José M. Tojeira
Desde el 12 de Noviembre en adelante la UCA ha estado celebrando a los mártires. Es su semana de fiesta y recuerdo. Es también la celebración de una identidad que nace de la memoria de un esfuerzo extraordinario, el de Ellacuría y sus compañeros, por poner racionalidad y justicia en El Salvador desde un pensamiento profundamente cristiano y profundamente intelectual y actual. Un esfuerzo que no paró hasta dar la vida al estilo de muchos mártires desconocidos y mucho pueblo masacrado en nuestro país. Quedan todavía algunos momentos por celebrar. El día 15, martes, la UCA recibirá un premio por su defensa permanente de los derechos humanos. El 16 se celebrará la Eucaristía del aniversario, y el 17 se tendrá la cátedra de la realidad nacional. En ella están invitados el magistrado Sidney Blanco, de la Sala de lo Constitucional, y Claudia Paz, fiscal en Guatemala y una de las protagonistas que logró enjuiciar y condenar a ochenta años de cárcel por delitos de lesa humanidad y genocidio al general Ríos Montt, aproximadamente 25 años después de que ejerciera como dictador en Guatemala.
Esta cátedra, al reunir a dos personas que han combatido la impunidad y que han logrado avances en la justicia transicional, tiene un hondo sentido para El Salvador. Desde la aprobación rápida y sin discusión de la Ley de Amnistía en nuestro país, muchos grupos y personas han insistido en la necesidad de derogar ese instrumento jurídico que impedía tanto la verdad como la justicia y la reparación de las víctimas. Y al impedir esos tres elementos imposibilitaba también un camino de reconciliación nacional, que imprescindiblemente debe realizarse desde el conocimiento de la verdad y desde la reparación a las víctimas. Sidney Blanco y Claudia Paz tanto en El Salvado como en Guatemala, han trabajado con eficacia para romper el manto de impunidad y desprecio de las víctimas que dominaba la historia de nuestros países. Con toda seguridad nos podrán iluminar sobre la ruta que debemos recorrer como ciudadanos responsables en la construcción de la convivencia pacífica y justa.
Repetidas veces hemos insistido en que la verdad y la justicia son dos elementos fundamentales en los procesos de paz y en general frente a todo abuso o violación de la dignidad humana. El día mundial del derecho de la víctimas a la verdad fue instituido en honor a Mons. Romero. Y la verdad va unida necesariamente a la justicia. Porque la justicia, al final, es el modo estatal de reconocer la verdad del dolor de las víctimas y la iniquidad del verdugo. El castigo al verdugo no es el fin principal de la justicia, sino la defensa y reparación de la dignidad de la víctima. El castigo está orientado a la prevención y trata normalmente de evitar que el tipo de daño causado pueda repetirse. Pero a pesar de la insistencia en la necesidad de verdad y justicia, los crímenes del pasado han sido dejados de lado, como si fueran de inferior calidad. Sin embargo el hecho de que muchos de estos delitos fueran cometidos por personas que tenían desde sus puestos estatales la responsabilidad de velar por los derechos humanos, hace más grave la situación. Escuchar a dos personas que desde su trabajo jurídico y desde su coraje ético han luchado contra la la impunidad nos ayudará a todos a vislumbrar caminos y a generar ánimo para emprender esa tarea de hacer verdad y justicia, abierta hoy desde la anulación de los oprobiosos artículos de la ley de amnistía que impedían el acercamiento humano y humanista a la situación de la guerra civil.
Y es que acercarse desde la verdad y la justicia a las víctimas es el único modo realmente humano de acercarse a los crímenes graves. Y más cuando éstos se pueden catalogar como verdaderos crímenes de guerra o de lesa humanidad desde la conciencia del mundo actual. Con frecuencia quienes defienden a los victimarios y verdugos del pasado insisten en el tema del perdón, como si éste fuera enemigo de la verdad y la justicia. Sin embargo es todo lo contrario. Sólo el reconocimiento de la verdad puede generar el perdón. Es cierto que hay que trabajar para que las víctimas ofrezcan el perdón y no respiren venganza. Pero de la misma manera es cierto que los victimarios deben reconocer la verdad y pedir perdón. El perdón se ofrece desde la víctima y se pide desde el victimario. La justicia, en su afán de prevención, debe poner antes las medidas necesarias para que la brutalidad no se repita.
Cuando en 1992 solicitábamos a la Asamblea legislativa el indulto para los dos únicos condenados por el asesinato de los jesuitas, insistíamos en la necesidad de proseguir el juicio contra los autores intelectuales del crimen. El entonces ministro de justicia, Lcdo Hernández Valiente, afirmaba entonces que pedir el indulto mientras se insistía en la investigación de los autores intelectuales era un “chantaje político”. No hay duda que cuando la política se mezcla con el derecho la estupidez se apodera de más de alguna cabeza. Investigar la autoría intelectual es simple y sencillamente iniciar el debido proceso ante un crimen de lesa humanidad. Es defender la víctima frente al verdugo. Y es sobre todo luchar para corregir esa plaga de impunidad que todavía hoy, un cuarto de siglo después, sigue siendo una enfermedad grave en El Salvador. El proceso de paz, del que tanto se habla hoy al acercarse los 25 años de su firma, fue en realidad interrumpido por la ley de amnistía.
Hoy, tras la sentencia de inconstitucionalidad de dicha ley, tenemos la oportunidad de reiniciar el proceso de paz de El Salvador. Sidney Blanco y Claudia Paz, que nos hablarán el jueves a las seis de la tarde, serán sin duda excelentes pedagogos en este caminar permanente hacia la paz.