LUCIO ALBINO ARIAS LÓPEZ,
Escritor
No sabía si aún dormía, pero en su interior había una grande aflicción… de no resultar ese llamado, ese signo, ese símbolo, sus días en la tierra estarían contados…
* * *
De cuna aristócrata, Maximiliano tenía la mejor educación que en el siglo XIX era proporcionada a un hijo varón de familia acaudalada: Hablaba la mayoría de los idiomas de los países en que sus parientes tenían dominio, pero a la vez se le había inculcado las ideas progresistas de la revolución Francesa, en las que creía con todo fervor y estaba dispuesto a la muerte con tal de mantener su vigencia, tanto como su extensión a todo el mundo.
Gozaba además de una notable simpatía de otros nobles, pero a la vez tenía el desprecio y odio oculto de muchos, poseyendo un enemigo poderoso… Napoleón III, quien había fraguado un plan macabro para eliminar a Maximiliano, mismo que ni Maquiavelo hubiera concebido en su retorcida mente, para lograr mantener el poder o hacerse del mismo.
Una placida mañana de verano en Viena, con un muy buen clima Napoleón III invitó a Maximiliano a que lo acompañara a una cacería al bosque cercano. La mañana era fresca, se podía oír a los pájaros cantar con alegría así como el son del aire al pasar por las ramas de los enormes árboles del bosque.
Mientras se movían en campaña, con sus sirvientes y algunos perros que ladraban harto de felicidad por acompañar a sus amos en la cacería. Napoleón III le dijo a Maximiliano que fueran a una pequeña pradera que estaba contiguo al bosque donde, desde un claro, podrían divisar su majestuosidad, estando de acuerdo cabalgaron sin alejarse mucho del grupo pero sin el acompañamiento de ningún indiscreto, tal cual ordenó el líder de la caza.
Era sublime ver como ambos nobles cabalgaban subiendo la pradera en sus caballos que ondeaban sus crines al aire, al compás del trote constante y fuerte de los rocines, blancos ambos como rayos de luna.
Estando en la pradera, en el punto claro que se había acordado, teniendo siempre a la vista al grupo de cacería, Napoleón III dijo:
—¿Ves las delicias de tener el poder?
—A qué te refieres— preguntó Maximiliano.
—Que mientras tú y yo, estamos aquí viendo como otros cazan o arriesgan su vida con cualquier fiera, podemos llegar a nuestros hogares llevándonos el crédito de la victoria.
—Tienes razón, pero tú y yo sabremos siempre que eso no es verdad pues quienes hicieron la caza son ellos, no nosotros —dijo Maximiliano— con tono serio y autoritario.
Mirándolo con frialdad a los ojos, Napoleón III le expresó: —Mientras permanezcas con vida no importa quien escribe la historia, lo importante es hacer historia, o que esta se vuelva una leyenda.
Habiendo una pequeña pausa entre ellos, Napoleón III continúo la conversación:
—El día de ayer vinieron unos emisarios de Méjico… la situación está muy grave pues siguen creciendo los Estados, antes ingleses, que quieren aplicar la Doctrina Monroue
Exaltado Maximiliano preguntó: —¿En qué consiste esta Doctrina?
—En que nosotros los europeos no tenemos que influir en los nuevos Estados Americanos, según ellos América es para los americanos,
Con cara meditabunda, Maximiliano no se atrevió a decir palabra alguna, por lo cual prosiguió Napoleón III
—…debes recordar que en tus raíces está la posibilidad de tener el Trono de Castilla y Aragón, por tu estirpe, y a ti te pertenece lo que yo llamo “América Latina” que son todos los Estados que ahora se han independizado del Reino de España, las naciones conocidas como ultramarinas, por eso los emisarios de Méjico vienen a pedirme apoyo para crear un nuevo imperio en estas colonias, lo cual nos conviene como familia, por eso quiero pedirte que vayas a estas tierras con tu esposa Carlota y seas el monarca de este nuevo imperio.
—¿Yo?, ¿qué haría en esos remotos lugares? Máxime que dices que están en una situación muy grave, sería arriesgar la vida de mi mujer, la mía propia y de los hombres que me sigan.
En ese momento, Napoleón III emitió una gran carcajada, misma en la cual relucieron sus dientes amarillentos y mal cuidados, diciendo a continuación:
—Cómo crees que te mandaré solo, irás con refuerzos de tropas del imperio, a Francia le interesa poner freno a la expansión de estos Estados de habla Inglesa en el nuevo continente, estos son tan detestables como los mismos Ingleses, para ello es que hay que formar este nuevo imperio, en el cual según me dicen los emisarios ya está todo constituido, solo debes de aniquilar a unos insurgentes liberales, que son apoyados por seudo ciudadanos que no son más que descendientes de los nativos de dichos pueblos. Además tú tienes nuevas ideas que puedes poner en práctica en estas tierras, tendrás mi apoyo para hacerte del poder y serás absoluto en tu forma de gobernar estos Estados de Latinoamérica.
Cuando oyó esto, a Maximiliano se le abrieron los ojos como a un niño con un juguete nuevo, pasaron por su mente miles de ideas sin forma, pero la esperanza de hacer un nuevo mundo, que no tuviera mayor vinculación con lo que hasta ahora conocía, de lo mucho que había soñado junto a su amigo escritor Víctor Hugo…,
Por ello sin titubear le dijo:
—Napoleón, acepto tu oferta y apoyo, renunciaré a mis derechos de corona en Europa e iré a formar un nuevo mundo, en estos Estados Nacientes.
Por lo cual ambos bajaron de sus caballos y se dieron un fraternal abrazo en seña de quedar convenidos. Aunque en el interior de Napoleón III se encontraba una voz siniestra que decía “Lo he logrado, ahora nadie me impedirá tener el poder en Europa, ni recriminará mi Estirpe, ni mi derecho a la Corona…”
* * *
Confinado en esa celda oscura, que en otro tiempo jamás pensaría visitar, como un vil criminal, se preguntaba Maximiliano ¿Cuál ha sido mi crimen? ¿Acaso llevar el progreso a las naciones estaba castigado con la muerte? ¿Separar a la Iglesia y el Estado no era el sueño de los liberales desde la revolución francesa? ¿Reconocer derechos para los trabajadores no era restablecer su dignidad? y haber hecho todo eso en Méjico no era lo mismo que buscaban sus ahora verdugos… “cada día entiendo menos el mundo” decía para sus adentros.
Ahora, sin lugar a dudas, entendía el valor de la vida, en la celda ya ni se sabía si era de día o de noche, todos los días parecían el mismo.
Lo único que le daba consuelo es que antes de la caída logró sacar a su esposa Carlota, quien se zarpó con lágrimas en sus mejillas con la justa promesa de buscar apoyo, pero según sabía al buscar la tan ansiada ayuda en el Papa Pío IX y Napoleón III la habían tenido por loca, especialmente al manifestarles que en este momento la prioridad eran las guerras en Europa; ¿qué habría hecho su Amalia en esta misma situación? Quizá de todo, pero menos hacerse pasar por loca, quizá como buena mujer habría pedido que también ella fuera fusilada en el paredón, pero muchos años antes la tuberculosis la había arrancado de este mundo.
Gracias a Dios sus verdugos, le permitían aun cierta comunicación con el mundo exterior, siendo sus dos últimas cartas recibidas de su amigo escritor Víctor Hugo, donde le contaba lo que sucedía en Europa con su mujer y la otra muy breve que decía
“Hermano y amigo Maximiliano:
He clamado e implorado a Benito por ti, que os perdone la vida dejándote en libertad, para que regreses a estas tierras, he empeñado mi palabra y honor jurándole que la acacia nos es conocida, hazlo tú a la vez como derecho que tienes de pedir indulto”
Habiendo seguido dicho consejo, había remitido la misiva, sin que la fecha tener respuesta, más que del centinela que manifestó que para este día en la madrugada era su última hora.
Entre esas meditaciones se encontraba cuando de pronto de forma seca, metálica y sonora se abrió el cerrojo de la celda, para que una voz grave e inexpresiva dijera:
“Maximiliano ha llegado tu hora y la de tus generales”
Acto seguido entro su humilde y leal su criado húngaro Tüdos a la celda
“Amo, están listas tus ropas: Camisa Blanca, chaleco y pantalón oscuro como vos lo dispusiste la última vez que nos vimos”
-Gracias Tüdos, dime ¿Qué fecha es hoy?-
Tüdos le contesto: -Hoy es 19 de Junio del año 1867 de nuestro señor Jesucristo-
No olvides jamás esta fecha, no por mi muerte sino porque en verdad jamás te lo había dicho pero tú más que mi sirviente eras un leal amigo, como Víctor Hugo, que ahora está lejos, te pido como último favor le hagas saber mi deceso y la forma en la que fue.
Dicho esto Tüdos ayudó a Maximiliano a vestirse para la ocasión, como que si hubiera una forma correcta para vestir el día de la muerte, y ser conducido, así de decorado, al carruaje donde sería llevado escoltado junto con sus generales a una misa para expiar sus almas; como extraña casualidad o azares del destino, todos estos generales tenían apellidos cuyas iniciales iniciaban con “M”, estos eran: Mejía, Miramón y Márquez.
Acabada la misa y tomando la extremaunción todos fueron conducidos al pie del Cerro de las Campanas, eran alrededor de las siete de la mañana, y aunque los historiadores dicen que Maximiliano había dicho “Es un bello día para morir” ; él sentía su corazón palpitar de tal manera que ni un redoble se le comparaba, lástima que esos latidos eran mudos, dignos de un Héroe.
Al estar frente al paredón improvisado para el fusilamiento, pidió no estar en medio de todos los fusilados sino, en un extremo, por ser el menos digno de todos aquellos que habían empuñado las armas en defensa del imperio, pidiendo finalmente que su cara no fuera disparada, sino que los mejores tiradores apuntaran directo a su pecho, pues solo destruyendo su corazón sentiría que su amor por las tierras mejicanas algún día sería reconocido por este pueblo.
Por esto el capitán Simón Montemayor, accede a la petición escogiendo a los mejores hombres, que siendo analfabetas y sin conocer a quienes iban a fusilar eran diestros en el tiro, para que fueran ellos los que apuntaran al corazón de Maximiliano.
Todos los condenados cierran los ojos, a excepción del General Mejía quien ve al pelotón de fusilamiento.
Siete pelotones de rifles apuntaban a cada condenado los cuales, una vez cargados al unísono dispararon los proyectiles que salpicaron de sangre el lugar, cayeron secamente los cuerpos al suelo cada uno de los condenados con un grito de terror, a excepción de Maximiliano…quien en su interior decía: ” que Grande es El Arquitecto del Universo, que es Dios, pues no sentí el dolor de ningún tiro, al final se apiado de mi alma en esta última hora”.
Aún de pie sobre la tierra del cerro las campas, sigue escuchando la retirada de los soldados, todos sin pronunciar palabra, pero se escuchan sus pasos…
“Que extraña es la muerte, aun muerto escucho lo que sucede en mi entorno, aunque no puedo verlo”
Cuando hubo un completo silencio, escucho una tos que carraspea, Maximiliano abre los ojos viendo el mismísimo Liberal Benito, que con una forma velada o misteriosa, vistiendo con camisa blanca, chaleco y pantalón negro lleva una rama de acacia. Se acerca al Condenado diciéndole:
“Hermano, he leído tu clamor como hijo de viuda y han abogado por ti, tu signo te ha salvado…” poniendo en su pecho un ramo de acacia que tenía en su mano. Continuando:
“Debo advertirte que el excelso nombre de mi nación y las historia no puede conocer de este suceso, pues se requiere que este día alguien pase justo por las armas; por eso tomaras el lugar del general Leonardo Márquez para quien la historia dirá que huyo salvando su vida, y su cuerpo se tomará por tuyo enviándosele a tu familia”
Después de un sepulcral silencio Benito le dijo: —He tomado mis precauciones, si aceptas esta favor serás recibido en la Honorable Tierra de Cuscatlán, que hoy recibe el nombre de El Salvador, como grata recordación que incluso Jesucristo nuestro redentor te habría perdonado la vida, pero así como el desapareció a ojos de los discípulos, así debes tu ocultarte de por vida sin que nadie vuelva a saber de ti, ni de tu legado, ni mucho menos volver a Europa. ¿Lo juráis por vuestra palabra de Honor como noble constructor?
A lo que Maximiliano dijo:
—Os lo juro, prefiriendo que se parta en dos mi corazón antes de incumplir este juramento.
Meses después recordó aquella conversación en Viena con Napoleón III, cosa curiosa que fuera igual como la tenida con Benito al perdonarle la vida, siempre sobre un montículo alto. Aquel había dicho: “Mientras permanezcas con vida no importa quien escribe la historia, lo importante es hacer historia”
Efectivamente, mientras se conducía a las tierras de Cuscatlán seguida dando gracias a Dios por la vida y por la nueva vida que hoy tendría, motivo por el cual necesitaba y nuevo nombre, pero a la vez reconocer que debía su vida a la humildad de un indígena que desde muy abajo había llegado a ser el gobernador de Méjico.
Por eso decidió que jamás se volvería a calzar para recordar su unión con estas tierras indígenas, y tomaría el nombre de Justo Armas.
Así nació la leyenda…
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