Mauricio A. Vallejo Márquez
Bitácora
No sé cual es el primer recuerdo que tengo de mi abuela, a quien ignoro la razón por la que no seguí llamándole Mamá Finita cuando ha sido más que madre para mí; pero, aunque tengo imágenes difusas de nuestro primer encuentro si sé que es una persona fundamental en mi vida.
Cuando era pequeño me contó historias de mis tíos, de su juventud, de mi abuelo y hasta de mi familia paterna. Siempre tuvo el tiempo de sentarse a conversar conmigo, incluso durante los comunes apagones de los tiempos de guerra cuando su boca a penas parecía arder ante el reflejo de las llamas y me contaba de Ulises o de las ninfas o alguna otra historia. De igual forma cuando llegaba cansada del trabajo e incluso si quería descansar me pedía que tomara una siesta con ella.
En mis cumpleaños siempre me regalaba un libro y de igual forma lo hacía para navidad (Además de cederme todas sus libreras). Mis primeros escritos los atesora entre sus archivos, no sólo los de adolescencia, sino aquellos que incluso fueron ilustrados por mi abuelo cuando yo aún no cumplía nueve años. Ni mi mamá ha tenido esa delicadeza.
Mi abuela fue mi confidente de niñez, a quien le contaba casi todo y aún lo es, creo que aún le cuento casi todo lo que hago e incluso le pido consejos. Me agrada verla con mi hijo porque me recuerda aquellos años en que yo me acercaba más a ella, mi hijo también disfruta su amor y cada viernes que llega a visitarla es ansiado desde el viernes que tuvo que volver a casa con nosotros en la tarde. Tiene la costumbre de hablarle por teléfono y contarle secretos, toma el telefono y le marca. No me enteré que le pidió una lupa para su cumpleaños; y mi abuela, como siempre, removió cielo y tierra hasta encontrarle una que fuera la adecuada.
Siempre al rescate
Mi abuela fue mi heroína, mi rescatadora. Siempre que creía que no había nadie que se interesara por mí ella surgía, en esos días en que desconocía cómo se enteraba llegaba a mi auxilio, como aquella mañana que tuve un vergonzoso accidente en el kinder Centro América y aún no cumplía los cinco años, es decir menor que mi pequeño hijo. Sin embargo, ese día estuvo allí, así como el día que mi mamá me dejó aquí y ella se fue a hacer su vida a New York, mi abuela jamás faltó a una reunión de padres de familia cuando yo estuve a su cargo y siempre estuvo pendiente de que hiciera las tareas. Ella estuvo presente al igual que mamá Yuly (pero con mayor presencia), me cantaba o mejor dicho yo le pedía que me cantara. Me agradaba tanto escuchar su voz y la atención que me ponía. Me resisto totalmente a pensar en su ausencia, mi abuela es muy importante para mí y deseara que viviera mucho mucho tiempo. Cuando me recibe en su casa y la veo que con toda generosidad me extiende su corazón pienso que la necesito porque la amo, porque no tengo palabras para explicarlo.
Mi abuela no dudo en utilizar toda su fuerza para ayudarme a no perderme mientras coqueteaba con los peligros de la juventud y le dio valor y atención a mi destino. Sin el apoyo de mi abuela no estaría donde estoy. En verdad no sé como no le digo mamá, si ella ha sido mi madre desde antes que perdiera a mi papá. Mi abuela tiene un espacio enorme en mi corazón y nunca saldrá de allí.
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Mtro. Mauricio A. Vallejo Márquez
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