 660.000 beneficiarios del DACA, de los cuales 529.760 (poco más del 80%) llegaron desde México. Otros provienen de países como El Salvador, Guatemala, Honduras, Perú, Corea del Sur y Brasil.
«Todos tenemos el mismo dolor, pero a través de diferentes experiencias», contó Carolina en una pausa para descansar.
El martes, la joven estará en el tribunal, donde nueve jueces decidirán su destino. Entre ellos, cinco son conservadores, y dos de ellos fueron nombrados por Trump.
«Espero que los jueces escuchen nuestro caso y entiendan que somos humanos, que tenemos casas, familias», se esperanzó. «Su decisión no sólo me impacta a mí como individuo, sino también a mi familia y a mi comunidad».
– «Este es nuestro hogar» –
Antonio Alarcón, de 25 años, es otro de los demandantes del caso que llegó a Estados Unidos desde México cuando era niño. Al ser incluido en el DACA sintió que por fin era «reconocido» por Estados Unidos, después de años «viviendo en las sombras».
El programa fue creado en 2012 por el gobierno de Barack Obama, como un arreglo temporal para darle tiempo al Congreso a legislar.
Pero los legisladores nunca llegaron a un acuerdo y en 2017 Trump decidió cancelarlo, dando lugar a numerosos reclamos ante varios tribunales estadounidenses.
Antonio vive solo en Nueva York desde los 17 años, ya que sus padres decidieron volver a México. Estudió Cine y Ciencias Políticas, y trabaja como organizador comunitario.
«Vine aquí para tratar de amplificar el mensaje que estamos tratando de expandir de que este es nuestro hogar», dijo mientras caminaba.
Si la Corte le da la razón a Trump, los «dreamers» no serán expulsados automáticamente, pero se convertirán en indocumentados.
Para Antonio, esto implicaría un cambio en su «estilo de vida», pero dijo estar confiado, ya que sus padres le enseñaron a «ser un guerrero».
«Muchos de nuestros padres y nuestros familiares son indocumentados y ellos sobreviven de alguna manera», afirmó.
– Contra lluvia y viento –
Silvia García llegó de Argentina a Estados Unidos en 2002 por la crisis en su país y decidió quedarse, aun sin documentos. Actualmente vive en Long Island, cerca de Nueva York, con su marido, también indocumentado.
García hizo la caminata por su hijo de 19 años, y para poder hacerlo tuvo que renunciar al empleo que tenía desde hace 10 años en una fábrica.
«No me daban el permiso para faltar esa cantidad de días», contó.
«Fue bien duro, nos agarró lluvia y viento, me salieron ampollas», dijo la mujer que se dobló un pie un día antes de llegar a Washington y terminó la marcha en un coche que escolta a los caminantes.
Pese a todo, no se arrepiente. «Si no haces la lucha no sabes lo que podría haber pasado», dijo.