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Marx para una educación emancipadora

Oscar A. Fernández O.

Volver a Marx! Viejo grito de denuncia, remedy rechazo y hastío. Periódicamente retoma el centro de la escena cuando el conformismo, view la mansedumbre, see la mediocridad, la apología y la legitimación entusiasta del orden establecido amenazan desdibujar el sentido crítico de las ciencias sociales. (N. Kohan: 2005)

El trabajo intelectual de Marx ha sido leído de distintas formas. En él se incluyen obras de teoría y crítica económica, polémicas filosóficas, manifiestos de organizaciones políticas, cuadernos manuscritos de trabajo y artículos periodísticos sobre la actualidad del siglo XIX. Muchas de sus obras las escribió junto con Engels. Los principales temas sobre los que trabajó Marx fueron la crítica filosófica, la crítica política y la crítica de la economía política.

El marxismo surgió en los años 40 del siglo XIX. Las necesidades de un progreso social que había puesto al desnudo los vicios radicales del régimen capitalista, de todo el sistema de explotación, el despertar del proletariado a las luchas políticas, los grandes descubrimientos en las ciencias naturales y el nivel de las investigaciones históricas y sociales plantearon ante el pensamiento social la tarea de elaborar una teoría nueva, científica, que pudiese responder a las cuestiones suscitadas por la vida.

Entenderemos por “marxismo” a la teoría científica que expresa los intereses históricos revolucionarios del proletariado como clase social. Su producción va a estar condicionada por la existencia de esta clase cuyos intereses históricos van a pasar por la supresión de toda forma de explotación. Será el punto de vista proletario de Carlos Marx y Federico Engels, el que les permitirá producir esta teoría apoyándose, pero a la vez rompiendo con ellos, en los logros del pensamiento iluminista (Rousseau, Montesquieu, Locke, Hume) la economía política clásica (Smith, Ricardo y John Stuart Mill) la filosofía alemana (Kant, Hegel, Nietzsche y Heidegger) y el socialismo francés (Fourier, Proudhon y Saint-Simón)

Si el liberalismo había removido las bases del mundo medieval que agonizó durante la Edad Moderna, el nacimiento del marxismo sacudió hasta sus más profundas raíces el pensamiento liberal burgués del siglo XIX. Como dicen Marx y Engels en sus primeras palabras del Manifiesto Comunista: “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo”. Nada mejor que esa frase para comprender lo que significó y sigue significando el marxismo para los intereses económicos poderosos. El poeta no se equivocaba cuando afirmaba que la vida es sueño: en efecto, desde su aparición, el marxismo ha sido la sempiterna pesadilla de quienes todavía creen en la “justicia” del capitalismo.

La aportación marxista a la educación comprende, por un lado, la conformación de una nueva teoría de la educación y, por otro, la crítica a la escuela entendida como instrumento que mantiene y sustenta las diferencias sociales. La educación se analiza dentro del contexto más amplio de la sociedad y de la política. Por tanto, las críticas principales no están referidas a cuestiones metodológicas, sino al papel que cumple la escuela más allá del aula, es decir, al contexto de las relaciones sociales. Para Marx y Engels, la escuela en el capitalismo reproduce la fábrica, ambas producen y reproducen la división social del trabajo y la división entre el trabajo físico y el intelectual. Mientras que para Max Webber, seguidor de Marx, la escuela es alienante en tanto reproduce, estructural y funcionalmente, la religión y legitima las formas de dominación de la burguesía.

Las teorías marxistas surgen en tomo a la concepción de una educación politécnica organizada junto al trabajo productivo para superar la alineación de los hombres. Marx y Engels, para elaborar su teoría, parten de la crítica a la educación unilateral o capitalista (donde hay escuelas para pobres y escuelas para ricos) a la que contraponen la formación omnilateral del hombre en igualdad de circunstancias. El hombre creador es analizado por Marx no como un ente abstracto, aislado y dotado de propiedades innatas, sino como individuo concreto, que encuentra la medida y el grado de realización de su esencia en el carácter del régimen socioeconómico en que vive y se desenvuelve.

Las concepciones educativas de Marx y Engels, al igual que las económicas, utilizan como instrumento práctico el método materialista dialéctico e histórico, realista y crítico, que parte de lo concreto, estudia los hechos y sus contradicciones y plantea la transformación de la realidad. Para lograr esta omnilateralidad del ser humano, Marx y Engels defienden que la educación ha de abarcar tres ámbitos: la educación intelectual, la educación física y la educación politécnica, mediante la cual el alumno se instruirá en los principios generales del proceso de producción y por la que entrará en contacto con los instrumentos de la industria. Hoy tendríamos que agregar la educación tecnológica, que familiariza al alumno con el uso de la informática, la telemática y la robótica, usadas por la hoy llamada globalización económica, para dirigir y controlar este sistema mundial.

Marx y Engels separan el Estado y el gobierno. De este modo, la enseñanza puede ser estatal sin estar bajo el control del gobierno. Es estatal en tanto debe ser el Estado el que legisle disposiciones generales como las referentes a la formación de los maestros, controle el cumplimiento de estas normativas y distribuya el sostenimiento de estas escuelas; pero para lo demás puede depender de autoridades locales representativas.

Siendo la educación la reproducción y el reflejo de un determinado grado de desarrollo material de la sociedad, de las formas de propiedad existentes y de la manera cómo se relacionan los hombres para producir, resulta una actitud subjetiva el tratar de diseñar modelos educativos que nada tienen que ver con la realidad concreta, obedeciendo sólo a esquemas mentales que pueden ser aspiraciones legítimas pero ajenas a las leyes del desarrollo social. Esta manera de plantear las cosas cae en la utopía voluntarista y es preciso comprender que las sociedades no se comportan según el buen deseo de los hombres, sino de acuerdo a leyes objetivas que rigen el curso de su desarrollo, aunque la influencia de los ciudadanos es importante.

El proyecto educativo emancipador salvadoreño deberá plantear una educación “revolucionaria y transformadora”, dentro de una sociedad clasista donde impera la opresión y la exclusión social, que han convertido nuestro país en un nido de violencia incontrolable; donde la clase dominante, precisamente por ser la poseedora de la gran propiedad privada de los medios de producción y acaparadora de la riqueza que produce la nación, explota, discrimina y somete a las clases oprimidas, aunque la administración del Estado –como en el caso presente- esté en manos de corrientes progresistas y de alguna influencia revolucionaria, que no termina de cuajar.

Según Paolo Freire (1921-1997) filósofo y pedagogo, humanista cristiano, es suficiente cambiar la conciencia de los hombres para terminar cambiando materialmente la sociedad. Sin duda toca un punto importante y por demás capital en la lucha contra el dominio burgués. Pero la naturaleza y complejidad del problema indica que es preciso cambiar primero la estructura económica de la sociedad –a esto se llama “cambio estructural”– que, en nuestro caso, consiste en un proceso para consolidar la propiedad social de los medios de producción, y volver a la posesión de las empresas públicas que fueron privatizadas.

Es cierto que, en determinado momento del desarrollo social, cuando se han cerrado todas las puertas para un ulterior crecimiento de las fuerzas productivas de la sociedad, las expresiones súper-estructurales y entre ellas la educación, se rebelan contra la estructura económica caduca para transformarla radicalmente, en última instancia en esto consiste la revolución social. Este desarrollo desde la perspectiva liberal burguesa sin embargo, no tiene nada que ver con el planteamiento educativo que apunta a la transformación de un nuevo modelo educativo liberador, sino que se trata de un intento más de maquillar un capitalismo salvaje que está arrastrando al conjunto de la humanidad a la barbarie, aún y cuando insistan en apropiarse de las banderas de la libertad y la justicia, el nuevo discurso enclenque y oportunista de la oligarquía burguesa.

Creemos, por el contrario, que la tarea de transformación nos corresponde a quienes fungimos de transmisores del conocimiento. Es a nosotros que cabe pedir –y acaso exigir- una analítica  crítica (histórica y socialmente situada) de la educación que derive en la verdadera emancipación humana, como diría Marx, o en la verdadera utopía liberadora, como diría Freire.

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