Iosu Perales
La comunicación y por lo tanto la libertad de expresión y la prensa, online son esenciales para la vida democrática. Son una base insustituible del poder y del contra poder, viagra y por ello mismo la democratización de la comunicación es el principio de la democratización de las instituciones y de la sociedad. De tal manera que la comunicación, buy libre, autónoma, para toda la ciudadanía es un derecho fundamental, tanto como la educación y la salud.
Los medios de información y comunicación sirven mejor a la democracia en la medida en que no estén concentrados en cuanto a propiedad. La concentración del poder de los medios, a mi modo de ver, distorsiona la libertad de expresión en la medida en que esta última es capturada por los dueños del dinero. En la diversidad e independencia editorial se encuentra su mejor capacidad de ser útiles a la hora de ayudar a elegir gobierno, controlar el gobierno y cambiar el gobierno.
En los últimos años, el problema planteado a nivel mundial no es otro que el de una deriva de los medios hacia un intento muy potente de actuar como poder sustitutivo y erigirse en el factor decisivo de la agenda política de los partidos, de los parlamentos y de los gobiernos, tematizando los asuntos públicos, apresando la lógica de las decisiones que deben ser tomadas, y sustituyendo de facto a la soberanía del pueblo expresada en las urnas. Hay medios que actúan como partidos políticos, como tribunales, como jueces y partes, como legisladores que validan o invalidan leyes. Hay medios que llaman a golpes de estado o los justifican. Cuando la política es capturada por los medios niega la autonomía del sistema político, y termina organizando toda su actividad.
Es cierto que la relación entre medios y política no es unilateral, por cuanto también la política ejerce su influencia sobre los medios, de tal manera que podríamos decir que bailan juntos. A veces lo hacen muy juntitos, pero en ocasiones francamente separados. No faltan ejemplos y argumentos que señalan que son los medios los dueños del escenario y de la música, aun cuando la política tenga su visibilidad y ejercite sus movimientos de baile. Es frecuente que los titulares de los periódicos marquen cada día la reacción y declaraciones de los políticos, como si éstos se levantaran cada mañana prestos por acudir al kiosko para organizar la agenda. En todo caso esta verdad no anula la tentación real del poder político y de los políticos de convertir a los medios en simples extensiones de su función y voceros de sus propios planteamientos. Lo que está muy claro es que el periodismo objetivo, que nunca ha existido en estado puro pero al menos lo ha intentado, ha sido desplazado por el periodismo de opinión que, con toda evidencia, es profundamente asimétrico en la medida en que sólo lo pueden ejercer con éxito de influencia las grandes empresas. Lo grave es que la información opinada deja de ser con frecuencia información para convertirse en un acto de agitación y propaganda. La libertad de expresión puede llegar a convertirse entonces en libertad para manipular, para generar opiniones sesgadas y teledirigidas. Y esto es muy grave. Esta tendencia no sólo se aprecia en editoriales y columnas, sino que también en la forma de dar las noticias en radio y televisión, en el sensacionalismo, en el amarillismo, en titulares grandilocuentes que no se corresponden con la información que se ofrece. Y lo es porque casi todos los supuestos de la democracia se relacionan con la comunicación. Sólo una ciudadanía bien informada puede ejercer adecuadamente sus responsabilidades públicas, electorales, de participación, de fiscalización. De modo que cuando la “información” que recibe el ciudadano o es parcial, o está distorsionada, o es tratada con falsedad, se está vulnerando los derechos de las personas y al propio sistema democrático. No es que los medios de comunicación deban abstenerse de hacer juicios y valoraciones, lo que ocurre es que deben hacerlo sin sacrificar la verdad. Por ejemplo, cuando publican encuestas a sabiendas que están alejadas de la realidad y no son otra cosa que herramientas de manipulación del voto, están elevando la mentira a una supuesta verdad sociológica.
Hoy día ocurre con demasiada frecuencia que el derecho a la información veraz ha sido anulado por los medios enfocados como factor de poder, a través de una relación dialéctica entre el poder político y/o económico y los medios de comunicación, marginando a quienes teóricamente son su principal protagonista y destinatario: la ciudadanía. Generalmente los centros de poder de la información corresponden a agentes que ejercitan poder económico y/o político y los usan para organizar la conducta de la ciudadanía de manera que permanezca subordinada de buen grado al sistema dominante. La libertad de expresión y el derecho a la propiedad de los medios choca aquí con el derecho a la información de la ciudadanía. Asistimos así a una tensión constante entre “libertad de comerciar” y libertad en sentido estricto, lo que no se puede meter en el mismo saco. Eso por un lado, y por el otro esta realidad práctica no encaja con esa declaración jocosa de los medios que invariablemente se auto declaran independientes.
En el fondo de este escenario se plantea el debate sobre el control de los flujos de información, una discusión que es tan antigua como los propios medios. Este debate es lógico y necesario si tenemos presente que la información constituye un extraordinario instrumento de poder, lo mismo en tanto que posibilidad manipuladora como de factor de influencia sobre la ciudadanía. La información política constituye el sistema nervioso de toda realidad política democrática. Y esto es así porque en los sistemas democráticos la legitimidad se sustenta en valores de consenso y persuasión, lo que requiere comunicación. Pero hay algo más: los medios son cada día más, en sí mismos, importantes centros de poder, cuyas fuentes de dominio radican en sus propietarios a través de la concentración en semi-monopolios o bien mediante el control de medios públicos.
¿Hay que regular la actividad de los medios de comunicación? En muchos países se ha dicho y se dice que la mejor ley de prensa es la que no existe. Basta con controlarla a través de los tribunales a los que el ciudadano puede acudir. No parece suficiente. Por el contrario si aceptamos que debe haber un equilibrio entre la libertad de prensa y el ordenamiento de la convivencia democrática, entre la libertad de prensa y el derecho ciudadano a una información veraz, podremos aceptar que es necesario que los medios cumplan con una responsabilidad social. Así por ejemplo, el poder ilimitado de una prensa que haga de la manipulación un modo de agitación de conflictos ¿es admisible en nombre de la libertad?.
Entre dejar a los medios la libertad absoluta, incluso en materia de honor, de injuria, de calumnia, de seguridad pública, etc, o imponer regulaciones restrictivas y severas, hay espacios intermedios para dictar leyes que aborden con equilibrio el derecho a la información y el derecho a ser informado. Los medios se deben a la democracia y no al revés. En este sentido hay que defender la libertad de expresión como garantía constitucional y factor indisoluble de la libertad de pensamiento, de conciencia, ya que en su ejercicio se confirma la autonomía moral de la ciudadanía y se asienta la libertad con mayúsculas. Pero esta misma libertad de expresión exige una gran responsabilidad social, de manera que la información no esté fabricada de acuerdo con intereses, bien del grupo gobernante, bien de la oposición política, bien de grupos de interés económicos, faltando a la veracidad.