Álvaro Darío Lara
Escritor y poeta
En el parque Daniel Hernández de Santa Tecla, me encuentro con mi amigo, Bardo de la Torre, un retirado profesor y poeta romántico.
Con él recordamos a los titanes del pancracio salvadoreño. Bardo suspira: “¡Ah, los viejos luchadores! Luchadores que habían sido buceros, zapateros, muchachos de la alegre barriada, y algún torturador de la extinta Policía Nacional. Se abría la contienda, máscara contra cabellera, las peleas por duetos, y aparecían: Guillermón, la Bestia, la Sombra, la Gran Maravilla, cuya madre vendía pupusas en el Zanjón Zurita, razón por la cual, al contrario de su autodenominado apelativo, le llamaban la Pupusa Voladora; el Diablo Rojo, el Águila Migueleña, el Bucanero, el Sordomudo Cruz, el Gran Chema, Ringo, el Olímpico, el mexicano The Tempest, el Apache, y como árbitro Tío Tigre Cardoza. Comenzaron entrenándose en el viejo gimnasio, luego en el Cine Popular y después –ya en la época de oro- en la Arena Metropolitana, así empezó todo”.
A continuación, arriba, sonriente y calmo, el tecleño memorioso, don Marlon Chicas, quien emocionado, se suma a la charla: “Miren, estimados, evoco una conversación sostenida con el recordado filántropo tecleño Alfredo Torres Zelada quien me relataba, que en su juventud, solía, con un grupo de amigos, entrenar lucha libre en casa de uno de ellos, y que muchos jóvenes del ayer, acudían, con la ilusión de aprender dicha disciplina, no con el objeto de dañar, sino de entretenerse, entre los colchones y cuerdas que formaban el improvisado cuadrilátero. De esos “pininos” surgió don José María Velásquez (de grata recordación), conocido cariñosamente como El Gran Chema o la Montaña Tecleña, quien para no ser descubierto por su padre y por sus hijos, en esos primeros tiempos, usaba una vistosa máscara. Otro personaje que cambió la cuchara de albañil por los guantes, fue don Salvador Avendaño, conocido como Melcocha; y luego, profesionalmente, como El Vikingo, quien en Canadá llegó a combatir hasta con un oso salvaje. Por cierto, actualmente es pastor evangélico en Estados Unidos.
También brillaron, a nivel nacional: Aquaman, El Diablo Rojo (quien era agente municipal en San Salvador), El Bucanero, Comanche Lima, Sordomudo Cruz, The Rayman, Ringo El Mercenario, El Copetes, Huracán Ramírez Jr., y otros. Ya en los ochenta surge Capitol Sport Promotion, empresa estadounidense que popularizó a luchadores como Barrabas, Los Médicos Asesinos, El Vikingo II, Spoiler, Jerry Stewart, Madame Landrú y Frankenstein. Dicha empresa recorrió el país, viajando asimismo por Honduras y Guatemala. Tampoco puedo olvidar las electrizantes transmisiones de canal 4, narradas por el recordado Mauricio Saade Torres, así como esas tardes gloriosas en la Arena Metropolitana o en el Barrio Santa Anita de San Salvador, cuyos entradas eran de tres colones para galería y cinco en sillas, con derecho a recibir en los brazos a un pesado y fiero luchador”.
Todos callamos, urgidos ahora por un cafecito con pan, que nos espera –humeante- en el portal cercano ¡Basta ya de luchas!