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Mariposa, tú y yo somos pequeños.

 

 

EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.

Por Eduardo Badía Serra,

Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

Mariposa, tú y yo somos pequeños

Menguados son mis sueños y tus galas:

Tú, que puedes volar, no tienes sueños;

yo, que puedo soñar, no tengo alas.

Madrigal popular.

El hombre es un ser sólo relativo, incompleto, fugaz, perentorio, un ser provisional, existencial. Así lo ha constituido la vida. No es la roca insensible, ni el animal que se agota en el puro sentir. Ciertamente el hombre siente, pro no se queda en el mero sentir, sino que ese mero sentir propio de su animalidad, lo logifica, y luego lo razona, con lo que tiene la oportunidad de elevarse hasta conseguir su propia eudamonía, pasando de la satisfacción de sus urgencias, a la satisfacción de sus negocios, y luego al estado de mera contemplación, al ocio aristotélico. Pero la vida le da sólo parte de todo lo que necesita, de todo lo que desea, y el hombre sabe eso, lo comprende, aunque algunas veces le cueste aceptarlo. Por ello, como bien recomendaba Ortega, la vida del hombre debe consagrarse, y no dejar que sea un hecho nudo, un azar del cosmos, sino más bien un principio y un derecho. Agregaba el maestro de Marías, con su delicado y fino estilo: “…..Y es que el hombre ha vivido para la religión, para la ciencia, para la moral, para la economía, pero nunca ha intentado vivir deliberadamente para la vida”.

Continuando con el gran filósofo español, la vida es un valor, pero un valor peculiar, y muy peculiar en relación con el hombre. “No es el mismo el mundo de la araña, que el del tigre o el del hombre; ni es el mismo el mundo del asiático, que el de un griego socrático o el de un contemporáneo”. Los valores son un aquí y ahora, están en el tiempo y en el espacio, y por ello, son relativos, el ambiente los perfora y los inclina, modificándolos paso a paso. Un salvadoreño valora no de la misma manera que un oriental o un norteamericano; e incluso no valora ahora algo de la misma manera que lo valoró ayer. Y ese relativismo de los valores, que es esencial y necesario, viene condicionado por la vida misma. Es la vida la que condiciona al hombre, y no, como se piensa erróneamente a menudo, el hombre quien condiciona a su propia vida.

El hombre transita ahora por unos caminos oscuros y confusos en cuanto a su futuro. Pareciera que cada vez más se sumerge en la lamentable llamada “cultura de los pantanos”. Y a medida que ese sumergimiento se hace profundo, la vida se le niega cada vez más. Ya no es la mariposa aquella que puede volar, sino también el hombre que ni siquiera puede soñar. Por eso, el problema de la vida le ha preocupado desde siempre, y este es un problema que preocupa no a este o a aquél hombre, sino un problema que afecta a todos los hombres. Es una incógnita, porque contrario a otros tipos de problema que sólo afectan a algunos hombres, el de la vida les preocupa a todos, ese agudo misterio que en el fondo es sólo un eslabón entre las dos interrogantes mayores, la del nacer y la del morir: ¿Qué es la vida?, ¿Cuál es su origen?, ¿Cómo ha surgido?, ¿Es de naturaleza espiritual o material?, ¿Cuál es su esencia?, ¿Cuál es su objeto?, ¿Qué fin tiene vivir?, ¿Tiene realmente un fin?, ¿Obedece a una necesidad? Tan amplio espectro de interrogantes ha merecido también una gran cantidad de respuestas: Sócrates, que decía conocer lo que hay detrás de la muerte, se respondía a sí mismo que lo que allí se esconde no es más que un nuevo trajinar, más interrogaciones. Camús, alma atormentada, parecía conocer mejor, pues sabe que es un nunca llegar, y esto agobia al hombre, lo desespera, y lo coloca, como diría Sartre, en la angustia de ser siempre, “hombre-en-situación”, “pasión inútil”.

La materia, dice el Vitalismo, es, en sí, algo inanimado e inerte, justo el material para la estructuración de los seres vivos, que se originan sólo cuando el alma inculca vida a ese material, le da la forma y la armonía de su estructura. ¿Cuál es ese principio inmaterial? ¿El motor inmóvil aristotélico?, ¿El YO brahmán?, ¿El Karma indú?, ¿El destino griego?, ¿el alma cósmica platónica?, ¿el Dios de los judíos y de los cristianos? El evolucionismo, al contrario, con Darwin como fundador, digámoslo así, habla del desarrollo histórico del mundo orgánico. Para Teilhard de Chardin, de alguna manera retomando a Darwin, el proceso de desarrollo de la naturaleza en su conjunto es un proceso de “hominización” desde la materia a la vida, y de esta al hombre. Tratando de conciliar evolución y creación, Chardin, que fue un jesuita, dice que “la evolución y la historia humana serían justamente el lugar donde se desarrolla la creación”. Es, precisamente, su “Teoría del Punto Omega”, que es aquél en el que se manifiestan como uno sólo la redención y la cristificación del cosmos.

Werner Heisemberg, el gran físico y filósofo platónico alemán, (1901-1976), cuando anunció su famoso “Principio de Incertidumbre”, (mientras más nos acercamos al conocimiento de la posición, más nos alejamos del conocimiento del momentum o de la energía; y mientras más nos acercamos al conocimiento del momentum o de la energía, más nos alejamos del conocimiento de la posición), parafraseando a su colega el gran científico danés Niels Bohr, hablaba de que “el sentido de la vida estriba en que no tiene ningún sentido decir que la vida no tiene sentido”. Es decir, o soñamos o volamos, pero no las dos cosas, y menos aún al mismo tiempo. Por cierto, se lee en su epitafio: “Aquí yace, en alguna parte, Werner Heisemberg”.

Estimados amigos, ¡Qué bello sería poder soñar y poder volar al mismo tiempo; pero, como digo, nunca la vida lo da todo. O volamos, como la mariposa que no somos, o soñamos, como el hombre que somos. Debemos, urgentemente, tomar una decisión al respecto.

Yo ya la he tomado.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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