Santiago Vásquez
Escritor
El chucho se rasca la panza y con un temblor de cuerdas de violín se sacude las pringas de frío que le envuelven entre la tristeza y la soledad.
Mueve su cola como queriendo espantar la sombra mugrienta de algún intruso.
El camino real se culebrea maliciosamente dibujando su trayecto hacia la ciudad que dista más o menos unos 195 kilómetros.
El colorido paisaje contrasta con la tristeza y pobreza en que viven los campesinos.
La aparente tranquilidad parece ocultar entre sigilosos arbustos de curiosidad todo acontecimiento ocurrido en aquel lejano lugar.
Junto a la talanquera, ampoule justamente sentada en una negra piedra y bajo un viejo cedro, sales la Matilde llora inconsolablemente ¿la razón? se durmió, thumb no se levantó a las dos de la mañana como de costumbre a juntar el fuego, poner el comal y moler para hacerle el desayuno a su tata.
Una inmensa pena le oprime el corazón, ha faltado a una de sus tareas diarias y eso no se lo perdona.
Entre aquella tristeza y melancolía, piensa en su falta todo el día.
Decidida a enmendar su terrible error, toma una cesta y se dirige al campo donde su progenitor está trabajando en la milpa que muy frondosa surca los caminos con su mágico verdor fresco y puro.
Mucha gente teme emprender viaje por aquel obligado paso que para la mayoría se ha convertido en una verdadera pesadilla por lo solitario y por la presencia de un personaje que se ha adueñado de la tranquilidad de los lugareños.
El loco Taltuza como le llaman sus vecinos, camina de un lado a otro y por momentos cuando se enfurece, lanza piedras a los pocos vehículos que pasan por aquel polvoriento camino o simplemente carrerea a los que viajan por ese lugar.
Santillos Toribio Galán, es su propio nombre, pero todos lo conocen por el loco Taltuza, por la sagacidad que tiene para esconderse y que aprendió para poder sobrevivir en los más terribles fragores de la guerra, cuando recuerda aquellos angustiosos días de combate y que los guerrilleros lo emboscaban y lo querían atrapar, cuentan que él, se hacía el muerto o simplemente buscaba alguna cueva para esconderse y después que pasaba el enfrentamiento, llegaba a presentarse con su comandante más cercano para dar cuenta de la osadía con que había salido vivo.
Relatan los vecinos del cantón que Santillos quedó trastornado después de haber causado baja en el ejército, y es que a este pobre campesino lo habían obligado a odiar a todo aquello que se moviera, hasta que una bala disparada por un temible teniente por no obedecer la orden de matar a dos niños, le rozó el sentido, dejándolo trastornado y abandonado a su suerte.
Ese día, con su alegre meneo de caderas y su mirada llenita de mucha curiosidad, la Matilde emprende camino hacia donde se encuentra su tata, bajo los ardientes rayos del sol y con su mezcla de perfume natural desprendido de las campanillas y los girasoles que adornan las orillas del camino.
Cuando llega donde se encuentra aquel hombre serio y delicado, saca las tortillas calientitas como siempre, uno chiles rojos y una ollita de barro llena de frijolitos calientes y a un lado pone un tecomate lleno de agua.
Se acurruca junto a un tronco a esperar a que termine la faena y luego se sienta a su lado para pedirle perdón por no haberle hecho el desayuno muy tempranito como de costumbre, aquel viejo curtido por el duro trabajo del campo, con sus manos encallecidas y su frente fruncida al parecer por la penas y los años, abraza a la Matilde y la arrecuesta en su pecho como queriéndole decir algo pero un profundo silencio se apodera de los dos, al cabo de un rato, el viejo dice:
Últimamente mija…
lotro diya la vide toda dialtiro…
como que ya le picó el pajarito del amor.
-Mi tata, va creyer.
-Jummm…Replica el viejo.
-No me vaya andar con babosadas porque ya me conoce quien soy.
Y es que la verdad que la Matilde nunca ha salido solita, a sus dieciséis años ni tan siquiera ha ido al pueblo más cercano, conoce uno que otro vecino porque su nana la lleva cuando hay que realizar algún novenario de un difunto, de lo contrario su vida ha sido siempre madrugar, lavar el maíz, moler, echar las tortillas, barrer la casa, regar el patio y darle de comer a las gallinas y a los patos, ir al río a lavar y a bañarse.
En aquella breve y tímida conversación, la hermosa cipota hija de las profundas raíces indígenas de nuestro pueblo, le sirve la comida y como en una solemne ceremonia ancestral, aquel hombre devora las tortillas como agradeciendo a la tierra por aquel maravilloso sustento que le da vida, al cabo de un rato, arregla la cesta y emprende su regreso hacia su rancho.
Entre aquella soledad que le acompaña, un inesperado silbido sale de un lado de la barranca del camino, es el loco Taltuza, quien la está esperando y quien en un arrebato de su terrible locura, la toma a la fuerza y la mete a un matorral, la amarra con un largo y grueso lazo y la introduce a un mugroso costal de yute, la cipota lucha con todas sus fuerzas por liberarse, pero es imposible, el loco Taltuza la lleva en el hombro con una fuerza incomprensible, pero en un brusco movimiento, resbala por la orilla del barranco y suelta el costal, el cual va a parar a lo más profundo del desfiladero, el hombre se queda mirando y con grito ahogado en su pecho cierra los ojos como queriendo despertar de una terrible pesadilla en plena guerra.
La tarde comienza a desprender su triste fragilidad, los conacastes botan sus enormes orejas escondiendo profundos secretos.
Las matas de milpa parecen doblarse para comenzar una danza con la madre naturaleza.
Todo aquello parece tranquilo sin sospechar tan siquiera la más mínima expresión de locura y daño que puede causar aquel emblemático personaje del cantón.
A las seis de la tarde, el viejo Rumualdo regresa a su casa, cuelga su sombrero en una estaca, su mujer le sale al encuentro, afligida le pregunta por la Matilde, pero esta no ha llegado, muy desesperados salen a buscarla, pero retorna sin obtener ningún éxito.
Otro día en medio de toda aquella preocupación, los vecinos se alarman y se unen a la búsqueda.
A un lado del camino encuentran al loco Taltuza sentado y llorando, la gente pasa desapercibida preguntado por aquella cipota muy conocida por todos, pero lamentablemente nadie da razón de ella, pasan los días y nadie conoce la noticia del desaparecimiento, sencillamente porque los noticiarios no alcanzan a cubrir este tipo de hechos, aquel lejano lugar no interesa a nadie, además, este año hay que trabajar mucho con la señorita que representará a nuestro país en el evento de belleza “Mis Universo”, evento que traerá cantidad de divisas al país
Toda esta falta de solidaridad y compromiso ha hecho que la tecnología y los beneficios todavía no lleguen para miles y miles de humildes campesinos que han quedado relegados al olvido, ni mucho menos que decir de la tan ansiada justicia.
La Matilde, ya comenzaba a despertar al llamado del corazón pero su corta vida solo da cuenta de sus madrugas, sus tareas en el hogar y su profundo silencio y preocupación por haberle fallado a su tata y levantarse aquella madrugada a moler el maíz y prepararle sus tortillitas calientitas como a él le gustaban.
El ardiente sol continúa quemando la frente de aquel humilde campesino, mientras las orejas de aquellos enormes conacastes continúan escondiendo grandes misterios e historias jamás contadas.
El dolor inmenso de la montaña abraza los quejidos de la noche y en las alas de unas mariposas azules se siente el perfume de las campanillas y los girasoles que se desprenden a la orilla de aquel camino solitario por donde los hombres, las mujeres y los niños pasan corriendo porque el loco Taltuza corre detrás de ellos con grandes piedras en cada mano.
El chucho esconde en su mirada una gran tristeza y en cada ladrido que lanza parece llamar a la Matilde.
La madrugada llega nuevamente y al pasar cerca de aquella barranca profunda como la noche se oye a lo lejos un lamento, una queja, un dolor, un arrepentimiento, y es que la Matilde había faltado a su PALABRA DE HONOR, levantarse tempranito y hacerle el desayuno a la luz del primer claro de luna.
El viejo Rumualdo sigue preparando sus frondosos surcos de milpa y se sienta a descansar, mientras una lágrima se le resbala por la mejilla y se le confunde con el agotador sudor de la jornada haciéndole recordar la frase que le dijera a su hija aquella inolvidable tarde:
“No me vaya andar con babosadas porque ya sabe quién soy”
Se quita su sombrero, mira hacia cielo y exclama:
¡Puta!…….
¡Mija!…
Me dejaste….
Un chingaste de implacable tristeza le sale de lo más profundo del pecho, en medio de aquella terrible soledad y miseria que envuelve la vida de aquellos nobles seres donde su vida se consume entre el anochecer y el amanecer.
Una lágrima le corre por su templada mejilla, confundiéndose con el abundante sudor que le corre ardorosamente sobre su rostro.
Los lamentos continúan escuchándose en el fondo del desfiladero y una mujer se persigna y apura el paso.
Una flor de siempreviva agacha sus pétalos en medio de mil preguntas sobre el destino de la Matilde y un cipote sale corriendo del delirio del terrible loco Taltuza quien continúa luchando por terminar la guerra de su delirio a plena luz del día.