El 30 de agosto de 2017 a los salvadoreños y salvadoreñas y a mucha gente fuera del país nos conmovió el fallecimiento de Hato Hasbún, revolucionario, educador, filósofo y político de excepcional valía que ya tiene un registro en la historia de El Salvador. Durante más de 40 años apostó por una sobredosis de su estilo único para encarar escenarios tan peligrosos, como los que afrontó en la guerra, y como los que sorteó en la misma política desde varias trincheras de lucha revolucionaria.
Así se movió entre “humo y metralla”, entre riesgos y desafíos, con la serenidad de su conciencia limpia, leal y fiel con sus principios y su familia, con su compañera y esposa Irene, junto a sus hijos Gabriel y Paty, a quienes tanto amó.
Carismático por su forma tan sencilla de acercarse al pueblo, versátil por su manera tan genuina de hacer la política, fue uno de los personajes claves durante el ejercicio de la primera y durante la segunda gestión en el Órgano Ejecutivo de nuestro partido, el FMLN.
En medio de una sociedad extenuada, jamás relegó los problemas de las mayorías populares. Actuando como secretario de Asuntos Estratégicos, ministro de Educación, designado a la Presidencia, comisionado presidencial para la Seguridad y secretario de Gobernabilidad entre junio de 2009 y agosto de 2017, hasta su último aliento, fue forjador del más amplio proceso de diálogo político y social. Se relacionaba igualmente con personas ricas como también con los pobres, de una u otra ideología.
Generó los consejos de seguridad y convivencia, del derecho a la educación, de sostenibilidad medioambiental, y la comisión del derecho al agua. Consejos que refrendó institucionalmente y que creó el Presidente Salvador Sánchez Cerén. Su muerte deja un enorme vacío político, cuando es aún más evidente la necesaria perdurabilidad de los procesos de diálogo y entendimiento ante el conjunto de demandas sociales y necesidades requeridas para dignificar aún más a la población salvadoreña.
Hato siempre tuvo claro que el diálogo y la negociación permanente constituyen una herramienta para construir las correlaciones de fuerza, que permitan generar las trasformaciones que beneficien al pueblo. Nos recordaba permanentemente que la profundización de los cambios dependen de la correlación de fuerzas.
Tuvo un profundo respeto y admiración al Presidente Salvador Sánchez Cerén. En realidad, era mutuo pues no solo compartían visión, sino también metodología de trabajo.
Nació en un hogar genuinamente palestino formado por don Alberto Hasbún (Abdala fue su nombre original) y doña Margarita Barake, ubicado en la colonia Flor Blanca. Don Beto ‒como le llamaban sus hijos Toño, Chepe y Hato‒ llegó a El Salvador hace más de un siglo, en larga travesía por el Atlántico desde Belén y Haifa hasta Nicaragua; a él le siguieron cuatro de sus seis hermanos. Su hijo Hato –sobrenombre cariñoso y barrial puesto por su padre, expresión de su generosa identidad‒ estudió la escuela primaria y secundaria en el Liceo Salvadoreño, colegio en que fue matriculado como Fauzy Miguel, su nombre de pila con que le bautizaron sus padres. En ese centro de estudios fue el mejor basquetbolista de la época derrotando varias veces las aspiraciones del equipo rival. En esa condición deportiva –verdaderas batallas entre “leones y pericos”, en el Gimnasio Nacional, logró un indiscutible reconocimiento y llenó de felicidad a muchos jóvenes de su tempo. Hato fue seleccionado Basquetbolista desde sus 14 años. Se enroló en las filas del magisterio del Externado de San José en 1972, para aportar en la transformación de la educación en uno de los colegios de la gente materialmente más “afortunada” del país.
Pero antes fue a México a graduarse en Optometría, profesión de la que hizo un cariñoso y entrañable servicio humanitario para el campesinado y sus familias afectadas por diferentes grados de ceguera. Sin egocentrismos de ninguna clase, Hato supo imprimir en cada consulta ese humanismo en su actuar profesional. En esa trinchera atendió los ojos y la vista de numerosos y destacados dirigentes populares.
Forjado en la organización y lucha popular, fue allí donde a “flor de piel”, Hato abrazó a la más amplia y sólida base originaria de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), con sus admirables dirigentes y personajes visionarios: Polín, Numa Pompilio, Ticha y Félix, Chepe, Chendo, Juan Chacón, Chanito y tantos héroes que de primera mano orientaron el origen del “Bloque” – el BPR que junto a otras organizaciones populares marcaron estratégicamente el rumbo revolucionario del país.
De esas rutas fue a la jesuita Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y, siendo profesor, pasó a ser asesor principal del rector don Francisco Estrada SJ., hasta mitad de la década de los noventa, cuando se dedicó con toda su formación profesional a trazar el periodismo investigativo, a luchar por la filosofía de la libertad y a la medición de la opinión pública nacional en medio del enjambre electoral.
Hato tuvo una vida sencillamente fascinante, yendo siempre directo y con garra a enfrentar las causas de la pecaminosa desigualdad y de la injusticia social; construyendo correlaciones para la verdadera paz en El Salvador. Lo hizo sobre la base del diálogo correcto y respetuoso, legitimando posiciones éticas del FMLN que a veces retocó sin maquillaje. Nuestro compañero Hato hizo la diferencia con su particular manera de lograr salidas a tanto lío en medio de enmarañadas negociaciones legislativas, ejecutivas y reclamos sociales. Hato construyó la senda del avenimiento invocando de verdad los ideales de Mons. Romero y de sus extraordinarios maestros jesuitas liderados por el rector Ignacio Ellacuría, que fueron decisivamente influyentes a lo largo de su vida académica y política.
Jovialidad y gracia, humorismo y agudeza, caracterizaron esa noble simpatía que distribuyó en todas las canchas en las que se movió, en los “consejos nacionales” y por otros espacios sin altanerías, presunciones ni vanidades políticas. Hato y su primo Schafik como se decían, compartieron una relación de camaradería. Así, durante años cenaron con frecuencia; y en sus casas, esas tertulias eran de pleno jolgorio poético y político que terminaron en el libro sobre la vida de nuestro líder histórico. Seguramente, donde ahora están ambos, ya volvieron a las andadas analizando el rumbo del país y contando chistes; eso les encantaba.
Fue su familia –su legendaria madre doña Margot, Irene, Gabriel y Paty– el entorno primoroso lleno de ternura y tanto cariño donde Hato Hasbún preservó sus mejores ilusiones de amor y fe en la humanidad. Disfrutó hasta el último momento a su equipo favorito. Hay que jugar ese juego limpio”, insistía después de ver al mejor del mundo, su admirado Lio Messi. Vivió a plenitud, fue feliz.
Con su zurda impecable para acariciar y pegarle con la derecha al gol, Hato fue futbolista del Sonsonate FC, donde jugó a la par de los brasileños Aparecido Baeza y Odir Jacques, con quien mantuvo amistad; también jugó con el Juventud Olímpica.
En México lo apresaron en Lecumberri, durante la rebelión estudiantil de Tlatelolco. Revolucionario, maestro, profesor, sociólogo e investigador crítico, generador de triunfos desde la izquierda, ministro y secretario, amigo leal, y amable hasta con sus adversarios, tiene hoy una estatura política que muy pocos logran alcanzar.
Hato, el compañero de la revolución interminable, que ya partió físicamente. Ahora nos queda abrazarnos a su chispa e ingenio, en primer lugar; también a sus virtudes y su afán de superación permanente, que lo hicieron un ser humano cuya altura moral estaba por encima de cualquier mediocridad. Fue fiel a su compromiso revolucionario, de verdad; ese es Hato Hasbún, el excepcional ser humano que se nos fue dejando estelas en la mar y siluetas de esperanza en la tierra salvadoreña que le vio nacer, el 26 de enero de 1946, hace 71 años. Su legitimidad ahora reposa en el sobresaliente reconocimiento nacional y en la unánime corroboración de tan enormes cualidades personales desde donde Hato desplegó siempre su fórmula habitual y apreciada para el entendimiento y la humanización de la política. “Queremos un partido revolucionario que mire por el interés de todos, principalmente de los más pobres. Queremos gente que defienda los principios que escucha a los demás, reconoce sus errores y da soluciones, nos dijo hasta el final de su vida sencillamente fascinante y ejemplar. Al partir, Hato nos deja esa leyenda acumulada en el humanismo que le inyectó a la acción política y a las aspiraciones revolucionarias del pueblo salvadoreño.
En su trayectoria en el FMLN, desempeño múltiples misiones y cargos de Dirección: en la lucha popular de los años 70, 80, en la negociación de los Acuerdos de paz y su implementación, así como en las consecutivas victorias Electorales de la Fuerza Política mejor organizada y combativa, de El Salvador, el FMLN.
Nos sentimos orgullosos y agradecidos de haber tenido en nuestras filas a un revolucionario de toda la vida, a un militante del FMLN.
¡Viva Hato Hasbún!
¡Viva el FMLN!
¡Viva El Salvador!