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Matar a Romero por tercera vez

Por Leonel Herrera*

El retiro de la imagen de San Óscar Arnulfo Romero del aeropuerto internacional de El Salvador que lleva su nombre, y la colocación en su lugar de un mensaje propagandístico del gobierno de Nayib Bukele, no es un hecho cualquiera o una simple acción desafortunada; sino que es parte del tercer asesinato del Arzobispo Mártir.

Como sabemos, Monseñor Óscar Arnulfo Romero fue asesinado físicamente por la extrema derecha el 24 de marzo de 1980, en los inicios de la guerra civil salvadoreña. El responsable intelectual del magnicidio es Roberto D’Aubuisson y los empresarios oligarcas que financiaban a sus tenebrosos escuadrones de la muerte.

Las élites pudientes ordenaron el abominable crimen porque las incomodaba y enfurecía la opción preferencial de Romero por los pobres, su llamado de ¡cese a la represión! y su prédica justicia e igualdad basada en los valores del evangelio. Aquélla fue la primera vez que lo mataron, mientras oficiaba misa en el hospital de enfermos terminales “La Divina Providencia”.

La segunda vez tiene que ver con la difamación, las calumnias y los intentos de proscribir su mensaje, posteriores al magnicidio. En este nuevo asesinato no solo participaron los actores de la derecha política, empresarial y mediática, sino también personeros del sector conservador de la misma Iglesia Católica.

El propio Papa Francisco reconoció que sacerdotes y obispos montaron una campaña contra Romero para bloquear su beatificación. “Su martirio no fue sólo su muerte: se inició antes, con las persecuciones y continuó después, porque no bastó que muriera; lo difamaron, calumniaron y enfangaron”, declaró el ex cardenal Jorge Bergolio.

“Su martirio continuó por manos de sus hermanos sacerdotes y del episcopado”, manifestó el Sumo Pontífice, ante una delegación de obispos y feligreses salvadoreños, el 30 de octubre de 2015, luego de la beatificación de Monseñor Romero el 23 de mayo del mismo año y previo a su canonización efectuada el 14 de octubre de 2018.

Ahora viene el tercer asesinato. El actual gobierno quiere invisibilizar el legado de Romero y borrar su memoria del imaginario nacional, aunque de manera más silenciosa y sin la estridencia con que arremetió -por ejemplo- contra los Acuerdos de Paz que pusieron fin a la guerra civil, desmontaron el militarismo y abrieron paso a la democratización del país.

Nayib Bukele y sus secuaces tienen dos motivos para impulsar su estrategia de “desromerización”. Una es la perspectiva negacionista de la historia y su relato refundacionista, donde las enseñanzas de San Romero son parte del pasado y algo incompatible en la construcción del “nuevo país”.

Y la otra es que, igual que anteriores gobiernos de derecha, al actual también le incomoda el mensaje romeriano. El clan Bukele aspira a ser grupo oligárquico y, por tanto, no acepta la opción de San Romero por los derechos y dignidad de la gente humilde. Por eso quitan la imagen de Romero, mientras mantienen intacto el monumento a  D’Aubuisson.

Pero, por dicha, Monseñor Romero es inmortal. Cuando lo mataron resucitó en el pueblo y éste lo declaró Santo; y cuando lo difamaron y calumniaron, con más fuerza subió a los altares de la Iglesia. Como bien vaticinó el gran Pedro Casaldáliga -en su célebre poema “San Romero de América, Pastor y Mártir nuestro”- ¡nadie pudo callar su última homilía!

Finalmente, Romero es el salvadoreño más universal; y ningún gobernante autoritario y megalómano -en su narcisismo, ínfulas de grandeza y ansias de reconocimiento como figura mundial- podrá desplazarlo, por muchos millones de dólares de fondos públicos que gaste en propaganda, lobistas, influencers, campañas de imagen personal y en “eventos de talla mundial” o de “primer mundo”.

*Periodista y activista.

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