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A 26 años del asesinato de seis sacerdotes jesuitas y dos de sus colaboradoras, find los feligreses que cada domingo asisten a la eucaristía celebrada en la Cripta de Catedral Metropolitana recordaron el trabajo, entrega y abnegación que les caracterizó. Los mártires de la UCA fueron masacrados el 16 de noviembre de 1989, en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), por un pelotón del batallón Atlacatl de la Fuerza Armada, durante la ofensiva “Hasta el Tope”, durante el gobierno de Alfredo Cristiani, quien fue incriminado por un ex miembro militar en el asesinato de los jesuitas.
Los autores dejaron señales y pruebas falsas simulando que los crímenes habían sido cometidos por la guerrilla. Las víctimas fueron Ignacio Ellacuría, Ignacio Martí Baró, Segundo Montes, Juan Ramón Moreno, Amando López, Joaquín López y López; Elba Ramos, empleada doméstica y su hija Celina Ramos.
El sacerdote jesuita Juan Hernández Pico expresó su gratitud porque año con año se ha dedicado esta eucaristía para celebrar delante de la tumba de Monseñor Romero el aniversario de sus mártires.
Hernández se refirió a una pregunta constante que muchos se han hecho, con qué pensamientos habrán vivido los mártires jesuitas la inevitable cercanía de su propia muerte. A diferencia de los mártires de los primeros siglos, en este caso no se tiene actas, porque no hubo juicio en que los condenaran, ni ejecución judicial; pero si han quedado algunos fragmentos atestiguados de lo que aconteció.
“Con Ignacio Ellacuría y sus amigos que con él lucharon, alentaba esta decisión de estar hasta el final, con la esperanza que no llegara ese final violento, pero dispuestos a tomar el mismo trago que bebió Jesús en el huerto en su pasión hasta la cruz”, añadió el religioso.
Asimismo, reiteró que la autoridad de los mártires viene de una vida y muerte reivindicada por el Espíritu Santo en la historia, como paradigma de plena humanidad.
Durante los años de la guerra, los sacerdotes jesuitas se habían convertido en el blanco favorito de las acusaciones y amenazas de la ultraderecha salvadoreña. En ciertos panfletos eran frecuentes los nombres de Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín Baró, Segundo Montes, Jon Sobrino y otros sacerdotes y religiosas simpatizantes de la teología de la liberación, comprometidos con comunidades eclesiales de base o que simplemente practicaban la opción preferencial por los pobres.
En ese entonces, la Iglesia que denunciaba la injusticia y la desigualdad era un enemigo que debía eliminarse, y para finales de los años 80 nadie la encarnaba en público con más fuerza que los jesuitas de la UCA.
La masacre de los jesuitas causó una ola de indignación en todo el mundo, y aumentó las presiones de la comunidad internacional para que el gobierno y la guerrilla iniciaran un diálogo y poner fin al conflicto armado.