Por Mauricio Vallejo Márquez
Bitácora
Veo figuras en las paredes y en el cielo, incluso entre las sombras que emanan en la oscuridad de la noche en el suelo y el techo. A eso le denominan pareidolia: la percepción de figuras al mirar un material de diversas formas que pueden ser nubes, manchas, láminas e incluso piedras. En otras palabras encontrarle forma a las manchas.
Me detenía por las tardes, tras el colegio, a ver el cielo. Me sentía profundamente decepcionado cuando estaba limpio y no se apreciaba ningún rastro de nubes. Fue en ese momento que me percaté de cuerpos flotantes en el ojo que flotan en él, puntos y rayas que me daban la impresión de gusanos. Al principio pensé que algo andaba mal en mí. Pero, después me enteré que es totalmente normal y que mucha gente ve eso, así que seguí mi vida. Pero se sumó a mi visión de los objetos. Lo bueno era cuando el firmamento gozaba de la multitud de cúmulos y cirros, estratos y las infinitas variedades. Pasaba minutos descubriendo rostros de duendes, formas de dragones, elefantes, delfines y cualquier otro objeto que se les pueda ocurrir. Tanto que me servían de inspiración para mis primeros intentos de cuentos. Y en ocasiones me detuve a dibujar esas formas que observé y se perdieron entre mis libretas de infancia, de las cuales pocas estampas conservo.
Cuando comencé a trabajar en un matutino local en el 2001 tuve alguna holgura económica y comencé a indagar en otras aficiones que no se resumían con el solo hecho de observar y escribir. Descubrí el arte del bonsái, un arte japonés de moldear arboles miniaturas. Me encantaba pasar mis domingos cuidando esos arbolitos, cortando sus ramas y raíces, abonando, cambiando la tierra. Llegué a tener una amplia colección de estos, de los cuales no sobrevivió ninguno. Tuve que salir rumbo a México, y a las personas a las que se los confié no estaban preparadas para semejante cuido, no calculé bien que no era solo de regar tantas veces a la semana. Así que desde aquella experiencia no he vuelto a dedicarme tendidamente en ello. Lo interesante de esa experiencia fue que descubrí el suiseki, una afición japonesa que nace a partir del significado de su nombre, la cual quiere decir: “una pequeña piedra que con su forma y colores recuerda a un paisaje o un objeto de la naturaleza”. Al notar esto me apasionó, era algo que había estado buscando desde hace mucho tiempo sin saberlo. Desde ese momento comencé a recolectar piedras con distintas formas. Muchas de estas tenían formas curiosas, de animales, de objetos y de paisajes. Conservo varios de estos, algunos los he obsequiado a las personas que aprecio.
Lo primero que hice desde que descubrí el suiseki fue observar el suelo para ver si las piedras de los lugares tenían formas curiosas. En Playas negras de La Unión fue la primera vez que me embebí en buscar rocas con distintas formas, que lamentablemente tuve que dejar varias porque no alcanzaba a remolcarlas desde la playa hasta donde habíamos dejado el vehículo. Fue un goce indescriptible cada vez que descubría una y aún sigo sintiendo ese encanto.
Hasta la fecha continuo observando las piedras, el suelo, las paredes y el cielo, y he encontrando cosas cada vez más curiosas, gracias a la posibilidad de saber observar un poco más allá de lo evidente, gracias a mi pareidolia.
Mtro. Mauricio Vallejo Márquez
Licenciado en Ciencias Jurídicas
Maestro en Docencia Universitaria
Escritor y editor
Coordinador Suplemento Cultural 3000