por Álvaro Darío Lara
El padre Anthony de Mello, sacerdote jesuita y escritor notable sobre temas de espiritualidad, es uno de los autores y personalidades más relevantes, en esa literatura auténticamente profunda, que conmueve el corazón humano, hacia los temas de mayor trascendencia.
Nacido en Bombay en 1931, y fallecido repentinamente en Nueva York en 1987, a los tan sólo cincuenta y cinco años, dedicó su intensa vida, a conversar con las almas, desde la Ciencia Superior del Espíritu.
Psicoterapeuta, pero, ante todo, místico, su camino desbordó la ortodoxia católica de su formación eclesiástica, para alimentarse de diversas fuentes religiosas, ávido de hacer acopio de la gran belleza que el árbol florido de la espiritualidad puede ofrecer a todos los hombres y mujeres de las más diversas culturas.
Su obra, que comprende un poco más de una decena de libros, está cargada de parábolas, alegorías, fábulas, relatos y meditaciones sobre la interioridad humana, y alguna parte de ella ha sido calificada por los tribunales católicos, como “incompatible” con la doctrina y fe de esa iglesia.
Qué bueno que sea así, ya que su mensaje, como decíamos va más allá de los cánones asfixiantes del dogma, para volar hacia las sabias regiones del alma humana.
En uno su conocido libro “El Canto del Pájaro”, se encuentra un breve texto, titulado “Odio religioso” que dice así: “Le decía un turista a su guía: / ´Tiene usted razón para sentirse/ orgulloso de su ciudad. Lo que me/ ha impresionado especialmente es/ el número de iglesias QUE TIENE. /Seguramente la gente de aquí/debe de amar mucho al Señor¨. / ´Bueno…´/replicó cínicamente el/guía, ´tal vez amen al Señor, pero/de lo que no hay duda es que se/ odian a muerte unos a otros´”.
Acota de Mello: “Lo cual me recuerda a aquella niña a la que preguntaron: ´ ¿Quiénes son los paganos?’. Y ella respondió: ´Los paganos son personas que no se pelean por cuestiones de religión´”.
Ambos relatos, tanto el principal, como el segundo, son altamente elocuentes de la triste realidad humana: la intolerancia. Y para nuestro ámbito, casan como anillo al dedo. Si realizáramos una estadística del número de iglesias (de cualquier denominación) que existen por kilómetro cuadrado en el país, nos quedaríamos sorprendidos. Posiblemente hay más iglesias que estancos de aguardiente o cervecerías; sin embargo, la criminalidad, la insolidaridad, el irrespeto ciudadano, no disminuye. Basta hacer una fila en un supermercado, comercio o en cualquier institución pública y privada, para experimentar el abuso de muchos, el desagrado, el ambiente enrarecido. Igual en el tráfico automotor, la canción grosera se receta cada segundo, acompañada del ensordecedor claxon. Y son muchos de estos conductores, fieles devotos, a juzgar por los mensajes, estampas o símbolos religiosos que ostentan sus vehículos.
Lo que viene a demostrarnos que no es la falsa religiosidad, expresada en muchedumbres enardecidas, que repiten al unísono, cualquier sentencia que oyen de boca de sus ministros o pastores, lo que realmente transforma el corazón, es la búsqueda sincera del ser interno, de esa chispa de la divinidad que todos llevamos dentro, y que opera mediante el amor, como una maravillosa fuerza expansiva. Busquemos entonces, la espiritualidad dentro de nosotros, en la naturaleza, en los demás, como reflejo vivo del Absoluto.
Debe estar conectado para enviar un comentario.