Renán Alcides Orellana,
Escritor y periodista
– Menos el cargo de director, le invito a tomar un puesto en el periódico, a tiempo completo. Si no es posible, decida un espacio para colaboración diaria o semanal, usted decide… -me dijo Waldo Chávez Velasco, un día de 1986.
Waldo recién había asumido la dirección de Diario Latino que, por ese tiempo, evidenciaba crisis para su sostenimiento con solvencia, a pesar de ser considerado el decano de la Prensa nacional. Yo para entonces era director de Comunicaciones del Banco de Fomento Agropecuario (BFA), cargo que no pensaba dejar por el momento.
-Por mi escaso tiempo, le ofrezco mantener una columna semanal sobre temas diversos de la realidad nacional -le respondí, después de agradecerle la invitación.
-Bien, muy bien…
-Será un espacio de media página, cada lunes. Por eso, su titular permanente será Este Lunes, con subtítulo semanal según el tema… -le expliqué al director.
Mi primera columna de Este Lunes…, apareció el lunes 16 de junio de 1986, bajo el titular Escribir para vivir o vivir para escribir y su contenido intentaba descifrar la realidad del escritor salvadoreño, quien, a pesar de lo delicado de su trabajo, no tiene alicientes como en otros lugares, que le permitan dedicarse sólo a su labor creativa, desentendiéndose de cualquiera otro trabajo que le impida una producción constante y sostenida. Mi columna iniciaba:
“El eterno problema del poeta dedicado al duro oficio de escribir para vivir, en vez de vivir para escribir, es un fenómeno sociológico-cultural no privativo de El Salvador, pero que, por lo cercano del medio, permite centrarlo en el contexto vivencial y cotidiano como un mal que ha sido, es y será insalvable, sin remedio…” Y más adelante: “… Y lo más lamentable, la frecuente subestimación para quienes son trabajadores de la cultura, sin que puedan, por lo mismo y desgraciadamente, realizarse y dedicarse a tan noble y edificante tarea. Este es, junto a otra variables no menos destructivas, el verdadero circulo inevitable de escribir para vivir en vez de vivir para escribir, porque de no hacerlo “pobre poeta, su amor y sus zapatos…”, como dijera Oswaldo Escobar Velado.
Mencionaba en mi columna el caso de Claudia Lars, la poeta de mayor renombre en el país, quien a su avanzada edad, aunque fuera por amor al arte, continuó trabajando para obtener un modesto salario mensual que, a lo mejor, no correspondía a su desempeño intelectual, menos para la vida digna que su condición de renombrada poeta merecía. Claudia Lars -como otros intelectuales reconocidos- decía yo en mi columna, debía dejar de escribir para vivir y vivir para escribir.
Por ignorancia o malicia, hay subestimación casi generalizada hacia el ser y quehacer del poeta. Más que todo al quehacer: su obra. Recuerdo un caso contra Claudia Lars misma. En 1965, con su libro Del fino amanecer obtuvo el Primer Premio, compartido con el poeta español Rafael Guillén, en los Juegos Florales Hispanoamericanos de Quezaltenango, Guatemala. A su regreso, se dio una conferencia de prensa para destacar el triunfo de ella y del país.
-¿Dígame, Claudia, qué se siente al ganar tres mil quetzales por unos poemas…? -le preguntó un reporteo, descarnando su insensibilidad ofensiva y su ignorancia supina.
-Vea usted. Aquí a nadie sorprende que un constructor gane miles de colones por levantar un edificio; en cambio, causa asombro que un poeta gane tres mil quetzales por un libro de poemas… ¿acaso, éste no es trabajo también…? y además, trabajo sublime de seres privilegiados… -respondió Claudia con serenidad e hidalguía de intelectual.
La respuesta causó enrome sorpresa. Silencio total. En adelante, las preguntas se sucedieron con mucha cautela, en un diálogo muy desigual en cuanto a contenido, sólo compartido y apreciado por unos pocos. Mi columna concluía:
“Claudia continuó hasta su muerte con su labor burocrática, la cual, a pesar de todo, no fue obstáculo para desarrollar su admirable fecundidad en una maravillosa y abundante producción literaria, mercancía de Dios, que sin duda alguna pudo ser mayor, si se le hubiera permitido vivir únicamente para escribir”.
Otro recuerdo de Claudia. Desde mi cargo de Director de Comunicaciones de la Asamblea Legislativa, en 1968, me tocó coordinar la invitación y el acto de entrega de un reconocimiento económico a Claudia, Salarrué y Vicente Rosales y Rosales, poetas mayores de mediados del Siglo XX. El acto se realizaba en la presidencia, con presencia únicamente de los directivos y los homenajeados. De pronto, rompiendo el protocolo, abriendo de golpe la puerta principal entró el poeta Pedro Geoffroy Rivas, mi primer Director en Tribuna Libre en 1964, y ante la sorpresa de todos y sin explicación alguna, abrazó uno por uno a loa homenajeados, diciendo:
-He venido a saludar a mis hermanos mayores… porque, al fin, se les otorga un reconocimiento, aunque sea una migaja…
Sin decir más, Pedro salió frenético. Un portazo y solo quedó en el ambiente el reclamo airado de un poeta valiente que, en dos palabras y con su abrazo solidario a los poetas mayores, dejó clara la denuncia y el reclamo por la escasa manera oficial de reconocer la labor intelectual, con una cifra que era apenas simple cumplido. Lo que pensaran de su actitud los diputados, para el poeta Pedro era lo de menos.
De esos temas sobre la realidad nacional, tratarían mis siguientes columnas, que mantuve por más de dos años. Días después de aquella primera columna, el director me llamó.
– Su columna ha sido bien recibida. Hay aquí un telegrama que no sólo la aprecia sino que sugiere que escriba dos semanales, en vez de una… -me dijo Waldo.
– Hecho…
Durante dos años mantuve la columna, dos veces por semana. Además, de Este Lunes… publiqué Y este Jueves…, siempre con tema diferente cada vez. En la siguiente columna Vida, poesía y encierro de Nazim Hikmet, me refería a la heroica vida del poeta turco, preso en las cárceles de Brusa y conocido en el mundo intelectual como el gran presidiario. Sumadas las condenas a Nazim, daban un total de 56 años, por el delito del poeta cuando -como en este caso, según Hasan Gureh- “la vida, la poesía son una sola cosa. El hombre va con el poeta de la mano y los dos emplean la lengua fresca y expresiva de las masas. Los dos se confunden en la lucha y un día amanecen en la cárcel…”
Tras 13 años de cautiverio, Nazim Hikmet recobró su libertad el 14 de julio de 1950, gracias a un movimiento mundial a su favor. Con más referencias biográficas, mi columna concluía con el siguiente para mi gran poema, por lo humano, lo sentido y, sobre todo, por la especial virtud de mantener el ritmo y la cadencia iniciales, a pesar de la traducción del idioma turco al español:
Mi única en el mundo:
“Estalla mi cabeza, mi corazón flaquea
-dices en tu última carta-
me moriría si llegan a colgarte, si te pierdo”
Tú vivirás, mujer,
Y mi recuerdo igual que una humareda
se perderá en el viento.
Tú vivirás, mujer,
hermana del cabello leonado que tanto amo.
Los muertos no preocupan más que un año
a los que viven el Siglo Veinte.
La muerte…
Un muerto que se mece colgado de una cuerda
a semejante muerte mi corazón no puede resignarse.
Pero, querida, tranquilízate:
Si la velluda mano de algún cíngaro termina
echándome la soga al cuello
ellos en vano mirarán a los azules ojos de Nazim
para ver allí el miedo.
En el alba de mi última mañana veré a todos,
a ti, a mis amigos,
y llevaré tan solo bajo la tierra
la pesadumbre de un canto inconcluso.
Mujer, abeja mía del corazón de oro,
La de más dulces ojos que la miel:
¡para qué te habré escrito que pedían mi muerte!
El proceso recién ha comenzado, no se arranca así no más
la cabeza de un hombre como se arranca un rábano.
Vamos, no te preocupes,
tal posibilidad es muy lejana.
Si tienes unos pesos
cómprame un par de calzoncillos largos,
pues todavía sufro de aquel reuma de la pierna.
Y no olvides que la mujer de un preso
No debe tener malos pensamientos…
Un día, a principios de los años noventa, la decadencia de Diario Latino se volvía más clara, hasta su deceso definitivo para dar paso a Diario Co Latino, administrado por una cooperativa de sus trabajadores, como subsiste hasta ahora.
Meses antes, el lunes 5 de noviembre de 1990, en ocasión del centenario de fundación de Diario Latino (5 de noviembre de 1890), publiqué una síntesis histórica del periódico titulada Cien años de ser y hacer periodismo que, en sus inicios, decía:
“Que un periódico cumpla cien años de vida y de labor ininterrumpida es -debe ser- un acontecimiento trascendental y trascendente, en el contexto cultural de un país. Y en los demás contextos: social, político, económico. Y Diario Latino, aquí y ahora, es en El Salvador el periódico que marca y vive ese acontecimiento trascendental y trascendente, al encontrarse cumpliendo cien años de existencia, este cinco de noviembre. Una trayectoria centenaria dentro de la cual muchas generaciones de periodistas han evidenciado y fortalecido su vocación, a la vez que han contribuido al desarrollo socio-cultural del país, con aportes informativo-orientadores, ajustados muchas veces -digamos que casi siempre- a las verdaderas exigencias del mundo circundante, según la realidad del momento,, Y, entre esos periodistas, me incluyo…”.
El resto de mi síntesis histórica se refería a la trayectoria de Diario Latino, que era conocido como el Decano de la prensa nacional, mismo título con que se le recuerda, por su antigüedad de entonces y por su positiva incidencia en la vida nacional, durante cien años. (RAO).
(De mi libro JUICIO PARALELO. San Salvador 2014, Págs. 194-199)
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