Álvaro Rivera Larios
Escritor
Se supone que Roque Dalton ha sido nuestro papá. Se supone que gracias a dios ya lo hemos decapitado en el altar del promisorio presente de nuestra poesía. Déjenme decirles que aquí ha existido un mal entendido digno de figurar en el capítulo cumbre de una telenovela mexicana. Ese capítulo en el cual una madre agonizante suelta la pesada piedra de la verdad delante de sus hijos consternados.
Damas y caballeros del promisorio presente de nuestra poesía, discount yo no soy su madre, sovaldi pero les voy a comunicar una sospecha: Roque Dalton, ese señor al que han decapitado simbólicamente, apenas ha dejado descendencia en la lírica salvadoreña de los últimos treinta años. Así que lo más probable es que ustedes no sean hijos suyos y que por lo tanto sus verdaderos padres – aquellos a quienes debían cortar la cabeza– todavía sigan vivos.
Aquí les adjunto una lista provisional de poetas sospechosos de ser sus auténticos progenitores: Alfredo Espino, Vicente Aleixandre, Pedro Salinas, Leopoldo María Panero, T.S. Eliot, Octavio Paz, Hugo Lindo, Claudia Lars,
Luis García Montero, Quevedo, Amado Nervo, William Burroughs, Charles Bukowski, Allen Ginsberg, Jim Morrison y Caridad Bravo Adams.
Esto de matar a papá para nacer es un tema muy delicado en el promiscuo mundo de la literatura, queridos poetas y queridas poetas. Hay quien tiene tres papás y, por lo tanto, necesita decapitar mucho para encontrar su propia voz. En cualquier caso, antes de usar el hacha, poetas, piénsenlo dos veces; no vaya a ser que corten la cabeza equivocada.
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