MEMORIAS DE INFANCIA
Por Marlon Chicas, El Tecleño Memorioso
“Lo que uno ama en la infancia, se queda en el corazón para siempre”
(Jean-Jacques Rousseau).
Cuanta verdad encierran las célebres palabras del escritor y filósofo suizo Jacques Rousseau, al señalar que lo que se ama en la infancia, es el mayor legado para el ser humano, resguardado en lo más profundo de su corazón, marcando una bella etapa en su vida, que lo llevará a la eternidad de su imaginación, descubriendo mundos mágicos en su camino hacia nuevas emociones.
Recuerdos gratos de una niñez lejana, que pasa inadvertida en una sociedad industrializada e individualista, con sus presiones diarias sobre la vida y sus problemas, sin dar paso a la sencillez del niño que habita en nosotros, descubriendo a través de sus ojos lo maravilloso de la existencia humana, aunque nuestros cabellos pinten algunas canas, buscando siempre sueños por cumplir agolpados en el recuerdo.
En ese contexto, como olvidar de la memoria la celebración del Día del Niño, que con emoción aguardábamos por esas épocas, la que desde su origen busco siempre crear la fraternidad y comprensión en los infantes del mundo, el respeto a su bienestar y derechos, cuando dicho homenaje se proclamó por vez primera en Ginebra Suiza en 1925, en el marco de la Conferencia Mundial sobre Bienestar Infantil, aprobada el 20 de noviembre de 1959, con la Declaración de los Derechos del Niño, luego en 1989 se oficializo que cada país lo celebre de manera particular, recientemente el 19 de diciembre de 2011, se declara el Día Internacional de la Niña por las Naciones Unidas, cada 11 de octubre, con el objetivo de promover los derechos de dicho sector de la población.
En tal sentido, deseo invitarlos acompañarme a 1972, a los viejos pasillos de la Escuela Centroamérica, en la que esta celebración se realizaba a lo grande, para lo cual, las madres enviaban a sus hijos con sus mejores galas, calzado reluciente, los más coquetos usando brillantina en el cabello, el cual era usado a escondidas del padre o hermano mayor, con el objetivo de apantallar a la compañerita de clase, que traía a más de alguno cacheteando la banqueta.
El tañir de campana anunciaba el inicio del evento, convocando al orden, luego de agradecer al Supremo Creador, había que sentarse sobre fríos taludes de piedra circundado el escenario, otros eran ubicados en una plataforma de cemento, el cual no hubo poder humano que ablandará tal estructura, luego de unos minutos el telón del escenario se abría, dando paso a una simpática señora de tez blanca y cabellos rizados, en busca de un asistente, al que se ofrecía voluntariamente un despistado payaso, que por su falta de concentración recibía constantes reglazos en las pompas, acto seguido una niña de cuatro años, contorsionaba su cuerpo de manera sorprendente, ante la admiración de todos los allí reunidos, finalizando el show circense con un travieso perrito amaestrado realizando toda clase de suertes, provocando risas y aplausos de chicos y grandes.
La celebración continuaba en el salón de clase, en compañía de la maestra Enriqueta Quintanilla (+), o “Seño Quetílla”, degustando deliciosos manjares: panes con frijol y queso, galletas, refrescos, fruta de temporada entre otros, saciando nuestro voraz apetito, luego los pasillos de la vieja escuela eran testigos de un grandioso baile, que era aprovechado por la cipotada para invitar a bailar a la niña de sus sueños, recibiendo un NO por respuesta, o aceptación ante tal ofrecimiento, convirtiéndose en la envidia de sus compañeros, el sonar de campana indicaba el final del festejo volviendo todos a casa cansados y emocionados. Felicidades niños salvadoreños y del mundo, así como a los que aún lo llevamos en el corazón.