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De cómo me enamoré de ser docente

Perla Rivera Núñez

Poeta hondureña

 

Trabajo desde que tenía menos de diez años. En ese entonces, esos precoces trabajos los hacía más por diversión que por otra cosa, sumado a eso tengo unas tías que son las mejores reposteras y panaderas de mí pueblo. Recuerdo que una de mis tías colocaba en una cesta el pan recién horneado, lo tapaban con un mantel doblado y muy limpio. También en una latita acomodaban los dulces de diferentes figuras y sabores, pan dulce y muchas delicias más.

Recorría con mis primas las empedradas calles de Ajuterique y  cuando nos compraban todo lo encomendado saltábamos de alegría, tintineaban las monedas y billetes en nuestros bolsillos. Recibíamos un lempira por cada cesta de pan vendida y yo iba a entregarle a mami la mitad de lo ganado y  la otra mitad quedaba en la pulpería a cambio de todo aquello que se me antojaba.

Pasaron los años y obtuve el título de profesora, encontrar un empleo en ese entonces era como buscar flores en verano, (Es peor ahora) entonces comencé a trabajar en una librería, mis estudios debían esperar. Ya éramos cuatro chicos en casa y mi madre la veía muy difícil para abarcar nuestras necesidades a pesar de su sueldo de docente.  El tiempo transcurría, ya con 17 años y viendo que las privaciones aumentaban,  sentí la necesidad de ayudar a mi madre, cogí valor y todas las fuerzas del mundo para emprender  junto a mi tía Ada Luz un viaje a San Pedro Sula, a buscar trabajo en una enorme ciudad llena de cosas fabulosas pero también de peligro.

Conocí el trabajo despiadado de las maquilas, la explotación y los abusos del rico hacia el pobre, trabajaba durante 12 horas continuas, únicamente me detenía de realizar mi labor, media hora, la del almuerzo y llegaba exhausta, después de las siete de la noche  al pequeño cuarto donde vivía junto a cuatro compañeras del puerto de Tela. Jamás sentí tan generosa y agradable una almohada, también el aroma y compañía de un libro, aunque la mayoría de veces solo para abrazarlo porque mi cansancio no permitía más. Mis compañeras de infortunio y de pequeñas alegrías estaban en la misma situación que yo. No he vuelto a saber de ninguna.

El pequeño sueldo apenas alcanzaba para pagar el cuartito, para la frugal comida y una pequeña cantidad para mi madre. La presión era mucha y bajé de peso de forma alarmante, pude comprar mis primeros libros y un porta cds, la música y las letras mis primeros obsequios,  mi madre viajó  unos meses después y me devolvió a casa- porque su hija casi desaparecía- según sus palabras.

El tiempo me acosaba, yo quería meter el mundo en mi bolsillo y comencé a intentarlo en mi carrera docente. Fueron tiempos de mucho rogar, de muchas promesas incumplidas y de injusticias. Pero obtuve mi primera plaza en un lugar inhóspito. Tres años de labor, sacrificios y algunas satisfacciones, lecturas como tablas de salvación en aquel sitio donde una metáfora era un alivio para no enloquecer. Vivencias con gente muy humilde, buena y sencilla en la  Montaña de Comayagua.

La suerte o quizás la justicia comenzaba a llegar. Inicié mis estudios universitarios los fines de semana, alternándolos con mi trabajo. Y ahí comenzó mi ruta y mi enamoramiento de la docencia. Poco a poco mejoré mi estatus laboral y me até a la Literatura, fui premiada con dos bellos lugares donde impartir las hermosas letras. Atrás quedaron algunas malas experiencias y también muchas satisfacciones. Experiencias que me han hecho mejor profesional el día de hoy, pero sobre todo un mejor ser humano.

Ver también

Amaneceres de temblores y colores. Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural Tres Mil. Sábado,16 noviembre 2024