Wilfredo Arriola,
Poeta
I
Alguna vez tuve 28 y no supe que hacer con el fuego.
También tejí el mantel de una mesa a la que ahora no soy invitado.
Conocí la amargura,
la digerí con café aquella tarde, todas las tardes.
Aprendí a callar
pero hablé cuando debí de hacerlo.
La sabiduría tiene un segundo para mostrarse y eso
dura aprenderlo años y se estropea enseguida.
Volví a escuchar la balada que uno canta en soledad
siempre es la misma, pero con los años duele más.
La misma estrofa, el mismo verso
pero uno es el que cambia.
¿De qué me sirve?
No cierro la carta que conmemora mis reproches
se depura tanto que siempre vuelve a quedarse en silencio.
Aprendí a no pedir disculpas por ser quien soy.
El veneno después de ser dicho roe los buenos recuerdos.
El desprecio es como la verdad se recuerda para toda la vida.
No huyo de lo que me toca y no reparo en lo que pudo ser.
El destino es una patria que al llegar no sabes
si serás ciudadano o extranjero.
El tiempo como reflejo lo sabrá decir mejor.
Guardo lo absurdo,
porque no necesito desprenderme de lo que alguna vez fue cierto.
Las cosas representan el odio o la nostalgia.
Uno decide los objetos y las personas que te pueden dañar.
No llevo anillos ni marcas de los terrenos que toqué.
En los ojos hay mapas que solo los descubren
quienes han recorrido el mismo camino
el dolor une más que el pasado.
Sé que una noche cualquiera
cuando la mente amenice lo incómodo de lo inescondible
podré aparecer en las mismas mentes
que al mencionar mi nombre disimularán saber quién soy.
El silencio definirá mejor de lo que antes pudieron haber dicho de mí.
Lo inconcluso describe mejor la certeza de una equivocación.
Los secretos para ser conservados no se deben contar
ni en lo apagado de la habitación.
Es decir, ni a sí mismo.
Lo que dura para siempre se compone de lo que uno no sabe identificar,
un error de la observación.
Como la añoranza descansa en los cristales de la nostalgia del pasado…
Un segundo basta para la decisión,
para decir
quién uno es.