(selección por Wilfredo Arriola)
Poeta, novelista e historiadora belga de origen francés nacida en Bruselas en 1903. Huérfana de madre desde su nacimiento, fue educada con gran esmero por su padre quien fomentó en ella el interés por la literatura. Publicó la primera colección de poemas en 1921 bajo el título “El jardín de las quimeras” y una segunda colección en 1922 denominada “Los dioses no han muerto”.
Su obra es una mezcla de sensibilidad, de contundencia a la hora de hilar palabra por palabra para formar grandes frases. Su tono autentico le ha dado un prestigio por diferentes publicaciones realizadas, obras de mucha categoría como: Las memorias de Adriano, Alexis o el tratado del inútil combate, El laberinto del mundo, entre otros… a pesar de que su obra poética no es muy conocida en comparación a sus novelas o ensayos, no deja de tener esa tiza para proponer lo que su mirada observaba. Su sinceridad se plasma en cada verso, y siempre nos deja algo para retomar la realidad con una de sus máximas. Viajó a Estados Unidos en 1939 como catedrática de Literatura comparada en el Instituto Sarah Lawrence College de Nueva York, y posteriormente estableció su residencia definitiva en el estado de Maine, obteniendo la nacionalidad norteamericana en 1948. Fue reconocida mundialmente por la publicación de la novela “Las memorias de Adriano” en 1951, fama consolidada con otras novelas entre las que sobresale “Opus Nigrum” en 1968. En 1980 fue galardonada con la Legión de Honor y nombrado miembro de la Academia Francesa. Falleció en diciembre de 1987.
Fuegos
Lo mismo ocurre con un perro, con una pantera o con una cigarra. Leda decía: “Ya no soy libre para suicidarme
desde que me he comprado un cisne”.
La muerte es un sacramento del que sólo son dignos los más puros: muchos hombres se deshacen,
pero pocos hombres mueren.
No puede construirse una felicidad sino sobre los cimientos de una desesperación. Creo que voy a ponerme a construir.
Que no se acuse a nadie de mi vida.
No soporté bien la felicidad. Falta de costumbre. En tus brazos, lo único que yo podía hacer era morir.
Existe un plan general para el universo. Sólo salimos en los momentos sublimes.
En el avión, cerca de ti, ya no le tengo miedo al peligro. Uno sólo muere cuando está solo.
Existe entre nosotros algo mejor que un amor: una complicidad.
Escritos al
dorso de dos
cartas postales
Una sirena llora
La salida de un barco
Sobre el agua que borra.
Yo sufro la ausencia
Y el espacio duro;
La pena es un muro.
La ruta es una trampa:
Ni trenes, ni navío;
El viaje está vacío.
. . . . .
Reflejo, que tu lanza
Traspase la distancia
Y pegue con dulzor.
(La miel de las heridas
Embalsama el amor).
Respuestas
-¿Qué tienes para consolar la tumba,
Corazón insolente, corazón en rebeldía?
El fruto maduro pesa y se desprende .
¿Qué tienes para consolar la tumba?
-Tengo el caudal de haber sido.
-¿Qué tienes para soportar la vida,
Corazón loco, corazón pronto al hastío?
Corazón sin esperanza y sin deseo,
¿Qué tienes para soportar la vida?
-Piedad, por lo que ha de pasar.
-¿Qué tienes para despreciar a los hombres,
Corazón duro, corazón rompible?
¿Qué tienes para despreciar a los hombres?
¿Qué eres más de lo que somos?
-Capaz de despreciarme.
Siete poemas para una muerta (fragmento)
I.
Cansados de esperar, los que nos esperaron,
Murieron sin saber que estábamos llegando,
Sus brazos abiertos despacio se cerraron
Y en vez del recuerdo, vino el pesar temblando.
La flor y la oración, la más tierna mirada,
Son ofrendas que Dios no podrá bendecir.
La muerte no escucha la vida desterrada;
Nos junta solamente y no nos puede unir.
Nunca conoceré esa apacible tumba;
Es demasiado tarde, mi grito retumba
Sin eco en la tierra de sorda eternidad;
La muerte desdeñosa o por la fuerza muda,
Nos deja en este umbral oscuro de la duda
Donde no fue el amor y está su soledad.
II.
Aquí están la miel profunda de las rosas,
La fragancia, el color, el respirar amado.
No sonreirás más a la luz de las cosas;
Tu gesto de abrazar en suspenso ha quedado.
Ya no sentirán más tus párpados dormidos
El largo deshojar de la melancolía.
Tu corazón se aleja en cielos desvaídos
y yo llego puntual para ver la agonía.
El ser no es más que un nombre; el tiempo es un día;
Por la ruta del sol tu sombra yo amaría
Pero contra la tumba mi amor se golpeó.
La muerte no vacila y supo alcanzarte;
Si me recuerdas hoy sabrás compadecerte
De esta oscuridad que tu antorcha encendió.
VII.
Aquí viene en silencio el espacio del canto
Que puede sin herirte pasar a tu lado;
Dejemos las flores cubrirte con su llanto,
La sonrisa trazar en el rostro el pasado.
Cuando la máscara desciende fatigada
Y se deslizan en el lecho los durmientes,
Todos los dedos de la hierba derribada
Quisiera acariciar con mis manos ardientes.
Es hacia tu dulzura que va mi sendero.
De este suelo acompasado el jardinero
Del olvido barre el otoño de quererte.
El amor inmortal corre en la lejanía
De la sangre, y no turbaré con mi elegía,
La cita infinita de la tierra y la muerte.
Tu nombre
Tu nombre que te fue dado por tu madre,
Tu nombre que se derrama en mi amarga garganta
Como una venenosa gota de miel.
Tu nombre que grité bajo cada cielo
Y llorado en todos los lechos;
Tu nombre que leo
En filigrana en todas las páginas de mi infortunio.
Tu nombre claro como el llanto
Vertido en nosotros por uno de los Angeles.
Tu nombre, como un bello niño desnudo que se revolcó en todos los fangos;
Tu nombre, que me magulla la boca.
obrarme,
Porque cualquiera puede proferirlo bajo el cielo azul;
Tu nombre, del cual cada letra es uno de los clavos de mi pasión;
Tu nombre, el único del que me recordaré la mañana de la Resurrección. obrarme,
Porque cualquiera puede proferirlo bajo el cielo azul;
Tu nombre, del cual cada letra es uno de los clavos de mi pasión;
Tu nombre, el único del que me recordaré la mañana de la Resurrección.
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