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Marx: nuestro fantasma de la ópera (3)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

En eso consiste la utopía que de Tomás Moro pasó a las manos de Marx y luego al fusil y las calles de Moscú, La Habana y San Salvador; a eso se refiere Marx cuando dice que “más que explicar el mundo hay que transformarlo”. Ese cierre fatal que le da terrenalidad al marxismo se empieza a concretar en la Crítica a la Filosofía del Derecho de Hegel, después de la cual escribe que no “intenta predecir dogmáticamente el futuro, sino… solo descubrir el nuevo mundo mediante la crítica al antiguo”. Por ello el imaginario político de Marx parte de la crítica despiadada a la teoría política burguesa que legitimaba, con la coartada de las libertades individuales, la explotación masiva del trabajo asalariado. Su imaginario debe comprenderse, así como la explicación del desorden burgués que tiene como única salida la revolución social, pero no en el sentido de sanar e reinstaurar el orden vigente sino de instaurar un nuevo orden en el que el bien común esté por encima del bien individual, sin destruirlo o minimizarlo, es decir que el logro del último está en función de alcanzar el primero.

En eso radica el humanismo de Marx, el cual, para ser pervertido o subjetivado, es visto como un humanismo pacifista a ultranza con tal de atarle las manos o hacer valer el “más vale lo viejo conocido que lo nuevo por conocer”, sobre todo cuando se analiza la dictadura del proletariado. Al respecto Salvador Allende escribió: “pisamos un camino nuevo; marchamos sin guía por un terreno desconocido; apenas teniendo como brújula nuestra fidelidad al humanismo de todas las épocas -particularmente al humanismo marxista- y teniendo como norte el proyecto de la sociedad que deseamos…”.

Independientemente de la aceptación o no de la teoría de Marx, ningún teórico de las ciencias sociales parece tener la osadía de negar que con él se inaugura –o al menos se potencia- la doctrina política que le dio ideas, argumentos, datos, alas y colmillos a la revolución social como recurso político (en tanto golpe de Estado fraguado desde la sociedad civil), de la misma forma en que se puede afirmar que el liberalismo y el socialismo son, en sentido opuesto, las principales doctrinas políticas que le dieron forma y contenido al mundo moderno como un tiempo-espacio construido por los hombres en plena lucha de clases con conocimiento de causa, la cual, más que un choque colectivo de egos individuales o envidias estructurales es tomar el turno del ofendido. Desde esa perspectiva sociológico-cultural se puede afirmar que es con Marx que las ideas empiezan a afectar, objetivamente y adrede, el comportamiento individual y colectivo –de los que habló, en un plano subjetivo, Emilio Durkheim- al punto de ser capaces de generar crisis culturales y sociales desarrolladas en espiral, en las que las convicciones políticas, la formación teórica, la contextura ideológica y el consenso moral básico son sometidos a una crítica radical. Eso hizo la burguesía para derrumbar al régimen feudal y eso hace el proletariado para derrumbar al régimen capitalista, pero esos procesos similares parecen ser olvidados por los críticos feroces de Marx.

De hecho, ambos procesos se encargaron de refundar la sociedad al instaurar otra lógica en la sociedad (que sería la nueva sociedad), estableciendo un nuevo y más avanzado conjunto de derechos y deberes ciudadanos que le dan otro talante y significado a la cultura y la moral que de dominadas pasan a ser dominantes para darle coherencia a una nueva visión del mundo en el que la ideología deje de ser lo enajenado y deja de ser lo “no-humano” para hacer de la conciencia social algo objetivo y hacer y ver al ser humano como un ser de carne y huesos que construye su propia historia. Ese aprendizaje dado exclusivamente por la lucha de clases lo podemos resumir en una frase de Borges: “Después de un tiempo uno aprende la sutil diferencia entre sostener una mano y encadenar el alma. Así que uno planta su propio jardín y decora su propia alma, en lugar de esperar a que alguien le traiga flores”. Las palabras de Borges parecen ser idóneas cuando, como ciudadanos indefensos, quedamos atrapados en el fuego cruzado de los procesos electorales parapetados en la ingenuidad, en lugar del sentido común o del conocimiento histórico.

En la Ideología Alemana Marx dice que: “la producción de las ideas y representaciones de la conciencia aparece al principio directamente entrelazada con la actividad material y el comercio material de los hombres, como el lenguaje de la vida real. Las representaciones, los pensamientos, el comercio espiritual de los hombres se presentan todavía, aquí, como emanación directa de su comportamiento material. Y lo mismo ocurre con la producción espiritual, tal y como se manifiesta en el lenguaje de la política, de las leyes, de la moral, de la religión, de la metafísica, etc., de un pueblo. Los hombres son los productores de sus representaciones, de sus ideas, etc., pero los hombres reales y actuantes, tal y como se hallan condicionados por un determinado desarrollo de sus fuerzas productivas y por el intercambio que a él corresponde, hasta llegar a sus formaciones más amplias. La conciencia no puede ser nunca otra cosa que el ser consciente, y el ser de los hombres es su proceso de vida real. Y si en toda la ideología los hombres y sus relaciones aparecen invertidos como en una cámara oscura, este fenómeno responde a su proceso histórico de vida, como la inversión de los objetos al proyectarse sobre la retina responde a su proceso de vida directamente físico. […] Es decir, no se parte de lo que los hombres dicen, se representan o se imaginan, ni tampoco del hombre predicado, pensado, representado o imaginado, para llegar, arrancando de aquí, al hombre de carne y hueso; se parte del hombre que realmente actúa y, arrancando de su proceso de vida real, se expone también el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de vida. También las formaciones nebulosas que se condensan en el cerebro de los hombres son sublimaciones necesarias de su proceso material de vida, proceso empíricamente registrable y sujeto a condiciones materiales… Los hombres que desarrollan su producción material y su intercambio material cambian también, al cambiar esta realidad, su pensamiento y los productos de su pensamiento. No es la conciencia la que determina la vida sino la vida la que determina la conciencia”.

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