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Martí en Cuba hoy

Pedro Pablo Rodríguez

“El honor es la dicha y la fuerza”

El día antes de su muerte en combate José Martí escribió con plena convicción: “Sé desaparecer, pero mi pensamiento no desaparecería”. Se refería a que quizás las circunstancias del mo-vimiento liberador lo condujesen a tener que salir de Cuba y quizás hasta a perder su indudable liderazgo ma-yor. Con su honestidad y entrega proverbiales manifiesta su falta de ambición personal por el ejercicio del mando y afirma, sin gota de vanidad, su conciencia de cuánto habían ca-lado en los patriotas las ideas de su programa revolucionario. Sin du-da, pues, tenía confianza en el alcance logrado por su pensar, expuesto du–rante tantos años a través del escrito, la oratoria, el fraternal in-tercambio frente a frente y de modo es-pecial mediante su cuidadosa labor como Delegado del Par-tido Revo-lu-cionario Cu-bano.

Desde luego, ni derrotismo ni vocación suicida alguna se escondían en sus palabras de la carta que empezara en el campamento de Dos Ríos el 18 de mayo de 1895 y que quedara inconclusa por su caída al día siguiente. Recuérdese que en ese mismo documento explicaba que se dirigía hacia Camagüey junto con Máximo Gómez para convenir y formar el gobierno de la revolución, y que allí también le solicitaba a su destinatario —el amigo de siempre, Manuel Mercado, entonces subsecretario de Gobernación de México— el apoyo práctico de la nación hermana a la lucha independentista cubana.

Quien conozca a Martí, quien haya entendido los rasgos esenciales de su personalidad, así como su precoz y brillante análisis de la significación de Cuba libre para los destinos de las Antillas, de América toda y del mundo, comprende que al manifestar la perdurabilidad de su pensamiento quizás no excluía la extensión de este hacia un futuro de larga duración. Su enorme y bien definida capacidad de entrega, de servicio, de trabajar por el bien del hombre y de la humanidad moderna —como dijo más de una vez— tuvieron que hacerle comprender, obviamente, que las proyecciones de su pensar se alargarían hacia un dilatado porvenir.

Así lo advirtió desde joven, en 1876: “…solo vivirán en el porvenir los que han previsto para él”. Y ya en plena madurez, escribió en 1892 en el periódico Patria, con absoluta certeza: “… el porvenir es nuestro…”.

Si en vida se ganó en constante bregar el liderazgo patriótico, luego de su muerte adquirió el valor de símbolo de la nación y su pensamiento y ejemplo personal han sido acicate para laborar por la república nueva de grandes mayorías por la que peleó, libre de España y de Estados Unidos, e impulsora de la concertación latinoamericana.

Tales propósitos, sintetizados por él en la frase “desatar a América y desuncir al hombre”, indicativa de su afán por la plena libertad, han impulsado por más de un siglo a varias generaciones de cubanos. Y así, una y otra vez, se ha cobrado conciencia de cuán necesario nos ha sido volver a Martí.

La nación que ha sobrevivido al impacto de la desaparición del sistema mundial del socialismo, de la crisis del pensamiento que lo sostenía, del auge del neoliberalismo desgarrador, del momento de la unipolaridad estadounidense, intenta hoy levantarse hacia una prosperidad sostenible sin perder la equidad, el decoro y la justicia social. Una revolución que triunfó con sus solas fuerzas y sus propias ideas, que acabó con la dependencia y la hegemonía estadounidenses y transformó notablemente al país y a la gente, requiere hoy de tanta audacia y valentía como en sus inicios cuando no titubeó ante obstáculos y enemigos al parecer insuperables.

El proyecto martiano ha de ser continuado para el equilibrio, tanto al interior del país como en un planeta cuyas capacidades para la vida tienden a agotarse. “Prever es vencer”, escribió Martí tras el fracaso de Fernandina que echó por tierra el plan de una guerra rápida, menos costosa en vidas y recursos, y que cortase el paso a la intromisión interesada de Estados Unidos. La larga batalla de pensamiento asumida por Martí para conducir el movimiento patriótico por los caminos de la revolución de la reflexión y no del colérico e improvisado estallido, con el apoyo de la “masa dolorida”, “el verdadero jefe de las revoluciones”, como él dijera, dio por resultado el entusiasmo y la entrega del pueblo cubano durante la Guerra del 95.

La entrega popular de estos duros años de sobrevivencia ha de completarse por la entusiasta participación de quienes hacen la historia, por un proyecto adecuado a las actuales circunstancias y necesidades nacionales. Para ello se requiere asumir la previsión, el conocimiento real de nuestros problemas y no la adopción acrítica de modelos y reglas de otras reali-dades, ser originales sin desdeñar la experiencia ajena que pue-da ser válida, sostener la firmeza de convicciones y hacer de la patria ara, no pedestal. Como entonces, la ética humanista, solidaria y justiciera de Martí es imprescindible. Poco deseable sería disponer de altas cotas de indicadores económicos si parejamente no ascienden el peso de los valores morales y el predominio de una cultura material y espiritual afianzada en ellos. En su adelantada adolescencia Martí rechazó así la metalificación que a su juicio sustentaba el alto grado de prosperidad de Estados Unidos: “¡Mal-dita sea la prosperidad a tanta costa!”

Ese riesgo de una prosperidad metalificada, patente en la sociedad cubana hoy, no puede ser admitido porque se perdería la patria. Una sociedad metalificada abriría las puertas sin violencias a la hegemonía imperial, que pretende ahora imponerse desde la convivencia. Una sociedad regida con exclusividad por el mercado se polarizaría en antagonismos divisores y se debilitaría en su identidad. El socialismo no es concebible con miseria material, mas tampoco con miseria espiritual y moral. La nación será respetada en la misma medida en que ella se respete a sí misma por sus valores. Búsquese, pues, la prosperidad, mas con todos y para el bien de todos, con la mira en alcanzar toda la justicia, como convocó Martí a Antonio Maceo, sin cejar en la brega cotidiana por el perfeccionamiento moral individual y social. Hacen falta la dicha y la fuerza que da el honor.

Contra el yugo que abestia al ser humano, la estrella que ilumina la virtud y mata la decadencia moral. Esa es la tarea de grandes a que convoca José Martí.

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