por Mauricio Vallejo Márquez
Marzo siempre me ha parecido un buen mes, aún con los traspiés que haya experimentado. Claro, cada uno de los meses del año tiene su encanto. Jamás despreciaría agosto o diciembre (cuando cumplo años). Sin embargo, el tercer mes del año da pauta a las vacaciones de Semana Santa y una sensación agradable en mi pecho. Y esas vacaciones al igual que las de agosto resultan una alegría además de una pausa cada año, cosa que he extrañado cuando me ha tocado laborar.
Cuando finalizaba febrero esperaba la llegada del calor y el sonido de las cigarras que ensordecían el ambiente, me daba la sensación que nada más existía, salvo aquel fijo sonido que cubría todo. Los árboles se llenaban de ese enigmático insecto que surge durante esta época como preámbulo de la Semana Santa o Mayor y dejaba vacíos vestidos de los animalitos ceñidos a los troncos. Llegaba al colegio caminando por aquella subida cubierta de árboles donde las cigarras anunciaban su presencia con intensidad, melodías que se empeñan en ser recordadas y ahora busco entre mis nuevos escenarios ausente de ellos y llenos de motores de autobuses y cotidianidad. Sin embargo, ese sonido se quedó con mi niñez en el recuerdo y eso me arrulla para dejar brotar una sonrisa.
Ahora marzo es el tercer mes a secas, donde se suman y multiplican recuerdos. En 2020 trabajé en horario normal durante la cuarentena que se decretó por el Covid-19. Y cada vez que me transportaba en mi vehículo y presentaba la carta y mi documentación que me autorizaba a salir de mi casa a trabajar, recordaba el sonido de la chicharra como preámbulo de la muerte y la Semana Mayor. Apenas aparecían en mi mente la playa, el lago o los municipios que estaban entrañablemente fijos de esas fechas: Tonacatepeque y Tecapán.
Este marzo cruzamos a pie buenos y malos recuerdos, como la vida. Sabiendo que se tejen cosas maravillosas, ciclos que traen expectativas y sueños, y que sin duda nos dejarán aprendizajes. Marzo resiste en la memoria, un mes que trae sueños y esperanzas.
Mi abuela Josefina nació el 18 de marzo, un día antes que el día de San José (y le deseo un feliz cumpleaños).
El 19 de marzo fue día de fiesta durante mi educación en colegios católicos, primero en el Externado de San José, educación jesuíta, y después en el Cristóbal Colón, educación josefina. Ese día era de presentarse con la corbata bien anudada porque había misa y actividades de festejo con los josefinos, mientras que con los jesuitas era el Día de los Cabezones.
Jamás imaginaría que me casaría en marzo y sin embargo sólo cuento los días. En definitiva, marzo tiene su encanto.
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