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Roony Ramírez,
colaborador
Este peregrina teoría nace a mediados del siglo XX, partida por la afiebrada imaginación de James Vicary, en la que proponía que la mente puede ser influenciada por medio de mensajes subliminales, y que la publicidad hace uso de esta perversa técnica. Sutiles palabras e imágenes ocultas en películas o anuncios se graban en nuestro subconsciente, provocándonos deseos o haciéndonos comprar compulsivamente.
En las películas sostenía, por cada veinticuatro cuadros uno es reemplazado, metiendo en este último la orden al consumidor, sin que éste la percibiera, acatándola automáticamente.
Un grupo de científicos sudamericanos realizó pruebas en un gran cantidad de personas, trucando los filmes con el método sugerido por el inventor, pero el resultado del experimento fue un chasco. A un grupo de fumadores se les trató de ordenar un marca de cigarrillo, pero ellos no sintieron el deseo de comprar la marca, y siguieron fumando la marca de cigarrillo acostumbrada. Tampoco al grupo de compradores usados en el estudio se les pudo obligar a comprar en forma compulsiva, como se les había ordenado por medio de la novedosa técnica.
Al abordar a James y mostrarle los resultados, cínicamente admitió haberse equivocado y pidió disculpas, no sin antes llenarse los bolsillos y sus cuentas bancarias de jugosas cantidades de dinero, suficientes para vivir a cuerpo de rey, a costillas de incautos que no vieron en la teoría el mensaje subliminal que decía: ESTAFA.
