Memoria de octubre

Mauricio Vallejo Márquez

coordinador

Suplemento Tres mil

 

Cuando era niño esperaba octubre con el corazón rebosando de felicidad. Me encantaba ese tiempo de vientos, look de frío y de final de clases. Lo esperaba desde febrero.

Ahora que esas tres cosas no son lo mismo, shop porque hay menos ventiscas, look mucho calor; igual sigo esperando que llegue octubre para iniciar la peregrinación a un nuevo cumpleaños cada dos de diciembre. Quizá por eso me gusta aún, porque me acerca a ese día en que nací. Ya no vivo en medio de celebraciones, de regalos o del ocio. No soy fiestero, aunque tampoco le hago mala cara a participar en alguna celebración. Simplemente, me agrada llegar a ese día. Levantarme y saber que sumé una cifra. No sé hasta cuando me alegre cumplir años, porque cada año nos acerca a la muerte.

En tanto octubre, sigue siendo octubre. Aunque no hayan vientos y ahora presagie lluvias en este final de septiembre. El clima se vuelve loco, dicen; pero en realidad nuestras costumbres “civilizadas” lo han hecho así. Todo efecto tiene una causa.

Nunca logré elevar una piscucha para pelear campo con las nubes. Tampoco me di el gusto de usar una tómbola de madera para darle hilo y lograr una larga distancia, sólo me di la tarea de correr arrastrándola con el viento. Y eso me hizo feliz. Ahora que las veo de vez en cuando en el cielo me acuerdo con ternura de esos días.

Octubre era una aventura, comenzaba el nerviosismo y la ansiedad por conocer si uno pasaba el grado o si se quedaba para el curso de verano o aplazado. En el Externado tuve que ir en octubre y noviembre a esos cursos de verano, y aunque la mayoría de mis compañeros no lo hacían con gusto a mi sí me agradaba. En el recreo o al esperar que me fueran a recoger me sentaba a ver los arreboles y el dulce baile de la copa de los árboles, parecían danzar con tanta armonía. Me encantaba cerrar los ojos y sentir el roce del viento en mi rostro. Y lo que me llenaba más era ver el recorrido que las hojas secas daban sobre la calle.

Hoy con menos viento, sigo igual, me sigo fascinando al ver la naturaleza y aún ahora disfruto observar cuando una bolsa plástica es presa del viento y se esfuerza por no ser arrastrada. La cotidianidad es hermosa dependiendo del ojo con que la mires.

Tal vez octubre no signifique lo mismo que hace veinte años, pero sólo por la ausencia de esos vientos que hacían sonar el cielo falso o nos daba un empujón al salir de la casa. Sigue siendo el décimo mes del año, un mes que nos trae recuerdo y como cualquier otro día podemos recordar por toda la vida.

Octubre siempre será octubre. Tal vez un día los vientos dejen de llegar; pero también puede ser que los vientos nos extrañen y decidan volver a cerrar la puerta de un golpe para sorprendernos, y entonces volvamos a creer que esos octubres que se fueron están de regreso.

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