Ricardo Lindo
Porque ha desaparecido el compañero Roberto Franco
y porque ya nadie nunca sabrá probablemente más de él,
y porque es injusto que estas cosas sucedan
a un hombre bueno
y a un amigo exacto,
yo derramo mi voz ya sin lágrimas junto a ti, Roberto Francio, titiritero,
alegre compañero de aventura,
rey encendido en medio de amables luces
que crecían en la noche fantasmal de invierno
mientras inventabas algún mágico viaje,
amigo mío que amó lo que era justo,
alegre en su gravedad y sereno en su fuerza,
y digo que te alzaste como un hombre sencillo,
más allá de los sueños y más allá del viento,
para decir palabras eficaces y tristes,
o bien que suenan tristes ahora que no estás,
amigo que soñabas con una libre espada
y elevabas muñecos en respuesta a la injuria,
mira hoy tu país resquebrajado y miserable
como un quejido en medio de la muchedumbre,
mientras otros se lavan las manos, Roberto Franco,
como si nunca hubieras existido,
y te recordaremos como a un viejo retrato,
hundido en medio de las sombras.
Ya todo va pasando.
Tú también pasarás,
y es inútil decir que te recordaremos.
Amigo, también te borrarás.
Pero el ala feroz que destrozó tu viaje
nos seguirá creciendo,
nos seguirá creciendo,
y nos ahogará sin miedo en medio de las sombras,
en tanto tus muñecos duerman en anaqueles,
inmóviles y mudos de nostalgia y de pena.