Orlando De Sola W.
Desde que los humanos aplicamos la fuerza del vapor a las máquinas, cialis entramos en la revolución industrial, ed o capitalismo. Dicha práctica comenzó en Inglaterra, healing a finales del siglo XVIII, y de allí pasó a Francia y Alemania, quedando para después el resto del mundo.
Las herramientas e instrumentos de trabajo nos ayudan, desde hace mucho, a complementar nuestra escasa fuerza física, muy inferior a la de ciertos animales como el buey y el caballo que, además de los esclavos y siervos, fueron nuestra principal fuerza motriz. Por ello todavía nos referimos a los “caballos de fuerza” de nuestros medios de transporte y labranza, pese a que esos nobles animales dejaron de serlo.
La palanca, la rueda, el plano inclinado y otros descubrimientos antiquísimos también contribuyeron a mejorar nuestra forma de hacer. Pero no fue hasta finales del siglo XVIII, con la aplicación de la máquina de vapor a los procesos fabriles, y luego con el motor de combustión interna, a finales del siglo XIX, y el motor eléctrico, que entramos de lleno en la era industrial, cuyo sistema de organización social ha sido llamado capitalismo.
La prevalencia de las máquinas en el proceso productivo, aunque significó un gran avance, también contribuyó a deshumanizarnos, acentuando los vicios que desde siempre nos aquejan.
La ira, la pereza, la envidia, la soberbia y la codicia no son nada nuevo, ni moderno. Han estado con nosotros desde que el hombre es hombre y mujer la mujer, pero parecen haberse acentuado en esta era post industrial, o cibernética.
No es el capitalismo el origen de esos vicios, sino el ser humano. Y ante al evidente progreso material, parecemos habernos olvidado de nuestro lado espiritual, dando lugar a la desesperanza, la desconfianza y el desamor postmodernos.
El capitalismo es un error semántico iniciado a principios del siglo XIX por David Ricardo, un economista inglés de origen sefardí. El error fue popularizado por Carlos Marx y sigue repitiéndose hasta la fecha.
El término capitalismo tiene su origen en la palabra “caput”, cuyo plural es “capitae”, o cabezas en Latín, el cual ha sido mal traducido como capital. Este término no refleja el gran cambio productivo del siglo XVIII, que debió llamarse maquinismo, o mecanización, o cualquier cosa, pero no capitalismo, porque contribuye a la confusión y el desentendimiento.
Para contrarrestar los aspectos inhumanos de la era industrial, especialmente en sus inicios, cuando la hulla, o carbón mineral, era el principal combustible, Marx y otros lanzaron el concepto de comunismo, o socialismo, que vienen de comunidad y sociedad, respectivamente. Ello no es necesariamente malo, cuando el propósito es contrarrestar las injusticias de cualquier sistema, enfatizando el bien común, o interés colectivo, sin sacrificar los derechos individuales. Pero, como todo “ismo”, los conceptos colectivistas exagerados, igual que el individualismo extremo, han sido mal entendidos e interpretados, llevándonos a tanta desgracia.
Para contrarrestar ese error involuntario de uno de los filósofos fundadores de la teoría económica necesitamos un cambio lingüístico. Tierra, Capital Y Trabajo no son los mejores nombres para los Factores de Producción, que debieron llamarse Personas, Recursos y Bienes.
Lo que David Ricardo quiso decir cuando nombro Tierra a uno de esos Factores fueron Recursos Naturales, incluyendo todo lo que estaba antes de la intervención humana, es decir el agua, el aire, el subsuelo y demás riquezas naturales, no solo la tierra.
El segundo factor, ahora llamado Capital, no es el dinero. Son las máquinas, o Bienes de Producción. Esto incluye todas las herramientas e instrumentos que nos ayudan a ser mas eficientes en nuestro quehacer. El dinero es solo uno de los instrumentos del proceso productivo; la parte mas líquida, transable, o disponible cuyas funciones son: facilitar el intercambio de bienes y servicios, expresar su valor y, cuando no ha sido devaluado, atesorar riqueza.
Mucha gente, sin embargo, cree que el dinero es el principal factor de producción, pero no es así. Han sido las herramientas, máquinas, o bienes de producción la principal característica en cualquier era, incluyendo la presente, que tiene sus propias herramientas y modo de producción. Desde la edad de piedra los humanos hemos descubierto, inventado, o fabricado instrumentos, herramientas y máquinas para hacer mejor las cosas que deseamos y necesitamos tener. Ello no significa que tener y hacer son mas importantes que ser, cuya importancia radica en la dignidad de cada persona y en los vicios y virtudes que moldean su conducta, especialmente el afecto, o la falta del mismo.
El tercer factor de producción, que debía ser el primero por su importancia, es el que ha sido llamado Trabajo, talvez sin comprender que trabajar es vencer la pereza, y que solo los humanos podemos hacerlo, no las máquinas, ni los recursos naturales.
La pereza ha sido definida como “una dejadez de ánimo para hacer buenas obras y cumplir las propias obligaciones”. Solo nosotros podemos vencerla con diligencia: “una prontitud de ánimo para obrar”. Solo nosotros, las personas, tenemos la facultad anímica de vencer la pereza, no los recursos naturales, ni los bienes de producción, que son los otros factores en el ciclo productivo..
Hecha esta aclaración, me atrevo a sugerir que abandonemos la equivocada nomenclatura de Tierra, Capital y Trabajo, llamando los factores de producción por lo que son: Personas, Recursos y Bienes, en ese orden. Al hacerlo contribuiremos a disminuir la confusión semántica y la cosificación, o deshumanización de las personas.