Hace justamente 44 años, look el 14 de julio de 1969, se declaró la guerra entre El Salvador y Honduras. Recelos por políticas integracionistas, disputas territoriales y otros reclamos entre ambos gobiernos, venían dando malas señales desde hacía varios años. Una guerra anunciada.
Las relaciones entre ambos países se habían vuelto tensas, en parte debido a que al gobierno de Oswaldo López Arellano le inquietaban las cuestiones limítrofes, la situación del Mercado Común Centroamericano y, sobre todo, los aspectos relacionados con la tenencia de la tierra y con la gran cantidad de salvadoreños que, con dedicación y esfuerzo, habían logrado establecer sus propias empresas y otras prósperas actividades, que les permitían vivir honesta y cómodamente.
Como historia, desde las primeras décadas del Siglo XX los salvadoreños habían trabajado duro en Honduras y, hasta 1969, aproximadamente 300 mil vivían ilegalmente; algunos hasta eran dueños de pequeñas propiedades agrícolas y otros medianos terratenientes. Esa condición de entes productivos hizo de los salvadoreños el blanco perfecto para obligarles a su repatriación. Una repatriación violenta. Se calcula que para mediados de julio de 1969, más de 100 mil compatriotas habían sido expulsados por la Mancha Brava, una fuerte organización paramilitar perseguidora de opositores o desafectos al régimen.
En El Salvador, a partir del 1 de julio 1967, al presidente Julio Rivera le había sucedido el general Fidel Sánchez Hernández (1967-1972), a quien tocó heredar los resabios del conflicto fronterizo que, presagiaba guerra inevitable. Y como, con el tiempo, las relaciones eran cada vez más tensas y la solución política parecía imposible, ambos gobiernos se decidieron por la acción militar. Sánchez Hernández, en respuesta a algunas provocaciones, el 14 julio le declaró la guerra a Honduras.
Fui testigo, en parte, del inicio de las hostilidades, en trabajo paralelo junto a los periodistas, nacionales e internacionales. Desde las primeras horas del conflicto los sucesos propios de una guerra no se hicieron esperar: bombardeos a lugares estratégicos de ambos países, como el aeropuerto de Toncontín en Tegucigalpa, Honduras, por los salvadoreños; y la Refinería de Acajutla en El Salvador por los hondureños, mientras el ejército salvadoreño avanzaba y se tomaba poblaciones importantes, de la franja sur del territorio hondureño: Nueva Ocotepeque, Aramecina, Alianza, Choluteca y Nacaome, entre otras. Después de 100 horas, el 18 de julio, se dio el cese de fuego ordenado por la Organización de Estados Americanos (OEA).
Es necesario reafirmar que el conflicto entre El Salvador y Honduras nunca fue “guerra del fútbol”, como la llamaron sectores interesados, dada la reñida competencia entre ambos países, previa al Campeonato Mundial de Fútbol 1970. Las tensas relaciones incidieron significativamente para encender más los ánimos, en los eventos de fútbol entre ambas selecciones. Estos antecedentes de confrontación deportiva, coincidentes con el conflicto, fueron motivo para el falso calificativo de “guerra del fútbol” y, de manera simplista, el de “guerra de las 100 horas”, título únicamente acertado si se toma en cuenta que, precisamente, esa fue la duración del enfrentamiento militar, suspendido por intervención de la Unión de Estados Americanos (OEA). Y ahora, 44 años después, ¿la Isla Conejo…?
Quizás el tiempo contribuya a no volver a nuevas acciones bélicas y que un día, para bien de todos, el pueblo salvadoreño pueda decir: la guerra ¡nunca más!
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PUNTO Y APARTE. La población honrada espera que los nuevos magistrados de la CCR sigan “desengavetando” juicios que, aunque ya prescritos como el del ISSS, deben salir de su escondrijo. No más aquella CCR que, durante décadas, en vez de descubrir encubrió los malos manejos de la cosa pública… (RAO).
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