Fotos y texto Guillermo Martínez
“Aquí el único que esta desconectado es el ser humano, debemos de aprender que cada especie juega un papel determinado en el hábitat al que pertenece” dice Nelson López, un viverista de unos veinticinco años que sostiene dos huevos de tortuga marina golfina eclosionados, donde los pequeños quelonios neonatos asoman por primera ves su cabeza y aletas al mundo, y en el cual tendrán que aprender a sobrevivir.
Nelson las observa por un momento y agrega: “ellas son la jardineras del océano, ayudan al equilibrio en el ecosistema”, mientras coloca a los recién nacidos dentro de un recipiente plástico, y busca más signos de vida dentro del vivero que la comunidad de la playa Metalío, en Acajutla, Sonsonate y miembros de la Unidad Ecológica Salvadoreña (UNES) han construido para ayudar con la preservación de la especie.
En la playa con un horizonte marino coloreado de intensos naranjas y de violetas, habitantes de esta comunidad del occidente del país y de la UNES se preparan para liberar en esta ocasión al menos 800 neonatos de la misma especie de tortuga golfina. Los pequeños quelonios impacientes al escuchar el sonido del mar buscan la manera de escapar del lugar en que las tienen confinadas.
Llega la hora de la liberación, habitantes de Metalío se paran frente al Océano Pacífico, quien murmura suavemente y sin cesar. Los últimos signos de luz solar dejan un aura violacea en el ambiente.
Andrea Padilla del equipo técnico de UNES da las últimas indicaciones para una liberación sin contratiempos, ya que esta es una de las etapas más peligrosas de la vida de los recién nacidos, aves, cangrejos, animales domésticos y otros depredadores acechan. Una de cada mil logra llegar a adulta comenta Andrea.
Momentos después alrededor de una treintena de pobladores de la playa Metalío, desde niños, hasta adultos mayores colocan suavemente a las pequeñas tortugas sobre la arena, quienes en un primer momento se quedan inmóviles, como asimilando su nueva realidad, luego como en un momento de revelación con sus cortas aletas, con dificultad, pero con rapidez corren sobre la arena que parece más oscura por la proximidad de la noche, hacia la espuma marina que las acoge con suavidad y en la que se pierden, para luego adentrarse en el irresistible llamado del inmenso océano, que será su hogar por lo que reste de sus vidas.
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