Orlando de Sola W.
En un programa de televisión sobre el crimen organizado en el centro capitalino, un ex magistrado de la Corte Suprema nos recordó lo que todo funcionario y empleado público debe saber: que el estado existe para ofrecer servicios públicos esenciales de seguridad, justicia, salud, educación y otros. Si no lo hace, pierde su razón de ser.
Los estados se componen de pueblo, gobierno y territorio. Su razón de ser son esos servicios públicos antes mencionados, pero, para evitar que prevalezcan la inseguridad, la venganza y la maldad, deben ser eficientes. Para eso son los estados. Pero cuando los gobiernos electos no ofrecen esos servicios públicos necesarios, o lo hacen en forma inadecuada, debemos examinar las causas de su incapacidad, estableciendo prioridades para concentrar el esfuerzo colectivo en lo urgente, o imprescindible, no en continuar haciendo lo mismo.
En su forma ancestral, los estados eran ciudades, o grupos de ciudades cuyos habitantes se unían para defenderse de amenazas internas y externas. Así surgieron las antiguas ciudades en el Tigris y el Eufrates, en Mesopotamia, precedidas por las del río Indus, que fluye desde los Himalayas.
Después llegaron las polis griegas, entre las que destacaron Atenas y Esparta, en la península del Peloponeso. Después vino Roma, en la Península itálica, que imitando elementos de la cultura griega construyó un imperio de considerables proporciones en el Mediterráneo.
Todas estas organizaciones de la antigüedad fueron reemplazadas por estados feudales en la Edad Media, que a su vez fueron sustituidos por monarquías absolutas, hasta que surgieron las formas republicanas de gobierno, en la modernidad.
Según Aristóteles, un filósofo griego del siglo IV antes de Cristo que aconsejaba a Alejandro Magno, hay seis formas de gobierno. Tres de ellas, la Monarquía, la Aristocracia y la Politeia (traducida al Latín como República) son positivas, mientras que sus versiones degeneradas, Tiranía, Oligarquía y Oclocracia, son repudiables porque obedecen al interés del monarca, al de pocos, o al de la muchedumbre engañada, que no es el pueblo.
Ninguno de esos gobiernos existe en forma pura, pues siempre hay elementos de uno que influyen sobre el otro. Pero lo que ahora llamamos República no es la renombrada Politeia aristotélica, que era un estado constitucional con respeto a los derechos individuales.
Las repúblicas democráticas y representativas de hoy, por la manera en que escogemos a los encargados de prestar los servicios públicos de seguridad, justicia, salud y educación, son Oclocracias, que según Aristóteles son gobiernos de muchedumbres, desorientadas por demagogia. No debemos confundir Democracia con Oclocracia, ni partidocracia.
Las Oclocracias modernas, como las de antaño, son disfuncionales por su falta de liderazgo y por el aprovechamiento de pocos, que se cuelan en el gobierno para sacar ventaja, o mantener privilegios partidistas.
Para salir del embrollo partidista debemos redefinir nuestras Razones de Estado, que no pueden ser diferentes a las de otros pueblos, ni quedar satisfechas por Oclocracias con demagogia, sino por estadistas y funcionarios públicos capaces de prestar excelentes servicios de seguridad, justicia, salud, educación y relaciones internacionales; verdaderos profesionales en cada uno de esos campos que conozcan nuestras Razones de Estado. Para lograrlo no es necesario acumular dinero mal habido, sino energía, voluntad y espíritu de servicio.
No es posible alcanzar el bien común, o la voluntad general, mientras continuamos atrapados en Oclocracias, que pueden cambiar de signo, o de funcionarios, pero obedecen al interés de la muchedumbre engañada, no al bien común.
Otras formas de gobierno degenerado, según Aristóteles, son la Oligarquía, que persigue el interés de pocos y deteriora el de la mayoría; y la Tiranía, que es una forma degenerada de Monarquía que ya conocimos. Por eso debemos buscar una mejor forma de gobierno, que según Aristóteles es el gobierno de los mejores. Pero, ¿cómo lograrlo?
La Monarquía es el gobierno de uno para beneficio de todos. La Aristocracia es el gobierno de los mejores. La Politeia es el gobierno de la mayoría, sin perjuicio de la minoría.
Eso se tradujo al Latín como República, que significa cosa pública, o Bien Común. Pero la República Democrática y Representativa es un híbrido cuyos efectos no logramos descifrar porque contiene elementos de Demagogia, Oligarquía y Tiranía que no queremos reconocer.