Orlando de Sola W.
Primero El Salvador, Segundo El Salvador, Tercero El Salvador, uno de los estribillos de la campaña ultranacionalista, se parece al “America First” de Donald Trump en su discurso inaugural.
Traté de convencer al jefe nacionalista que Primero Dios, Segundo la Familia y Tercero El Salvador, pero fue imposible. Estábamos en guerra contra el internacionalismo, que incluía el socialismo democrático, el cristiano y el soviético. Logramos convertir el nacionalismo en religión, pero no ganamos la guerra.
La Asociación Salvadoreña de Industriales lanzó, a mediados del siglo XX, un eslogan que decía: “Compre, Consuma y Use lo que El Salvador Produce”. Tuvo que ser ampliado para que dijera “lo que El Salvador y Centroamérica Producen”, pero no duró mucho porque la Guerra con Honduras arrasó con el Mercado Común Centroamericano.
Una década después concluyó el periodo militarista, dando comienzo a la Guerra que terminó en Chapultepec. Desde entonces entramos en otra guerra. No sabemos como llamarla, ni cuanto durará, porque sus causas son múltiples y oscuras, pero en muchos sentidos tiene que ver con la geopolítica mundial, hemisférica y regional.
Centroamérica no es una isla sin influencias geoestratégicas, que también afectan a México. México es parte de Norteamérica, a cuyo extremo sur vivimos nosotros, los centroamericanos.
Ese conjunto de estados ente el Río Grande y la Gran Colombia se llama Mesoamérica. Antes abarcaba desde Texas, hasta Nuevo México, Arizona, Utah, Nevada y California, pero en 1848 fue reducida a la mitad porque el Gobierno de James Polk y el Congreso de Estados Unidos decidieron invadir su capital, la Ciudad de México.
Veinte y siete años antes, entre 1821 y 1823, hubo un intento por unir México y Centroamérica bajo el esquema imperial. Fracasó porque su promotor, Agustín de Iturbide, fue ejecutado por las fuerzas republicanas. Centroamérica se mantuvo unida en Federación hasta que fusilaron a Francisco Morazán, en Costa Rica, en 1842.
El Salvador fue el último en renunciar al espíritu federalista, conservándolo hasta el presente. Debemos aprovechar ese anhelo unionista para fundar, con México, una nueva Mesoamérica, cuyas raíces se remontan a Nueva España, un virreinato colonial que duró tres siglos, hasta que llegó la república, cuyas falencias aprovechó Estados Unidos para conquistar gran parte de su territorio, que llegaba hasta California.
La política exterior de Estados Unidos es expansionista. Pero la llegada de Donald Trump a la presidencia, como la de James Polk en 1845, puede significar grandes cambios, no solo en el sentido aislacionista y proteccionista, sino geoestratégico.
Es nuestra obligación estudiar y analizar las intenciones de Donald Trump y su gobierno para Mesoamérica, considerada en el pasado como patio trasero y flanco débil de Estados Unidos.
El potencial de una simbiosis entre México y Centroamérica es evidente, especialmente ahora que Trump ocupa la presidencia y se preocupa por la salud económica de Estados Unidos. Ha prometido aislarlo del resto del mundo, pero no mide las consecuencias.
Es un buen momento para ponernos de acuerdo y presentar un frente unido, como debió haberse hecho desde que se disolvió Nueva España. No es conveniente la desunión en Mesoamérica y debe ser remediada a mayor brevedad posible, antes que nos sorprendan otros hechos, como la expulsión de mesoamericanos y la incursión de otras potencias extracontinentales.
El futuro no espera. Hay que saberlo interpretar y anticipar para sobrevivir los cambios que se aproximan. No esperemos que la xenofobia, el nacionalismo extremo, el neocolonialismo y otras tendencias negativas nos aniquilen.
El consumo de estupefacientes es solo uno de los problemas regionales que enfrenta Donald Trump, como lo hicieron sus antepasados durante la Prohibición del alcohol, a principios del siglo XX. Agravado por las consecuencias de su ilegalidad, tráfico y lavado, el problema del consumo de alcohol fue resuelto parcialmente al legalizarlo. Pero las mafias que se dedicaban a eso se diversificaron hacia otras actividades ilegales, como drogas, contrabando, juegos de azar y prostitución, así que la guerra contra las conductas antisociales inducidas por el consumo, comercio y fabricación de estupefacientes continúa.
Solo estudiando y comprendiendo su principal mercado, que es Estados Unidos, podremos dejar de ser su puente de acceso, convirtiéndonos en zona próspera y productiva para todos, incluyendo los hermanos que viven al norte del Río Grande.
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