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Más allá de la muerte

Álvaro Darío Lara,

Escritor

 

Muere don Francisco de Quevedo (1580-1645), un monstruo de la literatura española y mundial, a los 65 años. Una edad que pareciera temprana, si no se tiene en cuenta la media española y europea de la época, y su especial condición de hombre de aliento infatigable para el intelecto y para las cuestiones de la alta espiritualidad de las letras.
Muere Quevedo, después de producir una obra enorme y permanente en muy distintos temas y facturas, a saber: poesía, prosa, teatro, crítica y epístolas. Todo este corpus sazonado con su indiscutible estilo satírico, picaresco, burlón de pura cepa, que no dejara soldado de pie en combate. Un combate del más allá, que siempre ganó –como era de esperarse- el gran madrileño. Además su obra, aun cuando toma los caminos de la política, el discernir filosófico, la ascética, es, y no podía ser menos, indiscutiblemente literaria, detrás de cualquier idea, se encuentra el hombre de la pluma.
Clasificar superficialmente a Quevedo, en barroco-conceptista, y así, oponerlo a su dizque enemigo de siempre, don Luis de Góngora (1561-1627, otro autor monumental registrado como barroco-culteranista) es un lugar común, parcialmente válido para la enseñanza básica; pero inoperante a la hora de profundizar en su legado literario. Barroco, sí; pero no de tan estéril catalogación (¿acaso no es un invento de cierta pedagogía el gavetero sinóptico?). Un barroco fuera de serie, de muy distintos sabores, sublime y procaz; cotidiano y trascendente.
¡Cómo lo gozaba mi padre en «La historia de la vida del buscón», y en aquellas prosas magníficas donde se refiere, sin pelos en la lengua, a la, quizá, más íntima zona de la fisiología humana! ¡En todo es grandioso Quevedo!
Muy especialmente, Quevedo, me emociona en su poesía amorosa; en sus versos donde canta las desventuras y las miserias, fantasmas y demonios que anidan en el infortunado corazón del triste enamorado. Escuchemos este soneto al poderoso amor que pervive por siempre: «Cerrar podrá mis ojos la postrera /Sombra que me llevare el blanco día, /Y podrá desatar esta alma mía /Hora, a su afán ansioso lisonjera; /Mas no de esotra parte en la ribera /Dejará la memoria, en donde ardía: /Nadar sabe mi llama el agua fría, /Y perder el respeto a ley severa. /Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido, //Venas, que humor a tanto fuego han dado, /Médulas, que han gloriosamente ardido, /Su cuerpo dejará, no su cuidado; /Serán ceniza, mas tendrá sentido; /Polvo serán, mas polvo enamorado». (Poema «Amor constante más allá de la muerte»).
En Nuestra América (¡expresión tan hermosa de José Martí!), el exuberante y maravilloso escritor y poeta, cubano también, José Lezama Lima (1910-1976) nos dejó un «Retrato de don Francisco de Quevedo», cuyo primer cuartero nos exige la cita, ya de salida. ¡Hay que leer a Quevedo! Escuchemos finalmente, este lujo de Lezama: «Sin dientes, pero con dientes/como sierra y a la noche no cierra/el negro terciopelo que lo entierra/entre el clavel y el clavón crujiente».

 

 

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